En alguna de las entrevistas que componen el documental Friedkin Uncut (Zippel, 2019), homenaje en vida a la extraordinaria obra de William Friedkin, el director de El Exorcista declara que abordó esta cinta desde la fe. Y más aún, desde la clara conciencia de que esto era en el fondo una película optimista, porque si el mal existe, entonces por fuerza debe existir el bien.

Recordé esa declaración de Friedkin al final de ‘Cuando Acecha la Maldad’ (2023), la más reciente cinta del cineasta argentino Demián Rugna. Y es que, si hay un gran ausente en esta cinta es la esperanza. Nada en el quinto filme de Rugna apunta que haya bondad por ningún lado.

Cuando Acecha la Maldad es un viaje veloz, directo y sin escalas hacia el infierno. El guion (a cargo del propio Rugna) nos sitúa de inmediato en escenarios absolutamente horribles donde la palabra perturbador resulta insuficiente para describirlos.

La película no concede tregua al espectador, lo ataca de inmediato con imágenes asquerosas y horribles que, a no menos de cinco minutos de iniciada la película obligan a voltear fuera de la pantalla ante el horror que se muestra. Pero Rugna embiste no solo con la imagen, el guion juega con el espectador no explicando exactamente qué está sucediendo en este pueblo sin nombre de la Argentina profunda.

Dos hermanos - Pedro (Ezequiel Rodríguez) y Jimi (Demián Salomón)- viven en una cabaña a las afueras de un pueblo, en la noche escuchan disparos y van a investigar. Encuentran a un hombre cercenado, entre sus pertenencias está la identificación de una mujer que vive en el mismo pueblo, junto con sus dos hijos. Al visitarla observan que uno de ellos ha sido “encarnado”. El hombre en cuestión es un gordo enorme, postrado en la cama, lleno de pústulas, ronchas, llagas y pus, por todo el cuerpo, los ojos rojos, hinchados, una visión indescriptible.

Los hombres casi se enloquecen, ¿cómo es que tienen a esta persona ahí?, peor aún, lleva años en esa condición y ninguna autoridad del pueblo se hizo cargo, han dejado crecer el asunto sin que nadie hiciera nada. Los dos hermanos acuden a la policía pero la respuesta es obvia: burocracia, incredulidad, valemadrismo.

Pedro y Jimi se ven obligados a tomar cartas en el asunto. Junto con Ruiz (Luis Ziembrowski) -un terrateniente del lugar- enloquece ante la posibilidad de tener un “embichado” cerca. Junto con los hermanos decide resolver el problema con sus propias manos, lo cual evidentemente no saldrá nada bien.

¿Pero qué es un encarnado?, ¿por qué todos en el pueblo se ponen histéricos ante su presencia?, ¿es una condición contagiosa?, ¿estamos ante el demonio mismo?

Con toda crueldad, el guion está diseñado para ir descifrando poco a poco la naturaleza de este fenómeno, las consecuencias y sus reglas. Eventualmente llegarán las explicaciones mediante alguna escena de exposición perfectamente justificada, pero eso sucederá luego de media película, mientras tanto Rugna nos pone en ruta con destino a la desesperanza absoluta.

El mal carece de sentido, y ése es el tipo de maldad que se retrata en esta película, uno que lo contagia todo y por ende todo es una potencial amenaza: los animales, los vecinos, tu ex esposa, tu perro y hasta tus hijos. Rugna (como Friedken en su momento) no busca filosofar al respecto, lo suyo es mostrar, una y otra vez, escenarios de horror que nos golpean porque son cercanos.

¿Es este caos una metáfora sobre la condición de horror que vive la Argentina moderna? (Vean nomás la cifra de tres dígitos que tienen de inflación).

¿Es esto una alegoría más sobre los años que vivimos en paranoia absoluta por la pandemia?

No queda claro, en todo caso el director no se detiene tampoco aquí.

Resulta fascinante y digno de mención la forma en como el cineasta arma los diferentes escenarios ominosos de la película: la música, el encuadre, las ecuaciones, las voces, incluso las palabras que muchas veces no se entienden (no por nada en México la película lleva subtítulos a pesar de estar hablada en español), todo suma a esta sensación de constante peligro donde todo, absolutamente todo te puede matar.

En un famoso ensayo de Gabriel Zaid (La Maldad porque sí, Letras Libres, 2003), el escritor menciona que la naturaleza del mal es contradictoria. “Sobre el mal no puede construirse nada, el mal es autocontradictorio y autodestructivo, no puede prevalecer.”

Curiosamente esa característica también forma parte del filme de Rugna. Hacia su último tercio las reglas dejan de ser claras, el exceso comienza a pesar, las atmósferas pierden efectividad ante la insistencia de seguir en este juego gore de shock value.

Sin importar nada, Rugna sigue derecho, sin freno alguno. Esa determinación podría ser su mayor mérito y su principal defecto. Me queda claro que, a diferencia de Friedkin, el argentino no tiene un ápice de optimismo, pero como también dice Zaid, sobre el mal puro y sin sentido no puede construirse nada. Por ello El Exorcista sigue siendo grande, y por ello esta cinta se pierde en su propio juego de sinrazón.

Me sospecho que el único objetivo de Demián Rugna era trastornar, inquietar y alterar al público una y otra vez. Eso sin duda lo logra, y con creces.

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