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Cuando apenas acaban de salir los primeros rayos del sol, un pequeño ejército de personas se arremolina en los improvisados basureros de los cientos de naves que hay en la Central de Abasto de la Ciudad de México para poder revender toneladas de fruta y verdura que son desechadas a todas horas por locatarios del que es considerado el mercado más grande del mundo.

EL UNIVERSAL entrevistó a estos vendedores irregulares que se localizan a unos metros de improvisados basureros para poder observar cuando los comerciantes desechan los alimentos que, en su mayoría, sólo tienen algunos golpes o no reúnen las intensidades de color para que sean atractivos para los compradores.

Hombres y mujeres hacen de la basura de frutas y verduras un negocio para poder “medio sobrevivir” ante la situación económica que hace que ellos y los compradores encuentren la forma de ganar y ahorrar dinero.

“¿Quiero oler bonito o comer?”. Junto a una torre de huacales de madera, María Sofía Ugalde observa detenidamente si algún comerciante tira verduras para ir de inmediato a recogerlas, limpiarlas y poder venderlas a precios más bajos de los que se ofertan en locales establecidos.

Desde hace 15 años su rutina ha sido la misma, “me levanto a las cinco de la mañana para llegar a la Central [de Abasto] una hora después y recoger enseguida los productos. Aquí si no te pones pilas, te ganan todo y no vendes nada”.

Con sus uñas cortas trata de quitar la mayoría de “imperfecciones” de unos ajos que hace unas horas fueron tirados en el basurero contiguo, donde un perro trata de encontrar algo de alimentos, junto con dos personas que también hacen lo mismo.

“Las manos te quedan oliendo a ajo por horas, pero eso no importa, ¿quiero oler bonito o comer? Prefiero mil veces comer que tener unas manos perfectas y sin olor o que no estén sucias”, comenta.

Debido a que “ya es grande” tuvo que dejar su trabajo como trabajadora del hogar, en el que ya no lo contrataban, así que sacar alimentos de la basura fue la mejor opción que encontró para sobrevivir y apoyar a su hija.

“Ya no me daban trabajo por mi edad, decían que estaba grande y que era mejor que me fuera a mi casa, pero, ¿a qué me voy a mi casa?, ¿quién me mantiene? ¿Quién le da de comer a mi hija? Mucha gente le ha de dar fuchi hacer esto, pero es una forma honrada de ganar dinero.

“¡Llévese su bolsa de ajos a 20 pesos!”, grita en el pasillo oscuro ante la mirada indiferente de personas y ante el constante paso de diableros que pasan con sus carritos a unos milímetros de sus cubetas con los alimentos recogidos de la basura.

Mary dice no saber hasta cuándo se dedicará a vender en la Central de Abasto. Lo único que sabe con seguridad es que a sus 62 años, todos los días tiene que subirse a los basureros del mercado más grande del mundo para obtener un ingreso económico y poder sobrevivir.

“¿Vivir con lo que aquí se gana? Dirá sobrevivir, porque no alcanza para casi nada  porque todo está caro y más o menos vamos sobrellevando la vida que cada día está mas cara”.

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