Para el liberalismo, ideología clave de la cultura occidental, la libertad de expresión fue la piedra que cimentó los demás derechos humanos. La expresión cumbre de ese ideal igualitario y libertario se condensa en la frase de Voltaire: “No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte el derecho que tienes de decirlo.” Hoy se ha volteado la consigna hasta este extremo: “No estoy de acuerdo con lo que piensas, y lucharé hasta la muerte por que te impidan decirlo”. Es paradójico que simultáneamente con la inclusión de la libertad de convicciones éticas en nuestra Carta Magna, en 2013, se intensificó en la sociedad un iliberalismo sectario dirigido a otorgar más valor a los derechos de determinados grupos, dotando de supremacía moral a sus propias convicciones éticas en detrimento de las de otros.

En su libro The Identity Trap, Yascha Mounk denuncia a esa parte de la sociedad que se lanza contra la libertad de expresión descalificándola como un pretexto conservador que protege la perpetuación de estereotipos y enmascara el ataque contra el progresivismo, acusando a quien defienda esa libertad básica de querer denigrar a grupos minoritarios, cuyas causas no pueden ser cuestionadas ni con el pétalo de una opinión.

En el altar de la igualdad sustantiva se sacrifica la libertad subjetiva. Los sujetos de derecho perdemos libertad a fin de no herir susceptibilidades grupales que se apropian de una moral unívoca para prohibir o imponer palabras; demandar el despido de comunicadores; desmontar la disciplina escolar; derribar estatuas o exigir demoler expresiones culturales cual desenfrenados émulos del talibanismo.

Por mis artículos a favor de la tauromaquia sentí el rigor de esa pasión que no admite controversia y solo conoce una verdad, aunque la realidad demuestre que hay otras. Millones de aficionados a la fiesta brava fuimos diagnosticados como psicópatas por un seguidor que dejó de seguirme en X, por mi afición que él detesta. Yo continuaré siguiéndolo para saber dónde se graduó en psiquiatría; aunque el fanatismo no aprecia la preparación propia o ajena, como factor para enjuiciar al prójimo con el que no concuerda. Un suscriptor de mi canal de YouTube me aconsejó cortésmente que no “echara a perder” mi brillante trayectoria política y académica, abogando por la tauromaquia. Afortunadamente otro le hizo ver que las carreras profesionales son ajenas a los gustos artísticos y puso imágenes de Gabriel García Márquez en la plaza de Las Ventas en Madrid y de El Che Guevara presenciando una corrida. ¡Cómo extraño los tiempos en que podíamos convivir en México aceptando las diferentes orientaciones personales sin estigmatizarlas! Hoy es distinto, pero no mejor ni más progre. Progresar es respetar la pluralidad ética en un ambiente de concordia social, no dividir la moral en compartimientos irreductibles.

Coincido con Mounk cuando invita a enfrentar con valor las posiciones que se asumen como verdades morales indisputadas. Reconoce que muchos no lo hacen por temor a perder amigos o sabotear sus carreras, pero nos advierte que si permitimos que una minoría de activistas destruya lo que se ha preservado por siglos, seremos partícipes de su destrucción. Si no defendemos la pluralidad de las visiones, todos seremos víctimas del fundamentalismo… hasta los fundamentalistas.

Investigador de El Colegio de Veracruz y magistrado en retiro. @DEduardoAndrade

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