Hay en el júbilo que parece inundar las mentes y las declaraciones de gran parte de la comunidad mundial ocupada o preocupada por el cambio climático, (particularmente gobiernos y ONG) por el resultado de la COP 28 que tuvo lugar en Dubái, una no disimulada voluntad por mostrarse positivos a fin de lograr, aunque sea de manera ilusoria, cierta paz interior ante tanta ansiedad y preocupación por las cosas que ocurren en el mundo en este que, a todas luces, semeja un Annus Horribilis (La guerra Rusia-Ucrania, la destrucción inmisericorde de Hamas, la violencia en todas sus expresiones, el aumento de la temperatura planetaria, la creciente pobreza, el arribo al poder de la ultraderecha, etc.). Pareciera la expresión de un cierto deseo, ingenuo o alentado, por encontrar un refugio emocional ante tanta barbarie. Hoy día parece más tranquilizante ignorar o no ver los problemas en su verdadera raíz. Son, sin duda, sobre todo los representantes de los grandes poderes quienes más celebran los precarios resultados de la COP 28.

Aún no terminaban las discusiones realizadas en las horas extras de la cumbre que debió concluir el martes, en los momentos en que muchos representantes, como es el caso de los 39 enviados de los llamados Estados o países Islas, quienes aún debatían las respuestas que iban a dar al desastroso borrador que circuló el lunes, cuando el presidente de la COP 28, sultán Al Jaber, dio a conocer los acuerdos pactados en nombre de los alrededor de 200 países representados en la cumbre.

Toda la negociación en Dubái, de principio a fin, se dio en el terreno del lenguaje, fue una negociación donde el juego de las palabras, seducir con las palabras, se convirtió en un extraordinario ejercicio de política, de poder. Se trataba de salvar a la industria petrolera, para lo cual la palabra se convirtió en un elemento de disuasión, de encubrimiento, de legitimación, una herramienta llevada a sus extremos como instrumento de simulación. El objetivo principal, como el de toda política pública, no era encontrar formas, estrategias, mecanismos para resolver el problema del calentamiento progresivo del planeta, sino encontrar las mejores vías para administrar los conflictos derivados de la no solución sistemática del problema del cambio climático, un problema que, por cierto, no es posible de ser resuelto en el marco de las negociaciones internacionales, en donde quienes toman las verdaderas decisiones son los mismos que provocan el problema.

La demanda principal de la cumbre de Dubái era la de eliminar los combustibles fósiles de la matriz energética, como condición necesaria para realmente lograr la meta del 1.5C y evitar la anunciada catástrofe. En esto parecían unidos científicos, organizaciones de la sociedad civil, la mayoría de las naciones del llamado sur global, particularmente los representantes de los Estados Islas, e incluso, sospechosamente, los principales países y bloques del mundo desarrollado, Estados Unidos, Canadá, Australia y la Unión Europea, quienes asumiendo la demanda y el lenguaje de los países pobres, llegaron a decir que, aceptar el primer borrador que presentó el lunes la presidencia de la COP 28, era condenar a muerte a los Países Islas.

El rebuscado fraseo de esta meta cumplió con su cometido, y mostró el contenido político del juego de palabras. El mundo de la ciencia, algunas ONG y países del sur global pedían un acuerdo que se comprometiera seriamente con una “eliminación gradual” de los fósiles (phase out). Más realista parecía el llamado un compromiso para acordar una “disminución gradual” (phase down). No solo se opusieron a este lenguaje los países árabes productores de petróleo. También en el fondo lo hicieron los países desarrollados que, públicamente, decían otra cosa, lo mismo que China, Rusia, India, entre otros. Finalmente se impuso un acuerdo más neutro, ambivalente y lleno de lagunas, en donde se pide a los países su contribución para lograr una transición: “alejándose de los combustibles fósiles (transition away from fossil fuels) en los sistemas energéticos, de manera justa, ordenada y equitativa, acelerando la acción en esta década crítica, a fin de lograr el cero neto para 2050 en acorde con la ciencia”.

Este fraseo del acuerdo logrado en Dubái, que algunos lo señalan como un hito por hablar por primera vez de un alejamiento de los combustibles fósiles y no solo de disminuir emisiones, es un engaño encubierto que pretende dar la imagen de haber incluido todas las demandas de las partes, cuando en realidad salvaguarda a la industria petrolera, la cual con esta propuesta se puede prolongar ad aeternm. Simula quedar bien con quienes querían la disminución de los fósiles, y también con los países del sur global que condicionaban su apoyo a la eliminación gradual de los fósiles si los países ricos ofrecían los medios para hacerlo posible, particularmente en el contexto de que los países pobres no cuentan ni con recursos financieros, ni con la tecnología requerida.

