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La extorsión significa muchas cosas, te sientes vigilado, perseguido. Te encierras, haces de todo para que no te encuentren, para que no te secuestren. Te escondes, cierras tu negocio y, cuando puedes, huyes. Después guardas silencio.

Fueron tres días en los que, a la misma hora, llegaban cuatro hombres a mirar los productos de una tienda en el centro de Chilpancingo, Guerrero. No preguntaban, no compraban, sólo observaban. Pasaban así 40 minutos.

Cuando llegaban, el dueño de este local se encerraba. No quería que lo vieran, que lo reconocieran. Para cuando sucedió esto, habían pasado otras cosas. Meses atrás, un grupo de jóvenes pasaron por una de las calles del centro pidiendo a los empleados de todos los negocios que al día siguiente, a las 6 de la tarde, estuvieran los dueños. Querían hablar directamente con ellos.

Muchos no se presentaron y les dejaron recado: todos los lunes tenían que entregar 2 mil pesos. Muchos no lo entregaron y denunciaron. Policías y militares intensificaron los rondines. Los extorsionadores se ahuyentaron, pero nunca se fueron. Ahí siguen. Vigilando.

“Ya no somos libres, lo que menos queremos es que nos encuentren”, dice el comerciante que no quiere que se conozca su nombre, ni el de su negocio.

A este comerciante lo visitaron los hombres durante tres días y él se escondió dos meses. Nunca más su vida ha sido igual.

No puede atender su negocio personalmente, lo hace de lejos, a través de otras personas. Nunca tiene un día o un horario para aparecerse en su local cuando puede hacerlo. Eso le entristece: de ahí forjó a su familia, en su local vio crecer a sus hijos. Ahora le da temor pisar ese lugar.

El miedo está fundado. En las calles en las que está su negocio ha visto cómo otros han bajado la cortina, porque no pueden pagar la cuota o porque la amenaza subió de tono. En Chilpancingo, según organizaciones empresariales, durante 2016, 94 negocios cerraron, más de 50 dueños dejaron la ciudad y otro número igual fue secuestrado.

Su negocio, dice, está sobreviviendo. Dejarlo en manos de sus empleados ha tenido consecuencias: sus ventas han caído hasta 60%.

“Cuando te agarran no te sueltan”, dice el comerciante y lo explica: “Siempre estamos vigilados, están en todos lados”.

En Chilpancingo, al comerciante no sólo se les extorsiona en su negocio, sino cuando va al banco. “Ahora debemos tener mucho cuidado cuando vamos al banco, muchos de nuestros compañeros han sido asaltados saliendo”.

“Saben las cantidades que se retiran o depositan, porque hay empleados de los bancos que les avisan”, afirma.

Pero los delincuentes no sólo reciben información de los bancos, sino de los mismos funcionarios. En el caso de los empresarios de la construcción, los criminales exigen el monto que representa 10% de la obra, lo hacen, muchas veces, con documentos oficiales en mano.

La extorsión, dice el comerciante, es el primer paso, después viene el secuestro.

En Guerrero, según el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, de enero a julio se han denunciado 96 extorsiones y en 2016 fueron 199.

Estas cifras, dicen los empresarios, no coinciden con la realidad. Los comerciantes no denuncian porque les puede ir peor, porque no confían en las autoridades y porque nunca se resuelve algún caso.

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