El coronavirus ha propiciado un no intencionado experimento a nivel global. La pandemia ha convertido a los asuntos internacionales en un gran laboratorio. Actualmente, podemos identificar algunos de sus experimentos: la respuesta mundial a la pandemia; el multilateralismo y la cooperación internacional; el liderazgo estadounidense; la influencia de China; el “propósito” de la Unión Europea; el cambio climático y la urgencia a la “transición verde”; el comercio digital, y el regreso del Estado frente a la democracia y las libertades, por mencionar algunos.

Decir que el virus es un fracaso de la globalización es una afirmación simplista. La globalización es un fenómeno bastante complejo por lo que no se le puede culpar del todo. En pocas palabras, es un proceso multisectorial que puede moldearse de diferentes maneras.

Pero si algo es evidente en su ritmo y su pronta propagación, es que esta epidemia tiene un nuevo aspecto: nuestro mundo está definido por pequeñas acciones. Antes, lo que podía pasarle a un campesino chino de la dinastía Ming, casi no tenía impacto fuera de aquel país. Ahora es todo lo contrario: un solo apretón de manos en Wuhan puede cambiar el destino del planeta. Así, la responsabilidad individual que se pensaba “aplastada” por la lógica de la globalización se ha invertido paradójicamente. Ha devuelto a lo local y a lo individual, una capacidad de influir en el espacio global.

Éste pequeño virus está cambiando al mundo. Ya sea económica, política o sanitaria, los países atraviesan una prueba en común que pone en relieve sus desigualdades y sus consecuencias en concreto. Ante la ausencia de una vacuna y la certeza de su evolución, no podemos predecir cuan larga será esta crisis sanitaria aunque (bien que mal) los gritos de alarma por parte de la comunidad científica han hecho entrar en razón a quienes querían ver al coronavirus como una simple gripa que afecta sólo a un puñado de personas.

Ahora bien, nadie puede escapar el virus. Presidentes, políticos, príncipes, intelectuales, entre otros; lo han adquirido. Es un “virus democrático”. Este virus está exacerbando y saca a flote las más profundas desigualdades denunciando los excesos del neoliberalismo. Nos ha demostrado que las diferencias entre los ciudadanos de un país no puede medirse entre las disparidades de ingresos. Frente al COVID-19, hay varios factores: empleo, exposición al riesgo de infección, edad, sexo, lugar de residencia, tipo de vivienda, nivel de educación, situación familiar, entorno social, acceso a servicios de salud, y un largo etcétera.

Es cierto, el confinamiento nos ha demostrado que es una aventura personal. También ha revalorizado empleos minimizados por muchos: los cajeros, el personal de salud, de limpieza, agricultores, policías y la enseñanza. Por ejemplo, mientras madres y padres trabajan a distancia (si tienen suerte) deben continuar con el trabajo escolar de sus hijos al mismo tiempo. Ni siquiera somos iguales en la desigualdad.

Bajo el sol, nada es nuevo y esta pandemia es un pequeño “congelamiento” y todavía no sabemos medir el trauma causado por el virus, pero sin duda, ayudará a los individuos a adquirir nuevos comportamientos sociales e informando a los expertos y a los responsables de toma de decisiones sobre la nueva complejidad del mundo.

También en esta tormenta en plena globalización, los países se esconden detrás de sus fronteras y adoptan medidas sin consultar a sus vecinos. El Estado está jugando con sus fuerzas y gastando sus energías. La demanda al Estado no es sólo una demanda de seguridad. En las últimas semanas se ha convertido en una exigencia de eficiencia y de transparencia. Para las democracias en particular esta crisis representa una prueba importante sobre cómo actuar sin dañar y sin olvidar sus principios fundacionales. En el mejor de los casos, podría suponer el regreso del estado de bienestar o por el contrario, podría suponer la llegada de otro tipo de virus, muy de moda por cierto: el del nacionalismo autoritario y la sociedad de vigilancia.

El resultado de todos estos experimentos pondrá al mundo de cabeza. Por lo pronto, aún tenemos más preguntas que respuestas, pero el laboratorio esta a toda marcha. En tiempos normales parte de lo que está sucediendo no habría sido posible o no habría sido diseñado a propósito.

Este pequeño virus nos ha hecho importantes revelaciones: hoy en día nos sabemos más vulnerables, nos descubrimos interdependientes y profundamente desiguales. Habrá un antes y un después del virus. Resta saber cuánto nos habrá costado esta revelación y por cuanto tiempo podremos recordarla.

Asociado Joven del Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales (Comexi)
@diegosrdz

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