Los debates entre candidatos que fueron un promisorio instrumento para elevar la calidad de la democracia, en todas partes han acabado atentando contra ella al convertirse en un show mediático promovido como una pelea de box para ver quién es más agresivo o insolente. Al menos hay que reconocer que en el del domingo los tres “contendientes” se portaron correctamente y no hubo interrupciones; lamentablemente se dedicaron más a señalar lo que la adversaria hizo mal en el pasado, en lugar de decirnos lo que harán bien en el futuro.

La superficialidad caracteriza a estos ejercicios. Argumentar sobre la base de quién se tomó fotos con quién y sacar cartoncitos como si los ciudadanos fuéramos niños me parece ofensivo, peor si no saben presentarlos y ponen el escudo nacional de cabeza, como le pasó a Xóchitl, cuyo error excusable se volverá una imagen para ridiculizarla diciendo que así pondría al país.

Entre las dos aspirantes, un tercero en discordia que para darse a conocer necesita decirnos el apelativo con el que lo tratan desde niño y su posición se centra en que “las dos son iguales” y él es distinto porque la nueva política consiste en mantener una mueca congelada en la cara que pretendía ser sonrisa. Pese a que dijo algunas cosas interesantes, como que debería ser materia de verificación el cumplimiento de las plataformas de los candidatos, estas se perdieron tras el  recuerdo de la forzada sonrisa pintada en su cara.

El que los analistas digan que ganó Claudia porque no perdió, tiene sentido en cuanto a la comparación con un campeón que sube al ring con reconocida superioridad, al que le basta con sobrellevar los rounds —lo cual hay que reconocer que logró con habilidad— pero ello es la muestra de que los debates no sirven para lo que deberían y se centran más en lo superfluo sin impactar significativamente el voto porque los oyentes son los interesados en la política, que suelen ser una minoría de la población la cual tiene la certeza de que ganó su favorita.

Para colmo el formato fue desastroso. Desde una escenografía distractiva, hasta fallas graves en la medición del tiempo. Esta se convierte en una camisa de fuerza no solo para los candidatos, también para los conductores atados a hacer preguntas absurdas, al extremo de que una experimentada periodista como Denisse Maerker se viera como novata.

Un aspecto más digno de análisis es el rechazo de Xóchitl a los partidos. Sería válido si fuera una candidata independiente, pero implica una profunda incongruencia pues ha sido electa varias veces por el PAN; la candidatura con que compite fue registrada por tres partidos que ponen los recursos para la campaña y son sus miembros y simpatizantes los que trabajan en campo a su favor. Poco entusiasmo pondrán si saben que su candidata los desprecia. Además, no se puede gobernar sin el apoyo de los partidos en el Legislativo. ¿Cómo puede conseguir reformas legales sin tener en cuenta a los legisladores que provienen de sus partidos?

Se podría haber discutido a fondo el papel de los partidos, el sistema de salud o el educativo, pero ante la imposibilidad de desahogar un asunto en serio, todo quedó en un ejercicio insustancial y aburrido. Si por mi profesión e interés no tuviera que verlo, hubiera cambiado a otro canal a los pocos minutos.

Magistrado en retiro y constitucionalista.

@DEduardoAndrade

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