La migración como un fenómeno natural en busca de supervivencia. La maternidad, la paternidad y la crianza. La pertenencia a una comunidad y la existencia individual. El vínculo entre las especies. La belleza de la biodiversidad. La aventura del peregrinaje en cielo, mar y tierra. La poesía en la mirada. El poder de las historias bien contadas. Todo eso reúne Nómadas, un documental que retrata a México como refugio para la vida de millones de seres vivos desde tiempos ancestrales.

Se trata de un documental mexicano, escrito y dirigido por Emiliano Ruprah y producido por Paula Arroio, que por fin puede verse en salas. Realizado con el apoyo de FEMSA a través del estímulo fiscal EFICINE, fue candidato a un Emmy por su versión televisiva y ganó el premio a la mejor película en el Widlife Conservation Film Festival (2020), entre otros reconocimientos. Sin embargo, la pandemia detuvo su distribución. Y junto a las Monarca, las ballenas grises, los elefantes marinos, los flamencos, las tortugas marinas y todas las especies que retrata, llega a la Cineteca Nacional, donde podrá verse toda esta semana para luego emprender una travesía por cinetecas estatales y destinos rurales, escuelas y pantallas en áreas naturales protegidas.

Nómadas cuenta historias. Narrada en voz de Sasha Sökol, me recordó a la infancia cuando escuchaba cuentos cuyos protagonistas eran animales, desde grandes elefantes marinos hasta ratones del desierto y mínimos insectos. Es una especie de crónica de aventuras cargada de poesía visual y auditiva. Recorre mares, cuevas, desiertos, bosques, manglares, selvas y playas de México (desde Baja California, Sonora, Michoacán, Oaxaca, Campeche y Quintana Roo hasta Yucatán), y sus protagonistas son madres y padres con sus crías a cuyas vidas se les da seguimiento, con sus momentos más conmovedores y también tristes o angustiantes. Porque en la lucha por vivir, los depredadores están al acecho. La impecable fotografía y la música de Jacobo Lieberman y Leonardo Heiblum mantienen las emociones encendidas. Acompañan en su danza a las mobulas que forman grandes espirales submarinas para luego saltar hasta tres metros en busca de una pareja en el Mar de Cortés; a la ballena gris con su ballenato que desde la Laguna de San Ignacio le enseña a nadar y a emprender su regreso al Ártico. Le dan dramatismo coreográfico a los flamencos rosados que, en la Isla Lagartos, ejecutan la “Danza del sacrificio”, o a los cangrejos pelágicos que en Bahía Magdalena se aferran a la vida en medio de las corrientes marinas.

Una de las historias más reveladoras es la del rol del padre en la crianza de sus polluelos, en la comunidad de flamencos, cuando la madre se ausenta. Sorprendente la crianza materna de murciélagos en grandes cuevas del Desierto de Pinacate y su romance vital con las flores, o el juego de coatíes y mapaches en los manglares; los monos araña, madre e hija, que habitan los árboles de Calakmul… Y el heroísmo de una tortuguita marina y sus hermanos para llegar al mar en las costas de Oaxaca.

La cinta toca dos temas centrales de la vida contemporánea: la migración y la conservación de los ecosistemas como un asunto de sobrevivencia en el planeta. La belleza del documental asalta la mirada, pero también la conciencia. Porque el mundo pierde tres especies vivas cada hora, 10 mil cada año. Y México ocupa el tercer lugar de países con más especies en extinción. Películas como ésta lo advierten con la misma sutileza con la que rinden homenaje al trabajo de guardaparques. Y confirman que la alianza del Estado y la IP puede dar frutos de esta calidad. Pero necesitan, como las especies, un ecosistema acogedor.

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