Estamos en vísperas de la cumbre climática de Dubái, la COP 28, que arranca el 30 de noviembre. Una cumbre que está rodeada de malos augurios, que no pareciera presagiar un desenlace feliz. Es una cumbre que se da en medio de fenómenos meteorológicos que los expertos atribuyen al cambio climático. Huracanes poderosos, ondas de calor, incendios en Estados Unidos, en Australia, inundaciones en Pakistán y nosotros mismos aquí, en Acapulco, siendo devastados, ya no sabemos si por el huracán o por las condiciones de miseria mediante las cuales el orden social heredado del pasado creó las condiciones de vulnerabilidad de los más pobres.

Todo está listo ya para el inicio de la COP 28, la cumbre climática de Dubái, donde los representantes y administradores de los que dirigen y comandan la economía y la política mundial se reunirán, en un gran sínodo, para llegar a los acuerdos necesarios para prolongar la agonía de la naturaleza y la gente, sin tocar la relación de devastación de los mundos humanos y no humanos que hacen sostenible la actual fábrica económica del mundo moderno.

Dubái será posiblemente la cumbre climática más concurrida de la historia. Se espera la llegada de alrededor de 70 mil delegados, 198 jefes de estado o sus representantes, aun cuando los presidentes de los países más contaminantes, Estados Unidos y China, estarán ausentes.  Estará, en cambio, el inefable rey Carlos III del Reino Unido, quien dará el discurso inaugural, esperándose de él, como es usual, un melodramático llamado para salvar al mundo de la anunciada catástrofe.

Asistirán también el Papa Francisco y la presidenta de la Unión Europea. Desde luego que estarán también presentes las miles de ONG que luchan o lucran con el tema climático, diversas personalidades de la academia, la ciencia, las organizaciones empresariales, y muchos más de la insufrible farándula climática, esperándose que todos ellos dejen, al menos, una generosa huella de carbono, para contribuir al anunciado fin del mundo que tanto les preocupa.

El concilio climático de Dubái tiene ante sí problemas verdaderamente difíciles de tratar. Varios de ellos fueron relegados, sacados de la mesa de las negociaciones anteriores porque se trataba de hacer frente a lo que se considera la causa del problema, las emisiones de gases de efecto invernadero, asociadas a los escandalosos cambios meteorológicos observados en los últimos tiempos en diversas partes del mundo. Son muchos los temas que no se quisieron ver ni discutir a fondo en las cumbres pasadas, o fueron abiertamente sacados de la agenda. Por ejemplo, los problemas de salud derivados del avance del calentamiento, la expansión social y territorial de las enfermedades tropicales, o la escasez de agua, el descuidado asunto de las emisiones de metano, el tema de la ayuda a los países pobres más dañados por el calentamiento, bajo el concepto de pérdidas y daños que, aunque ha estado en la mesa, no hay un verdadero avance para saber quiénes y de qué manera contribuirán a la creación del fondo que dará el financiamiento requerido para compensar a los países afectados.

Otro tema que será central en Dubái, de prácticamente imposible solución, es el de la demanda de muchos sectores progresistas de distintos países por una Eliminación total de los combustibles fósiles, a la cual los grupos conservadores del statu quo y defensores de la industria petrolera anteponen la propuesta de una Reducción gradual. Queda claro que, como ocurre en todas las negociaciones en Naciones Unidas, el fraseo de las propuestas que se llevan a la mesa resulta crucial en muchos de los temas más álgidos.

Los países productores de petróleo, entre ellos los anfitriones de la cumbre, quieren negociar medidas de política que no busquen reducir, mucho menos eliminar, la producción de los combustibles fósiles, sino más bien promueven tecnologías para remediar los daños y efectos por el uso de estos combustibles. Por ello, la principal estrategia promovida, y la que más le agrada a los Emiratos Árabes Unidos y al sultán Al Jaber, presidente de la COP 28, es la de la política de , con lo cual no se trata de disminuir emisiones sino de buscar tecnologías para remediar los daños provocados.

