Ante el incremento de casos de contagio por Covid-19, el gobierno federal anunció la puesta en marcha de una iniciativa de acción comunitaria, como estrategia del modelo a replicar en todo el país, estimando que con esta iniciativa se identificarán con mayor oportunidad los casos y focos de contagio en puntos de alta concentración pública. Así lo expresó el subsecretario de salud Hugo López Gatell, quien además hizo referencia sobre las determinantes sociales y estructurales como factores para evaluar la vulnerabilidad comunitaria. Detalló también que se trata de una iniciativa integral que estará acompañada de acciones orientadas a la promoción de la salud, reducción de riesgos y defunciones, seguimiento y control de enfermedades crónicas y referencia hospitalaria oportuna. Por su parte, la secretaria del Bienestar Social indicó que los ejes de la iniciativa son: la información de la situación actual, orientación sobre los hábitos alimentarios y trabajar haciendo comunidad.

Con esta iniciativa se vuelve a recurrir al trabajo de promoción social y organización comunitaria, una estrategia que se fue debilitando desde los programas sociales en México, a partir de la última década del siglo pasado, a raíz de que la política social empezó a operar con programas focalizados de transferencias monetarias y con una visión asistencialista. Un claro ejemplo de ello es el Programa que ha perdurado durante los últimos cuatro sexenios denominado anteriormente: Progresa (1997-2000), Oportunidades (2000-2012), Prospera (2012-2018) y en el presente sexenio lleva el nombre de Inclusión social. En la anterior Secretaria de Desarrollo Social SEDESOL la prioridad la tenía el Programa de transferencias monetarias, en virtud que integraba un padrón de familias considerado como el más alto en la historia de los programas sociales del país, más de seis millones de hogares, y en consecuencia absorbía el mayor presupuesto de los programas sociales, no comparable con el presupuesto destinado para los programas encaminados al desarrollo comunitario.

La promoción social y organización comunitaria en México, tiene una larga historia que inicia desde 1923, con las llamadas Misiones Culturales, puestas en marcha por iniciativa de José Vasconcelos, entonces ministro de higiene, educación y cultura. Las Misiones se conformaron como una gran cruzada para combatir la ignorancia y el analfabetismo, llevando a las comunidades de mayor rezago en el país servicios de educación para adultos y talleres para la enseñanza de oficios, buscando el saneamiento y el mejoramiento de sus condiciones de vida e integrar a estas comunidades al proyecto general de nación. Por otra parte, la Organización de las Naciones Unidas, desde 1949, impulsó este tipo de iniciativas para promover cambios en las poblaciones en pobreza con una perspectiva de mejorar su futuro.

Los promotores sociales de México, que en otros periodos laboraron en las instituciones dependientes de la Secretaria de Salud como: los Centros de Salud Comunitarios, IMSSSolidaridad y la Red Móvil del DIF Nacional por citar algunos, alcanzaron una gran experiencia, como personal competente para la promoción de la salud y el desarrollo de procesos de trabajo más sostenibles para incidir en las determinantes sociales de la salud, su trabajo era un proceso continuo de cercanía con la comunidad, para impulsar el mejoramiento y prevenir las enfermedades, un claro ejemplo lo tenemos en la desaparecida Red Móvil Nacional del DIF, que contaba con más de dos mil promotoras, una por cada municipio del país, y cuya labor principal consistía en preparar el terreno con la población para detonar de manera segura y coordinada el conjunto de acciones de las diferentes instituciones de gobierno y organizaciones de la sociedad civil, orientadas al mejoramiento de la salud, saneamiento ambiental y proyectos productivos.

El trabajo de campo y de promoción en el ámbito comunitario, es básico para desarrollar estrategias territoriales encaminadas a lograr cambios, mejorar sus condiciones de salud y evitar la propagación de enfermedades infectocontagiosas y crónicas, además de fomentar valores de solidaridad y cooperación, con la característica de que en todo momento se debe de contar con la participación activa de la población, lo cual se posibilita cuando el promotor social identifica y conoce de cerca los problemas y necesidades sentidas de la población y formula procesos de sensibilización y motivación para generar una responsabilidad social y una comprometida participación comunitaria con un claro objetivo: evitar riesgos y contar con comunidades seguras y saludables.

La necesidad de la participación de los promotores sociales frente a la pandemia Covid-19, es una respuesta frente a las alarmantes cifras de contagios que van en incremento, observando que no es por un problema de información, ya que esta es amplia y abrumadora y se encuentra en todos los medios y espacios públicos. Sin embargo, persisten reacciones de incredulidad, apatía, desafío, enojo, confusión y hasta de violencia en diferentes sectores de la población. Es común todavía a más de 100 días de cuarentena escuchar que la pandemia: “es un engaño del gobierno”, “una estrategia para un nuevo orden económico mundial”, “una trampa para disminuir la población adulta mayor”, “una venganza de China contra el presidente Donald Trump”, etc., Este tipo de creencias hacen que la población sea aún más vulnerable y expuesta al riesgo y obstaculiza todo protocolo de protección. Por tal motivo, las estrategias para la orientación y educación social, tienen que ser diferenciadas de acuerdo a cada región y localidad, ya que no es posible aplicar estrategias globales, sino que estas tienen que adecuarse a las circunstancias socioculturales de la población y para este trabajo el promotor social es un experto.

Por lo anterior es importante que los tomadores de decisiones que encabezan los programas sociales, consideren que el trabajo de un promotor social, no es un trabajo voluntario, tampoco es un trabajo que se logre capacitando a un grupo de voluntarios, por el contrario, existen promotores sociales formados profesionalmente en una carrera universitaria, quienes, con los aportes de la ciencia social, desarrollan y aplican metodologías para la intervención social. Un claro ejemplo son los y las trabajadoras sociales, que se preparan para investigar en el ámbito de las determinantes sociales, los factores que colocan a una población en riesgo, aplican modelos probados para la promoción de la salud, orientan con técnicas pedagógicas y didácticas la forma de evitar la propagación de contagios, identifican y gestionan en su caso la atención hospitalaria, dan seguimiento y orientación a la familia para mantener las medidas de seguridad y evalúan el impacto de las estrategias aplicadas para evitar mayores contagios, y defunciones.

El trabajo del promotor social como el de otros profesionales de la salud, se vuelve más crítico durante el tiempo de pandemia, al tener cercanía e interacción con las comunidades, por lo que debe considerarse como uno de los trabajos de alto riesgo laboral, pero hay que recordar que estos son los retos en los que se forma el promotor y que su trabajo se ubica en contextos de pobreza por demás complejos y adversos, hacer trabajo de campo, no es una tarea sencilla, tiene riesgos y dificultades, implica explorar y analizar circunstancias que favorezcan o impidan la intervención social y tomar decisiones oportunas, razón mayor para contar con promotores profesionales. Si los gobiernos en sus tres órdenes desean identificar los casos y focos de contagio en puntos de alta concentración pública y desarrollar campañas efectivas de prevención con estrategias territoriales de orientación y convencimiento social y evitar que los hospitales se llenen con pacientes de Covid-19, tendrán que contar con un gran ejercito de trabajadoras y trabajadores sociales que, sin lugar a dudas, por su experiencia y trabajo para y con la comunidad, aportarían eficazmente a esta gran misión.

Profesor de carrera ENTS, UNAM 

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