En los últimos meses la política exterior de México se ha posicionado bajo los reflectores del debate público en el país. Los Diálogos de Alto Nivel en materia de Seguridad y Economía, albergar la VI Cumbre de la CELAC, polémicas en foros multilaterales como el G20 y la COP26, así como el litigio abierto con la industria armamentista estadounidense, han demostrado que el enfoque global y visión que se tiene del rol de México en el mundo han tomado un nuevo rumbo de cara al futuro.

La nueva visión de este gobierno se caracteriza por ser pragmática y edificarse bajo los principios de soberanía y nacionalismo que profesa el presidente López Obrador. En palabras del mandatario, la mejor política exterior es la interior, enalteciendo la añoranza de soberanía de tiempos pasados a pesar de que se ignore muchas veces los desafíos que demanda el futuro.

Hablando de la relación bilateral, será ingenuo creer que no existen tensiones entre ambos países. La administración Biden se ha topado con el gobierno más nacionalista de las últimas 3 décadas. Críticas al financiamiento de Estados Unidos a OSC incómodas para el gobierno, preocupaciones por el plan energético del presidente López Obrador, tensiones con agencias de inteligencia por acciones unilaterales en el país, son algunas de las fricciones que existen entre ambos gobiernos.

A pesar de esto, el colapso bilateral que tanto presagiaba la oposición carece de seriedad e incluso cae en la ignorancia. México y Estados Unidos celebrarán 200 años de relaciones diplomáticas, fundamentadas en amistad y cooperación. El desestimar estos factores por simples discrepancias no entiende la complejidad e interdependencia de la relación, misma que va más allá de jefes de estado, que ha mostrado una enorme resiliencia los últimos 5 años, y que representa a 37 millones de mexicanos que radican en Estados Unidos, así como a los 13 millones de habitantes que dividen sus vidas a lo largo de nuestras 10 regiones transfronterizas.

Se podrá estar o no de acuerdo con el enfoque que esta administración tiene, juzgar el silencio ante los discursos xenófobos en Estados Unidos por beneficio político, profesar el no intervencionismo y a su vez defender a regímenes autoritarios sin importar que se intervenga en asuntos internos de otros países. La militarización de nuestras fronteras, criticas a movimientos sociales como el feminismo o el ecologismo, o designar en consulados de carrera a personajes impresentables. Sin embargo, lo que es indiscutible son los resultados y el liderazgo regional que México ha recuperado en los últimos 3 años.

La cumbre de la CELAC es la consolidación de liderazgo regional que tanto había buscado México durante décadas y que los antecesores al presidente López Obrador habían luchado sin ningún tipo de éxito. El crear consensos en una región profundamente dividida ante la falta de democracia en Cuba y en Venezuela, así como el autoritarismo en Nicaragua y Honduras, es un logro y una muestra de poder diplomático que posé este gobierno. Cuando México, el canciller Ebrad y el presidente López Obrador hablan, Latinoamérica escucha.

Dentro del sistema internacional, México se ha consolidado como un actor fundamental para dar voz y representación a países emergentes. Los consensos alcanzados en el G20 son una muestra más del nuevo enfoque diplomático que desde cancillería se está impulsando, el poner sobre la mesa la importancia de los migrantes en la columna vertebral de la recuperación económica tras la pandemia, la lucha contra las desigualdades sociales, así como resaltar la urgencia de reconocer todas las vacunas disponibles para acabar con la disparidad, el rezago y el acaparamiento de acceso a las vacunas por parte de países desarrollados, son un claro ejemplo del entendimiento que el gobierno mexicano tiene sobre nuestro papel y liderazgo internacional.

En Norteamérica, el nuevo posicionamiento y defensa de los intereses mexicanos han traído victorias diplomáticas en distintos sectores. La creación del Entendimiento Bicentenario, así como el avance del litigio contra la industria armamentista estadounidense, encabezado desde cancillería, han sido el camino para reformar una relación que históricamente ha sido asimétrica para nuestro país. Alcanzando un nuevo paradigma en materia de seguridad que enterrará 13 años de desborde de armamento militar hacia nuestra frontera, el auspicio indirecto de Estados Unidos a narcotraficantes mexicanos a través del cruce de 280 mil armas de fuego e incautaciones de 164 mil armas a sicarios mexicanos provenientes de armerías estadounidenses, causando 350 mil fallecidos por el crimen organizado.

La política exterior siempre estará sujeta a nuestras doctrinas y costumbres, sin embargo, siempre será dictaminada por el presidente del país. El mensaje desde Palacio Nacional es claro, un nuevo paradigma de política exterior se está gestando, dando fin a los tiempos de una relación bilateral asimétrica con Estados Unidos, y el histórico abandono y despropósito con el sur del continente.

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