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Recién abandonaba el velorio, el gobernador Carlos Mendoza recibió el reclamo de familiares del ómbudsman asesinado, Silvestre de la Toba Camacho: “¿Qué va a hacer señor gobernador?, ¡eh!, ¿no le duele?, está dando la cara política nada más, ¡soluciones es lo que tiene que dar. Soluciones!”.

El mandatario llegó a las 10:00 horas y abrazó a familiares y compañeros del presidente de la Comisión Estatal de Derechos Humanos, cuyos restos y los de su hijo se encontraban en sus féretros.

Tras montar una guardia de honor, junto a varios colaboradores, el mandatario estatal salió y se disponía a responder preguntas de la prensa cuando dos primos de la víctima comenzaron a gritar que declarara en la calle.

Visiblemente consternados, lo increparon. Criticaron que respondiera a los medios.

“Está dando la cara política nada más. Entrevístenlo en la calle, ahí donde debe estar el gobernador”. El gobernador, nervioso, sólo atinaba a decir: “Lo siento. Entiendo”. Pero las demandas siguieron.

“Creí que tenía la forma de resolver este problema, pero no. Acaban de matar a una persona inocente y se llevaron a su hijo también. Silvestre era mi primo y era una persona intachable. Al pueblo le está doliendo”, siguió el familiar, mientras el gobernador reviró y con voz entrecortada expresó: “Me está doliendo. Era mi amigo”.

Mendoza Davis se retiró, pero antes declaró que no habrá impunidad en el asesinato del ómbudsman y pidió a la sociedad no amedrentarse ante la situación, incluso, pese a las narcomantas que han aparecido en las que un grupo criminal presuntamente se adjudicaría el homicidio y lanzaría amenazas.

“Es una realidad, esas mantas existen, quiero decirles que me preocupan, pero no me amedrentan, habré de seguir trabajando como lo he venido haciendo para garantizar el compromiso que asumí para darle tranquilidad a Baja California Sur”. Afirmó que “la entidad enfrenta una crisis que es innegable, pero se trabaja para superarla, tener mejores policías, instituciones, mayor coordinación y traer resultados”.

Pasaban las 10:00 horas. Temor y desconcierto son los sentimientos que se percibían al instante en los amigos y familiares, compañeros de Silvestre de la Toba, el ómbudsman acribillado junto a su hijo, Fernando, quien lo acompañó en las últimas horas.

Dulce, su asistente, con el rostro desencajado, iba y venía. Afinaba detalles. Pidió un médico para uno de los familiares que se sintió mal. “Están devastados”, alcanzó a decir. Padre e hijo, en dos féretros de madera, con sus fotografías y flores de fondo, recibían a los rostros temerosos y tristes que se acercaban poco a poco a decir unas palabras en voz baja para ambos, que derraman lágrimas. Abrazos, aliento, por momentos enojo y rabia, dentro y fuera de la sala, en el patio. Así transcurrieron las horas en el velorio de Silvestre de la Toba, el primer ómbudsman asesinado en el país.

“Es que esto no puede ser, cabrón. No me lo creo. Estoy muy enojado. Ese día le hablé a medio mundo para exigirles que hagan algo. Era mi compa”, dijo René, quien era el encargado ese día de llevar el mariachi a la casa de Silvestre para el festejo de cumpleaños de su esposa.

El ómbudsman se había ido a “hacer tiempo”, mientras en casa su familia y amigos cercanos preparaban la fiesta sorpresa. Monitoreaba con su celular los detalles, pero de pronto, dejó de comunicarse.

Su familia se asustó más cuando una de sus hijas, quien lideraba la organización del convivio, observó una transmisión en vivo de una “balacera”, decían un reportero en su cuenta de Facebook.

“Su hija vio la camioneta y la reconoció. Venía para su casa. Yo llevaba el mariachi. Me dijo que fuéramos a revisar. Silvestre no contestó los mensajes”.

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