Un problema central que estuvo presente y que influyó en el acuerdo final en las negociaciones, es el de los países productores asociados en la OPEC y liderados por Arabia Saudí, quienes abiertamente se opusieron a un fraseo en el acuerdo que los comprometiera a reducir y mucho menos liminar la producción de petróleo. Por ello insistieron y lograron que el acuerdo en los hechos se centrara más bien en disminuir o abatir emisiones. Esto que parece irrelevante en realidad es fundamental. Los países árabes y toda la industria petrolera del mundo quieren que se combata el efecto y no la causa, la apariencia y no la esencia del problema, puesto que como es sabido la causa radica en el terreno de la producción. Si no hubiera producción no habría emisiones. Centrándose en las emisiones, la mitigación y la adaptación, una de sus propuestas favoritas es la de las soluciones tecnológicas, y la captura y almacenamiento de carbono, que deja intacta la producción de hidrocarburos enfatizando las emisiones. El fraseo del acuerdo final que señala “alejarse de los combustibles fósiles” posee una ambigüedad deliberadamente engañosa, donde se sigue dando un papel central a los hidrocarburos, especialmente al gas, del cual los Estados Unidos es una gran potencia productora.

En los hechos, la mayor parte de los representantes de los países quedaron contentos con el ambiguo acuerdo de Dubái, en la medida que grandes sectores de quienes dominan la economía, tanto en el mundo desarrollado como en el sur global, tienen fuertes intereses con la industria petrolera. El acuerdo supuestamente existente sobre la eliminación gradual de los fósiles, que parecía un consenso y una posición de avanzada no lo es tanto porque, Estados Unidos, por ejemplo, solo aboga por la “eliminación gradual” del carbón mineral. Y gran parte de los países pobres parecen felices de que se logre que la temperatura promedio planetaria no aumente más del 1.5 por sobre los niveles preindustriales, pero planteando que la eliminación gradual sea justa, financiada y rápida, es decir, que reciban de los ricos apoyo financiero para la descarbonización y para darle prioridad a la energía renovable. El reclamo de estos países para hacer posible la transición hacia un mundo sin petróleo es que se les brinden los llamados medios para la implementación, es decir que puedan contar con la ayuda financiera, transferencia de tecnología y ayuda para el desarrollo de capacidades.

Los principales puntos del acuerdo alcanzado son los siguientes:

Hacer una transición que abandone los combustibles fósiles en los sistemas energéticos, de manera justa, ordenada y equitativa, acelerando la acción en esta década crítica, para lograr el cero neto para 2050, de acuerdo con la ciencia.

Triplicar la capacidad de energía renovable a nivel mundial y duplicar la tasa anual promedio global de mejoras en la eficiencia energética para 2030.

Acelerar los esfuerzos para reducir progresivamente la utilización incesante de la energía basada en carbón.

Acelerar las tecnologías de emisiones cero y bajas, incluidas, entre otras, las energías renovables, la energía nuclear, las tecnologías de reducción y eliminación, como la captura, utilización y almacenamiento de carbono (CCUS), particularmente en sectores difíciles de reducir, y la producción de hidrógeno con bajas emisiones de carbono

Eliminar gradualmente, lo antes posible, los subsidios ineficientes a los combustibles fósiles que no abordan la pobreza energética ni las transiciones justas.

Reconocer que los combustibles de transición pueden desempeñar un papel a la hora de facilitar la transición energética garantizando al mismo tiempo la seguridad energética.

Pagos basados en resultados para enfoques de política e incentivos positivos para actividades relacionadas con la reducción de emisiones derivadas de la deforestación y la degradación forestal, y el papel de la conservación, la gestión sostenible de los bosques y el aumento de las reservas de carbono forestal en los países en desarrollo.

Good Cop, bad Cop: what the Cop28 agreement says and what it means

Some say the deal is historic, others that it is weak. We look closely at the text for the truth of the matter

Al enterarnos de los dudosos resultados de la COP 28, cabría preguntarse si la elección de los Emiratos Árabes Unidos como sede de la COP 28, país que epitoma el mundo del petróleo, lo mismo que el aparente apoyo a la eliminación de los fósiles de algunas de las naciones más desarrolladas, particularmente Estados Unidos, Así como la felicidad que embarga a muchos de los líderes del mundo desarrollado y del sur global, entre otros síntomas, no es parte de una gran puesta en escena para simular por una parte que, en pleno territorio petrolero, se lograron grandes acuerdos, los cuales no habrá forma de que conduzcan a resolver el tema del cambio climático, y por otra parte, a presentar a muchos de los que se benefician con la riqueza petrolera como si compartieran las preocupaciones de los pobres del mundo por su vulnerabilidad ante el cambio climático y otras catástrofes, legitimando así un conjunto de acuerdos que garantizan vida eterna a los señores del petróleo. Cómo diría Polonio ante las extrañas conductas de Hamlet, tal vez “haya una lógica en su locura”.

Centro de Estudios Críticos Ambientales Tulish Balam

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