A medida que nos acercamos al día de los comicios presidenciales en Estados Unidos, cuatro de los llamados estados bisagra se perfilan en particular como focos de tensión y litigio político-electoral. Uno ya lo fue en el pasado reciente, mientras que los otros se encaminan a un contencioso potencial como resultado de la polarización política y social, los efectos colaterales de la pandemia y un mandatario resuelto a reventar la democracia estadounidense.

En la elección presidencial de 2000, Florida -después de una querella por irregularidades en las boletas que llegaría hasta la Suprema Corte y un fallo en contra de la posibilidad de un recuento “voto por voto, casilla por casilla”- le dio a George W. Bush el estado -y la presidencia- por apenas 537 votos (de un total de 6 millones de votos en el estado). A partir de ese momento, Florida se erigió en estado bisagra clave. Con 29 votos electorales (el cuarto estado con el mayor número, le otorgarán dos votos electorales más después del censo de 2020), Florida ha votado, por márgenes muy cerrados, por el candidato presidencial ganador desde 1992, jugando un papel central en decantar el resultado en el colegio electoral a favor del vencedor. En 2016, Donald Trump se la llevó por 200 mil votos, o un margen de victoria de 1.1 por ciento; Barack Obama ganó el estado en 2012 por 0.8 por ciento, un margen menor al obtenido en su primera elección en 2008, de 2.8 por ciento. Esto refleja un estado prácticamente partido a la mitad: mientras que el 37 por ciento de sus votantes se registran como Demócratas, 35 por ciento son Republicanos. Todo indica que Florida -con ambos candidatos instalados hasta el momento en un cuasi empate técnico en el promedio de encuestas- volverá a ser, en 2020, un estado decisivo que zanje si Trump se reelige o no.

Y lo que ocurra el 3 de noviembre ahí estará determinado en buena medida por cómo se comporte el voto hispano. Para estos comicios, el grupo de votantes elegibles del país incluye, por primera vez, a más hispanos que afroamericanos. Sin embargo, es probable que los votantes afroamericanos superen en número a los hispanos en las urnas, principalmente porque los afroamericanos tienden a votar en porcentajes más altos y porque los hispanos están más divididos entre los dos partidos: alrededor del 25 por ciento se identifican o están registrados como Republicanos mientras que poco más del 60 por ciento son Demócratas, comparado con los afroamericanos, 90 por ciento de los cuales se identifican como Demócratas.

Hoy en el estado, son los votantes hispanos los que están creciendo más rápidamente y ya representan el 16.4 por ciento del electorado ahí, un incremento importante en los últimos dos años, cuando en la elección presidencial de 2016 representaban el 15.7 por ciento del total de votantes registrados. Los puertorriqueños han sido el grupo de origen hispano que más ha crecido en el estado durante la década pasada, y como resultado del huracán María que en 2017 asoló a Puerto Rico, más de 100 mil de ellos se han reubicado en Florida, la mayoría asentados en el corredor de la carretera interestatal 4, que va de costa a costa, de Tampa a Orlando. Fue ahí donde Trump le arrebató Florida a los Demócratas en 2016. Los puertorriqueños no pueden, si viven en Puerto Rico, votar por el presidente en una elección general, pero si radican en alguno de los cincuenta estados sí pueden ejercer su derecho al voto. El votante puertorriqueño invariablemente se decanta de manera abrumadora por el Partido Demócrata. Trump perdió con estos votantes por más de 20 puntos en los comicios anteriores; 71 por ciento del total de votantes hispanos en el estado votó por Clinton. Pero en cambio, Trump obtuvo el 54 por ciento del voto cubano-americano en Florida. En esta ocasión, no hay que ser oráculo para saber cómo votarán aquellos puertorriqueños que se hayan registrado para hacerlo en el estado en respuesta a la manera deplorable en la cual el propio Trump actuó ante las labores de rescate en la isla después del huracán, Por ello, es fundamental que Biden atraiga y movilice a las urnas a los votantes hispanos que no son cubano americanos; podría ser la diferencia entre ganar o perder un estado crítico y gobernado por uno de los gobernadores republicanos más inescrupulosos y más sicofantes de Trump en el país.

Pero Florida no será en 2020 la única entidad que podría detonar una crisis política en los días posteriores a esta elección, tal y como ya ocurrió en la de 2000. Entre los estados bisagra más importantes que determinarán en un mes el saldo en el colegio electoral se encuentran tres estados que previsiblemente no puedan dar resultados y declarar un ganador la misma noche del 3 de noviembre. Y es que en Michigan, Pensilvania y Wisconsin -que Trump le despojó a los Demócratas en 2016 por un total de 70 mil votos repartidos entre los tres estados- se prevé un aumento significativo en boletas enviadas por correo postal como resultado de la pandemia. A diferencia de Florida que sí permite la contabilización de boletas enviadas por correo postal de manera previa al día de la elección, en estos tres estados solo se pueden comenzar a contar las boletas remitidas por correo (y recibidas hasta la noche previa a los comicios) a partir del arranque de la jornada electoral, y el procesamiento de las boletas implica desde abrir sobres y desdoblar o aplanar boletas que se hayan arrugado como resultado de su manejo y transporte en el correo, hasta verificar las firmas de los votantes. El conteo se dilatará, y eso creará una acumulación de millones de boletas que prolongarán el proceso durante días después del cierre de las urnas. Se estima que en este ciclo electoral, hasta 80 millones de estadounidenses podrían optar por emitir su voto vía correo (tres cuartas partes del electorado es elegible, en gran medida como respuesta al impacto de la pandemia), una cifra récord.

Para complicar aún más el cuadro, en estos estados en los que Biden va por delante en las encuestas (las más recientes de este fin de semana a nivel estatal de ABC/Marist Poll tienen a Biden 8 y 10 puntos porcentuales arriba en Michigan y Wisconsin, respectivamente, mientras que una de Fox News en Pensilvania de la semana pasada tiene al ex vicepresidente 7 puntos adelante), es muy probable que después del cierre de casillas el conteo inicial se incline a favor de Trump gracias al voto presencial en las zonas rurales predominantemente Republicanas de esos tres estados, para luego revertir tendencias a medida que los votos por correo postal, abrumadoramente de Demócratas, sean contabilizados en los días subsecuentes a la jornada electoral. Eso es lo que explica la embestida de Trump contra el voto por correo, la reducción y canibalización de recursos al Servicio Postal de EE.UU que podrían complicar aún más el procesamiento de las boletas y las medidas activas de supresión del voto en estos tres estados más Florida (sobre todo de nuevos votantes puertorriqueños), y lo que hace aún más preocupantes las declaraciones de Trump en el sentido de que no sabe si reconocerá el resultado, si se compromete o no a una entrega pacífica del poder y que solo perderá si hay fraude electoral.

El vacío de información que bien podría generarse la noche de los comicios, el hecho de que seguramente amanezcamos sin un ganador el 4 de noviembre, un conteo que probablemente se inclinará a favor de Biden en los días subsecuentes en estados tan cerrados y tan críticos como Florida, Michigan, Pensilvania y Wisconsin, y un presidente al cual le pican los dedos para tuitear “¡fraude!”, auguran un escenario volátil que podría incendiarse con el pirómano en jefe que hoy ocupa la Casa Blanca. Debemos estar preparados para que este año, el Día de la Elección sea suplantado por la semana -o incluso más tiempo que eso- de la elección.

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