La cumbre climática de Dubái que tendrá lugar del 30 de noviembre al 12 de diciembre se acerca, de la misma manera que la decepción ante el poco promisorio escenario para llegar a compromisos reales para detener un calentamiento planetario que, a decir de los que dicen que saben, terminará por incendiar al planeta y destruir la vida y el orden civilizatorio del que, al menos sus beneficiarios, se sienten muy orgullosos.

En teoría, la COP 28 constituye el foro anual en donde los miembros de la comunidad internacional intentarán llegar a acuerdos para lograr la estabilización del clima planetario, en un incremento no mayor de 2 grados Celsius y, aspiracionalmente, 1.5 grados por sobre los niveles preindustriales, tal y como lo prescribe el Acuerdo de París de 2015.  En sus 27 ediciones anteriores las conversaciones y los acuerdos logrados, no han sido capaces de detener las emisiones de gases de efecto invernadero causantes del creciente aumento en la temperatura promedio del planeta.

Ni los informes del IPCC, ni las predicciones de los expertos, consideran realizable cualquiera de las dos metas, a menos que ocurran cambios en la economía mundial, en las estructuras de poder y en los valores predominantes en el actual periodo de la modernidad capitalista, que conduzcan a un nuevo contrato social y a un nuevo pacto natural en los que, las relaciones entre los humanos y las de estos con la naturaleza, sean justas, igualitarias y alienten los sueños, las esperanzas y el derecho a desplegarse de todos quienes integran y construyen la vida en el planeta.

No debería sorprender el fracaso de las COP para resolver el calentamiento planetario. Como toda política pública, en estricto sentido las cumbres no son organizadas para resolver los problemas que dicen querer resolver, como en este caso el cambio climático. Parafraseando a Marteen Hajer podemos decir que, más bien, las cumbres climáticas se hicieron y se hacen para administrar los conflictos que derivan de la relación estructural de devastación que el orden mundial capitalista mantiene con la naturaleza, la humana y la no humana. De ahí el fracaso del Desarrollo Sustentable en sus autocelebrados intentos por salvar al mundo. El Desarrollo Sustentable no quiere salvar al planeta y a la gente, quiere administrar los conflictos y salvar y perpetuar al orden social que destruye los mundos de vida.

La historia de estas cumbres climáticas, que inician con la de Berlín en 1995, parecen emular Lasmil y una noches, una interminable historia contada con el propósito de retardar una muerte anunciada. Una narrativa de cuentos, historias y ficciones relatadas a perpetuidad, no para resolver el problema del cambio climático, sino para alargar al máximo el momento del colapso de la maquinaria económica y del orden social responsable de la devastación de los mundos de vida humanos y no humanos.

Las reuniones internacionales sobre el cambio climático, por una parte, y los acuerdos para hallar una solución efectiva, por otra, parecen seguir rutas asintóticas, marchar en caminos paralelos, sin puntos de encuentro, en la medida que todas las partes participantes, tanto las del mundo rico, como los representantes del mundo pobre, persisten en buscar soluciones que permitan que las cosas solo cambien para que sigan igual. Uno de los problemas centrales es que las negociaciones en las cumbres climáticas no se dan entre países ricos y países pobres en abstracto, sino entre las élites de ambos grupos de países y éstas coinciden, más bien, en no cambiar un orden social desigual y una relación extractivista con la naturaleza, porque les resulta benéfica.

Mientras tanto, el escenario para la nueva representación teatral se prepara, Dubái se declara lista, el centro de convenciones  Expo City Dubái y su parafernalia hiper modernista, ejemplo claro del derroche de lo banal y artificial, se prepara; se preparan también todos los actores de la gran representación, Al Gore, el ex príncipe Carlos, las tribus indígenas invitadas como elemento decorativo para darle un toque auténtico y creíble al setting de la cumbre, los representantes oficiales de los estados Islas que harán la acostumbrada apoteosis del melodrama con sus reiterados discursos  del fin de la historia y de su desaparición de la geografía por obra del cambio climático, algún huelguista de hambre que represente de forma convincente la angustia del fin del mundo, y todos los que ocuparán la Zona Verde deliberadamente diseñada para expresar la disidencia y la protesta tolerada.

Para crear el momentum de la cumbre, las Naciones Unidas dio a conocer el informe preliminar sobre el Balance de la situación del clima y las acciones recomendadas por el Acuerdo de París, en la cual se señala la urgencia de detener las exploraciones petroleras al 2030. En Bonn se publicó un acuerdo preliminar de los países ricos para la creación del fondo de ayuda para los países pobres por pérdidas y daños, sin que se sepa a qué se compromete en concreto cada país, pudiéndose asegurar desde ahora que volverá a repetirse la historia del fallido fondo ofrecido por Gordon Brown en la cumbre climática de Copenhague en el 2009, por 100 mil millones de dólares anuales al 2020, lo cual nunca ocurrió.

La ansiedad y la angustia climática mundial parece ir en aumento en estos días por el anunció de los expertos de que el año 2023 será el más caliente desde que se tiene registro, por los severos eventos meteorológicos que han golpeado distintos lugares del planeta, por la Guerra Rusia-Ucrania y por la devastadora guerra de exterminio contra Hamas. Contribuyendo a este mismo estado de ansiedad climática, el gobierno australiano se ha comprometido a ofrecer residencia y trabajo a los habitantes de que pudieran resultar afectados por las subidas de los niveles del mar resultante del cambio climático.

Quizá, como en una réplica del terror medieval por la llegada del año mil y lo que se creía que era el fin de los tiempos, habrá quienes estén dispuestos a deshacerse de sus riquezas materiales, para expiar sus pecados y merecer la salvación. Otros realizan ya compras de pánico, como en los peores días de la pandemia. Es este el caso de muchas personas en el Reino Unido y en Estados Unidos, en donde ante lo que consideran una inevitable catástrofe, quieren al menos estar provistos de los medios básicos para la sobrevivencia. Esto ha abierto un nuevo y exitoso espacio de negocios, las tiendas llamadas prepping, que venden alimentos y trajes antiradiactivos, para prepararse para un escenario apocalíptico, ante un posible final del mundo climático o nuclear (Véase ).

Jeff Bezos, presidente ejecutivo de , parece más que feliz con esta angustia mundial que le resulta en grandes ganancias: el prepping es ya uno de sus nichos de negocio. No sería de extrañar en esta era cínica del capital ver a Bezos en Dubái escenificando una suerte de última cena, en un acto de arrepentimiento para expiar sus pecados, ofreciendo desprenderse de su inmensa riqueza material para así alcanzar el cielo prometido a los justos.

A quién le importa realmente salvar el mundo y sus criaturas, a quién le importan los sueños, las esperanzas, y los deseos de quienes piensan que un mundo mejor es posible. Si se acabara el mundo hoy, los ricos podrían aspirar a comprar un lugar en el cielo, dejándole a los pobres el mismo infierno en el que los mantienen bajo las condiciones de vida en este tan elogiado orden civilizatorio de la modernidad actual.

Centro de Estudios Críticos Ambientales Tulish Balam

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