Hace casi 2 años que imparto clases en la carrera de Derecho, a alumnos y alumnas de 4to semestre. En la primera clase, siempre les pregunto quién se considera feminista. Al principio, se miran entre ellos, dudan y a veces solo una o dos alumnas levantan la mano. El resto parece confundido o indeciso, respondiendo con frases como "no entiendo bien de qué se trata o qué implica" o "no sé lo suficiente como para decir que soy feminista".

A lo largo del semestre, exploramos el feminismo y analizamos sentencias judiciales relacionadas con la igualdad de género. Discutimos sobre el progreso del movimiento feminista y examinamos las diversas formas de violencia y discriminación a las que las mujeres nos enfrentamos cotidianamente. Cuando comparto historias, tanto personales como de otras mujeres, veo cómo mis alumnas asienten con la cabeza y todas terminan compartiendo alguna experiencia de abuso o discriminación similar. En mi corta experiencia trabajando con alumnos más jóvenes, me doy cuenta de que las nuevas generaciones comienzan a cuestionar desde una edad más temprana los roles y estereotipos de género, coincidiendo en la idea de que debe existir igualdad entre hombres y mujeres. Si es así, entonces, ¿por qué les cuesta tanto asumirse como feministas frente a un salón de clases?

Este rechazo a identificarse como feministas, ya sea por vergüenza, miedo, duda, ignorancia u otras razones, desde luego no es exclusivo de mi salón de clases. Es algo que he sentido personalmente y que he observado en otras mujeres a lo largo de los años. Sin duda, hay personas que no se consideran feministas porque no están de acuerdo con el movimiento o no desean cambiar el status quo que les ha beneficiado durante toda su vida.

Sin embargo, en mi experiencia, el rechazo a asumirse como feminista se debe en gran medida a la percepción negativa que se ha creado en torno al feminismo, por parte de aquellos que se han beneficiado de estos privilegios y que han pintado al feminismo como algo negativo, radical, extremista, comparándolo incluso con una pandilla peligrosa.

Además de esta percepción externa, entre nosotras mismas hemos creado un “feministómetro” sobre lo que le está permitido hacer, decir, opinar o actuar, a una feminista, en ocasiones con ideales tan inalcanzables que pensamos que para asumirse feminista hay que dominar la teoría y pasar un examen. Pues de lo contrario, si te llamas feminista pero no actúas conforme a los estándares del feministómetro, que te exigen ser una mujer completamente independiente, empoderada y segura de sí misma en todo momento, que todo lo sabe resolver sola, que sabe cambiar llantas y jamás pide ayuda a un hombre, que te exige ser exitosa profesionalmente y ser mamá solo si eso no va a interferir con tu carrera profesional; nunca vestirte demasiado femenino, ni ver películas o consumir nada que tenga que ver con amor romántico, ser fanática del fútbol femenil y nunca expresarte negativamente de otras mujeres, pase lo que pase, pues si lo haces, corres el riesgo de no ser lo suficientemente coherente, ni lo suficientemente feminista. Y eso, creo, debe de cambiar ya.

El feminismo simplemente busca la igualdad entre hombres y mujeres. El feminismo reconoce las desigualdades y violencias basadas en el género, y busca cambiarlas. Si estás de acuerdo en que las mujeres y los hombres deberíamos recibir igual pago por el mismo trabajo y tener los mismos derechos en todos los ámbitos, entonces, te tengo noticias: eres feminista.

Sin duda, dentro del feminismo hay matices. Para algunas, el tema central es la despenalización del aborto, para otras será la eliminación de la brecha salarial. Algunas luchamos por la seguridad en las calles, por un sistema de justicia eficiente y por la eliminación de los roles de género y las conductas machistas. En otros países, la lucha se centra en el acceso a la educación, la abolición del matrimonio infantil o la mutilación genital femenina, entre otros temas. Y sí, el feminismo puede ser complejo, pues existe una amplia gama de perspectivas y enfoques, pero lo que tenemos que entender es que todos tienen el mismo objetivo común: lograr la igualdad de género.

Quizás esté pecando de simplista, y no niego que el feminismo implique también un conocimiento de su historia, sus distintas corrientes y sus protagonistas, pero lo que creo que es aún más importante reconocer y que debe ser el punto de partida, es que no todas las mujeres venimos del mismo contexto, no hemos tenido las mismas oportunidades, no hemos sido educadas de la misma manera y no hemos vivido las mismas experiencias. Por ende, no podemos juzgar cómo otra mujer vive su propia versión del feminismo, ya sea que le llame feminismo o no.

Confieso que yo misma me he encontrado usando el feministómetro al juzgar a otras mujeres, por “no hacer nada más” que dedicarse al hogar y dejar de lado su carrera profesional. Confieso que me frustro al pensar: “Pero si ha habido tantas antes que nosotras que lucharon para que, al fin, puedas ser libre, dejar de depender de tu esposo y dedicarte a una vida profesional. Si tus circunstancias te permiten esa opción ¿por qué no lo harías?” También me frustra pensar que hay mujeres que están en contra de la despenalización del aborto, o que no les interesa marchar este 8 de marzo. Lo admito, no las entiendo y me frustra saber que allá afuera hay mujeres que no están usando todo su privilegio, ya sea económico, político, o de cualquier tipo, para alzar la voz en contra de la violencia e impulsar a otras mujeres.

Sin embargo, hoy entiendo que cada persona lucha desde su propia trinchera, en su propia versión, y con sus propias herramientas. En lugar de imponer criterios estrictos sobre lo que debería una feminista, debemos promover un ambiente de apoyo mutuo y respeto, donde las mujeres se sientan libres de expresarse de manera auténtica, sin temor a ser juzgadas. Esto implica reconocer y valorar las diversas formas en que las mujeres eligen vivir sus vidas, sin imponer una única narrativa o conjunto de expectativas.

Porque precisamente lo que busca el feminismo es eso: lograr que cada mujer pueda ser quien quiera ser, sin que la sociedad le imponga otra cosa. Hoy invito a reconocer y cuestionar nuestros propios feministómetros, y a reconocer a todas las mujeres que, -aunque no se identifiquen como feministas- desde sus trincheras y en su propia versión, han contribuido a este movimiento que poco a poco ha logrado crear un país más libre y más justo para todas nosotras.

@daniancira

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