Extraña coincidencia la ocurrida el pasado 4 de octubre, día de San Francisco de Asís, el llamado santo patrono de la Ecología. Ese día el papa Francisco hizo pública, urbe et orbi, su exhortación Laudate Deus, donde hace un llamado angustiante para detener el estilo y ritmo de vida material que destruye al Planeta. Naciones Unidas, por su parte, publicó también al mismo tiempo su Balance Global sobre el estado actual del clima planetario, tal y como lo ordenó el Acuerdo de París del 2015 para revisar y, en su caso, corregir el rumbo en los esfuerzos hechos por las naciones firmantes del mencionado acuerdo. El informe de Naciones Unidas señala la urgencia de detener las exploraciones petroleras al año 2030 como un último intento para evitar un desenlace fatal a escala planetaria.

Extraña la aparición de San Francisco en plena ansiedad climática, y en estos días cuando los líderes del mundo se preparan para una representación más del melodrama anual de las cumbres climáticas. Inesperada visitación, tal vez como un recordatorio de los que han sido y continúan olvidados, los pobres, las heridas vivas, stigmatas marcando los cuerpos de los excluidos, testimonio de tantas afrentas.

Los dos hechos se conjuntaron en plena celebración franciscana, tal vez para hacernos conciencia del drama de la crisis social y ambiental en su expresión climática, particularmente en la antesala de la próxima cumbre, donde los poderosos se reunirán de nuevo  en su  habitual sínodo de cada año, para encontrar nuevas fórmulas para hacer sostenible no a la naturaleza y sus criaturas, sino a las devastadoras, injustas y desiguales formas de vida que mantienen el orden social moderno regido por la mercancía y el mercado.

Esa coincidencia de eventos del pasado 4 de octubre pudiera tomarse como una buena señal para el desarrollo de la próxima cumbre, de no ser porque es fama que la COP 28, que iniciará a fines de noviembre en Dubái, volverá a resultar un fracaso en su pretendido intento para corregir el rumbo y desactivar la bomba climática y, en cambio, como ha ocurrido a lo largo de todas las COPs, será una gran fiesta para quienes celebran el establishment y su aterrador statu quo.

En un imaginario viaje en el tiempo y la memoria, desde las tímidas colinas de Asís, en el corazón de la serena e inefable Umbría, donde el ámbar y el púrpura de las hojas de sus tenues montañas testimonian la llegada del otoño, anunciando ya el desierto invernal, cuando las flores escasean para las abejas y solo la miel que San Francisco les lleva puede saciar el hambre ancestral que las aflige; desde esos afectuosos territorios pareció llegar la figura frágil de San Francisco, desnudo de todo lo superfluo, de ropas, de riqueza y vanidad.

San Francisco pareciera plantarse hoy ante nosotros preguntándonos cómo le hemos hecho para hacer de nuestra casa este páramo hostil, inmensa fábrica de pobreza y desolación en la que florecen los mercaderes del mundo y sus confines, mientras los sueños y esperanzas de las mayorías agonizan y se sacrifican para abrirle camino al vacío, al ensordecedor ruido de un mundo nuestro ganado por la miseria del capital y el decreto de muerte que brota de su insaciable acumulación de riqueza y de lo banal y efímero de sus promesas, de sus redes sociales que vacían de sentido de vida el mundo, convirtiéndolo en un erial, sin alma, vacuo, como si la miseria fuera destino, cancelando los deseos y cerrándole la puerta a la esperanza y al sentimiento de que un mundo mejor es posible.

Como en una amenazante aparición fantasmal, la imagen de San Francisco emerge en nuestros sueños como una revelación, para despertarnos de esta somnolencia en la que parecemos complacientes testigos de un mundo cada vez más devastado por la crisis, la cual es provocada por un orden social injusto que degrada y vulnera cada vez más a los pobres y a los excluidos, dejándolos inermes ante la emergencia climática y otras catástrofes resultantes del sometimiento y devastación que ejerce sobre todos los seres del mundo a los que amó San Francisco.

No hay manera de que la cumbre climática de Dubái haga algo por el clima y la gente. Los llamados del papa, el reporte de las Naciones Unidas, las voces de los distintos actores que autentica o simuladamente se muestran preocupados, no se verán reflejados en el comunicado final al que se llegará al final de la cumbre.

Los expertos, las ONGs más reconocidas en la lucha ambiental, las advertencias y el anuncio de los hombres de ciencia de que la catástrofe se acerca, no conducirá a la adopción de nuevos, vinculantes y efectivos acuerdos para abatir las emisiones de gases de efecto invernadero, ni tampoco al logro de las metas de estabilización en no más de los 2 grados Celsius, mucho menos al 1.5 grados que los expertos consideran el máximo tolerable para no desatar la catástrofe. La mayor parte de los expertos sostienen que, de acuerdo con las tendencias actuales, el clima podría estabilizarse en un promedio planetario cercano a los 3 Celsius por encima de los niveles preindustriales lo cual, para muchos, amenaza con terminar con el orden civilizatorio actual.

Dubái será, del 30 de noviembre al 12 de diciembre próximo, el gran teatro del mundo, el escenario para una representación más: la puesta en escena de lo que el orden mundial capitalista quiere, de lo que puede sin amenazar su imperio de miseria y barbarie. Allí los líderes mundiales sobre quienes parece descansar el futuro del mundo pondrán a prueba sus destrezas, no para salvar al planeta y a su gente, sino para salvarse a sí mismos y al sistema de privilegios del que se benefician y donde florecen.

Centro de Estudios Críticos Ambientales Tulish Balam

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