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Con el corazón acelerado y los labios resecos, Sol llegó a Alternativas Pacíficas, uno de los 72 refugios en México que apoya a mujeres que sufren violencia.

Tenía miedo de que su entonces esposo cumpliera las amenazas de matar a sus papás y hermanos si no le decían en donde estaba, por eso huyó de su hogar con lo más valioso para ella: sus dos hijos.

“El miedo me aplastaba el pecho, se me salían las lágrimas sin darme cuenta, temía porque mis papás fueran víctimas de sus golpes.

“Muchas veces, mientras me pegaba, le gritaba que lo dejaría y me daba con más fuerza, me advertía que si me salía de la casa me encontraría y me mataría, y si no daba conmigo, mi familia iba a pagar”.

En cuanto pisó el refugio se sintió segura, trató de no pensar en sus papás: “Me encomendé a Dios y después el personal me ayudó a contactar a mi familia y supe que estaban bien. Tengo años sin verlos, pero estoy segura de que nada malo les ha pasado”.

Por más de cuatro meses, Sol vivió ahí, después encontró un empleo y ahora vive con sus hijos, el mayor está por concluir la secundaria.

“En Alternativas Pacíficas aprendí que debo amarme como soy, que valgo mucho, sé que nada puede detenerme, soy capaz de sacar a mis hijos adelante. No debo aguantar ningún tipo de maltrato”.

A tres años de su estancia en el refugio, la mujer, quien cambió su nombre a Sol, lamentó que los recursos de estos centros estén en riesgo y pidió al gobierno no dejar de apoyar a miles de mujeres que no tienen otra opción mas que huir.

“Cuando llegué a pedir ayuda, era otra, miedosa, insegura, deprimida, con mi autoestima por los suelos, no comprendo cómo permití tanta violencia, golpes y humillaciones. Ahora miro a los demás siempre con la cabeza en alto, y eso lo logré con el apoyo del refugio que me dio techo, comida y cariño.

“Espero que no quiten el dinero, estoy segura de que muchas mujeres necesitan ayuda así como yo la necesité. Sería muy triste que no tengan una puerta para tocar”.

A su petición se sumó Clara, quien vivió en un refugio de Chihuahua en 2017, entonces tenía 24 años. Al lugar llegó golpeada y muy triste porque su novio la contagió del virus del papiloma humano y en lugar de acompañarla en el tratamiento, le pegó “hasta el cansancio”.

Una amiga le contó del refugio: “Me abrió los ojos, yo no creía que necesitaba ayuda. La directora del refugio me apoyó para sentirme segura, a tomar mis decisiones y a entender que nadie debía ponerme un dedo encima y mucho menos obligarme a tener relaciones sexuales sin condón”.

En la actualidad, Clara estudia sicología porque sueña con devolver un poco de la ayuda que le dieron y convertirse en voluntaria en uno de los refugios para mujeres destinados a atender a las víctimas de violencia extrema.

“Quiero aportar algo, por eso me preparo, ojalá que no dejen sin recursos a los refugios, espero tener la oportunidad de ayudar en uno de ellos”, concluye.

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