Los problemas que enfrentarán los negociadores en Dubái son verdaderamente abrumantes e irresolubles en el esquema de las negociaciones. Las Naciones Unidas acaban de emitir un reporte en donde, igual que todos los expertos, igual que el mundo de la ciencia, de los que dicen que saben, de los que están autorizados para hablar, los científicos, señala que no hay manera de cumplir con las metas del Acuerdo de París de 2015. Éstas que se establecieron para tratar de estabilizar el clima planetario, de tal manera que no aumente la temperatura promedio del planeta en más de 2 grados Celsius y aspiracionalmente 1.5 por encima de los niveles preindustriales, no son realizables. Todos los estudios, todos los expertos del mundo de la academia, de las organizaciones no gubernamentales que trabajan seriamente en estos temas, todos, incluyendo a Naciones Unidas, coinciden en que con los ofrecimientos que han hecho las naciones, con el ofrecimiento que se hizo en el Acuerdo de París, no hay manera de que se logre estabilizar el clima planetario en los 2 grados Celsius, mucho menos en el 1.5.  El pronóstico más consensuado es que se estabilizará en alrededor de 3 grados Celsius lo cual, según los que saben, equivaldría al fin del orden civilizatorio actual y de distintas formas de vida no humana.

La imposibilidad de las cumbres climáticas de resolver el calentamiento planetario es resultado de una sociedad que no tiene otra manera de relacionarse con la naturaleza y con la gente, con la naturaleza humana y con la no humana, que no sea devastándola. No hay otra forma. Esa es parte de su ser. Es un problema ontológico, es un problema del ser de la sociedad moderna, en esta relación en donde se convierte a la naturaleza y a la gente en simples medios para los fines de la maquinaria económica, de quienes comandan la economía y el poder mundial, cuyos fines tienen que ver con la ganancia y con la rentabilidad.

Estamos ahora, en este momento, ante un gran problema, en una situación difícil, en una situación no promisoria, en donde pareciera no haber salida segura, y en donde el espectro del apocalipsis aparece de nuevo. Se moviliza la idea del apocalipsis, de la catástrofe, del fin del mundo. ¿Por qué? Simplemente para generar inacción, para generar miedo. Se genera inacción, por ejemplo, cuando la gente dice, bueno, si ya va a venir el fin del mundo, si ya tenemos aquí la catástrofe, a la vuelta de la esquina, pues ¿para qué hacer algo?

El verdadero apocalipsis no es el que va a venir por el cambio climático, es el que se vive diariamente en el mundo de la pobreza, el que padecen los pobres, en el que se les mantiene, en este estado de precariedad permanente, de un sistema que aparentemente agoniza, pero que agoniza en una agonía que puede durar siglos si no ocurren cambios drásticos, que restituya a la gente la vida, la esperanza, el deseo de vivir de una manera digna. Mientras tanto, lo que quiere hacer el desarrollo sostenible, es sostener el estado de precariedad en la que viven los pobres y la naturaleza quienes generan la riqueza de que se nutre el orden económico mundial.

Solo faltaría que en toda la parafernalia, en toda esa coreografía que está alrededor de la cumbre climática de Dubái, como lo ha estado en todas las cumbres climáticas, que los grandes potentados de la modernidad actual, los señores feudales de la modernidad en la que vivimos, los próceres de la era digital, Jeff Bezos, Mark Zuckerberg, Bill Gates, Carlos Slim, Elon Musk, entre otros, para ponerse a tono con el melodrama que ya se vive en Dubái, ofrecieran abandonar sus riquezas materiales, para expiar sus pecados, sus culpas, y ganarse así el acceso al cielo, comprarse un pedazo del cielo, y encontrar de esta manera la ansiada salvación, heredándole a los pobres, a los excluidos, el infierno de la vida cotidiana, la precariedad de vida en que se les mantiene en el orden actual.

Centro de Estudios Críticos Ambientales Tulish Balam

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