A lo largo de la frontera entre Estados Unidos y México, la sensación de crisis es palpable. La pandemia de covid-19 está afectando a las ciudades y pueblos que se encuentran en el límite de ambos países, desde Tijuana hasta Matamoros, San Diego hasta Brownsville, con El Paso y Ciudad Juárez en el medio. Actualmente, los casos de covid-19 en las ciudades fronterizas entre Texas y México se encuentran al alza y las principales ciudades en la frontera de Arizona vieron un incremento en los casos de casi mil por ciento durante junio de 2020.

Las ciudades fronterizas están unidas umbilicalmente - cliché, pero cierto. Su elemento vital es la industria transfronteriza, el comercio que alienta a decenas de miles de personas de ambos lados a cruzar legalmente todos los días. Miles de fábricas mexicanas de propiedad extranjera, como lo son las maquiladoras, distribuyen productos que llenan los estantes de los grandes almacenes de costa a costa. Camiones llenos de frutas y verduras cultivadas en México continúan cruzando a los Estados Unidos para llenar los supermercados. Aún con la actual restricción de viajes no esenciales, no se ha detenido el flujo de mercancías y viajeros que cruzan entre ambos países.

Simultáneamente, la frontera une y divide una región con grandes desigualdades. La alta tasa de pobreza y las comunidades estrechamente entrelazadas aumentan la vulnerabilidad de la región. En este entorno, el covid-19 ha ampliado e incrementado las debilidades en los sistemas de salud en ambos lados de la frontera. Previo a la pandemia, los residentes fronterizos ya se enfrentaban a desafíos importantes relacionados con el sistema de salud, la atención médica y los programas sociales. Estas disparidades ahora son claramente visibles a medida que el coronavirus pasa por sus comunidades. En México, los trabajadores de las maquiladoras se mueren en cantidades alarmantes. Tan sólo en junio, el San Diego Union Tribune informó que cientos de trabajadores murieron y miles más se enfermaron.

Tomando en cuenta las vulnerabilidades de la región y la necesidad de una estrecha cooperación bilateral para enfrentar los desafíos de salud pública, se podría pensar que el gobierno de los EE. UU. apoyaría con la parte que le corresponde en relación a la comisión binacional, que fue diseñada específicamente con este propósito. Pero no es así. El Departamento de Salud y Servicios Humanos (HHS, por sus siglas en inglés) dejó de hacerse cargo desde el 2017.

La Comisión de Salud Fronteriza México – Estados Unidos (BHC, por sus siglas en inglés), está respaldada en gran medida por el American Medical Association, autorizada por el Congreso americano en 1994. Fue establecida formalmente en el 2000 mediante un tratado con el objetivo de "proporcionar liderazgo internacional con el fin de mejorar la salud y la calidad de vida a lo largo de la frontera México-Estados Unidos". En 2017, la administración del presidente Donald Trump desactivó por completo la BHC, cerró sus oficinas en El Paso, Texas y devolvió su presupuesto al Departamento de Salud y Servicios Humanos de la Oficina de Global Affairs, donde se encuentra como un zombi, vivo solo en nombre. El lado mexicano de la Comisión de Salud de la Frontera México – Estados Unidos continúa, a pesar de la falta de fondos y de coordinación con su vecino ausente.

El retiro de la cooperación binacional para la salud pública en la frontera se ha evidenciado como algo absurdo. Se ha desaparecido el único organismo con la capacidad y el poder para comunicar, colaborar y coordinar respuestas en el área fronteriza, trabajando con los profesionales de salud pública y servicios humanos de México, con el fin de proteger a los ciudadanos de ambos países, mientras a la vez se promovía una buena voluntad en el proceso.

La BHC tiene, o tenía, la capacidad única de movilizar a los dos países y sus estados fronterizos, para enfrentar las enfermedades infecciosas y abordar el espectro de desafíos en materia de salud de una manera que mejore la calidad de vida de todos los residentes fronterizos.

La reactivación de la BHC es necesaria y urgente para coordinar de forma binacional las respuestas a las enfermedades infecciosas y brotes como la crisis del covid-19. La reactivación permitiría compartir información a través de la frontera, movilizar a médicos, enfermeras y clínicas, así como hospitales, con el objetivo de enfrentar conjuntamente la amenaza en común. Asimismo, se podría realizar una vigilancia epidemiológica y poner en marcha una iniciativa bilingüe con el fin de educar a las familias sobre el distanciamiento social, la higiene, los recursos de salud y los medios para hacer frente a la cuarentena.

Sin embargo, la administración de Trump se ha movido en la dirección opuesta, demostrando consistentemente su falta de apoyo a los programas que promueven la colaboración transfronteriza, particularmente en las áreas de salud y medio ambiente.

El presidente Trump pasa su tiempo obsesionado con un muro fronterizo, tratando desesperadamente de posicionar la frontera como un punto de división. Sin embargo, la realidad es otra, la frontera es un punto de conexión, de personas y destinos conectados. La colaboración binacional a través de organizaciones como la Comisión de Salud Fronteriza es la medicina que nuestra región necesita desesperadamente y debemos exigir a nuestros líderes que la administren.

  
Irasema Coronado es la directora de la School of Transborder Studies de Arizona State University. Anteriormente se desempeñó como directora de la Commission for Environmental Cooperation de los Estados Unidos en Montreal. 
Eva Moya es profesora asociada de Trabajo Social en la University of Texas, en El Paso, Texas, donde se especializa en salud fronteriza y participación comunitaria. 
Steve Mumme es profesor de Ciencia Política y ex presidente de la Association for Borderlands Studies, la cual recientemente reconoció su trabajo con un Lifetime Achievement Award. 

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