La Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) cumplió 45 años sin recursos para crecer ni para recuperar, después de más de dos años del terremoto de 2017, el edificio S y sus laboratorios de investigación científica en la unidad Iztapalapa que resultaron dañados por el siniestro, lamenta el rector de la institución, Eduardo Peñalosa.

En medio del proceso para sobreponerse de la huelga más larga de su historia y del que no conseguirán salir sino hasta 2021, Peñalosa Castro asegura que la universidad está desesperada por la falta de recursos.

“Estamos haciendo nuestro trabajo, pero vemos que hay déficits importantes que se necesitan atender. Lo que como universidad nos desespera o preocupa es que no haya recursos para este crecimiento. La unidad Iztapalapa tiene un problema, al igual que todas las demás, de requerir fondos para avanzar en algunas de las obras”, refiere.

Este año, la UAM celebró el 45 aniversario de su fundación. Actualmente atiende a 58 mil estudiantes, pero a lo largo de su historia ha logrado egresar a más de 179 mil en un modelo que, en su momento, fue innovador y que en la actualidad continúa siendo único: la totalidad de sus profesores realiza labores de investigación y es de tiempo completo, además de que más de 30% de ellos pertenecen al Sistema Nacional de Investigadores.

Para el ejercicio fiscal 2020, la UAM contará con un presupuesto similar al que se le aprobó en 2019: 7 mil 300 millones de pesos más un incremento de 3.2% que corresponde a la inflación.

Aunque no se ha reducido el gasto, tampoco permite crecer ni avanzar en proyectos como la reconstrucción del edificio S de la unidad Iztapalapa, detenido desde hace dos años. La situación es desesperante, afirma Peñalosa.

¿Cómo llega la UAM a sus primeros 45 años de vida?

—Fortalecida. Ha habido instancias externas que han hecho saber que [la UAM] va bien en la responsabilidad social, incluso en un ranking del Times Higher Education salimos como la primera universidad en este tema. Somos una de las mejores [casas de estudio] del país.

A pesar de la huelga, llegamos a este aniversario bien y fortalecidos, con ímpetu. No fue tan fuerte el impacto de la poshuelga. Muchos esperaban que fuera devastador, pero no lo fue tanto.

¿Se logró recuperar la UAM del proceso de huelga?

—Vamos recuperándonos de manera gradual. Para 2021 vamos a seguir recuperándonos en el calendario escolar, proyectos y actividades que se truncaron, pero estamos trabajando de manera programada para lograr este impacto en la universidad y que mejoremos.

¿Cuál considera que es el mayor logro de la institución en sus primeros 45 años?

—Ejercer la responsabilidad social con que fue creada. Esa es nuestra mayor fortaleza: somos expertos en investigación sobre el agua; hemos organizado foros y la conformación de redes sobre las violencias estructurales, seguridad alimentaria, energía y sustentabilidad.

¿Cuáles son los pendientes en estos 45 años?

—Si bien somos una universidad innovadora, no hemos terminado de demostrar que estamos en una modernización constante.

Una gran asignatura pendiente es modernizar la docencia y la formación de alumnos, pero ya estamos atendiendo [el tema].

¿Cuál será la apuesta de la universidad para los próximos 45 años de existencia?

—Tenemos que refrendar la responsabilidad social, modernizar la docencia y mejorar la cobertura con calidad y con un costo no muy alto.

En esto último, si bien tenemos que pedir que haya un apoyo por parte del gobierno federal, que no sea exagerado. Nuestro modelo de profesor investigador nos ha permitido impactar en los 170 mil alumnos que hemos formado.

¿Incluye extenderse hacia la educación en línea?

—No 100%. Nuestro nuevo modelo semipresencial toma lo mejor de ambos planes: presencial y en línea. De las actividades, 30% serán presenciales y 70%, en línea. Ya inició la fase piloto. Es una de las apuestas importantes de la universidad.

A veces es complicado adoptarlo de un jalón, pero lo vamos a ir haciendo a través de un proyecto que arranca en Azcapotzalco y Lerma, y cuando se demuestre que funciona, vamos a ir avanzando hacia otras unidades.

¿Cómo ve el panorama para la educación superior?

—Estamos haciendo nuestro trabajo, pero vemos que hay déficits importantes que se necesitan atender. Como universidad, hemos demostrado que tenemos un modelo [educativo] que ha funcionado de la mejor manera.

Lo que nos desespera y preocupa es que no haya recursos para el crecimiento. Por ejemplo, la unidad Iztapalapa tiene un problema, pues requiere fondos para avanzar en obras. Más de 3 mil alumnos no tienen un lugar fijo.

Hablamos de laboratorios, pues se dañó el edificio S durante el sismo del 19 de septiembre de 2017, además de otros dos inmuebles que se encuentran en obra negra: los de ciencia y tecnología.

Tenemos necesidades y estamos trabajando fuerte, pero requerimos apoyo del gobierno federal, cosa que no se ha tenido hasta el momento. Hay buena disposición y sensibilidad, pero no hemos tenido la autorización del gasto.

¿Qué es lo que ha pasado en los últimos dos años?

—El problema todavía no se resuelve. Queremos demoler y volver a edificar un inmueble de laboratorios que sea ejemplar y de primera, pero hasta ahora no hemos tenido la oferta concreta: “Aquí está el dinero”. Visitamos a diputados de todas las corrientes políticas, estuvimos en la Cámara [Baja] y hasta el momento no hemos logrado nada.

Básicamente porque no hay recursos. No sé si haya que esperar más, pero es desesperante.

¿Cómo percibe a los jóvenes?

—Tienen en la actualidad un interés por avanzar y mejorar, [aunque] hay una gran cantidad de jóvenes que no están estudiando, que viven en condiciones de pobreza o que están involucrados con alguna forma antisocial de violencia estructural.

Hay que trabajar mucho y contender con la pobreza, [y] la manera de hacerlo es educar. Los jóvenes están a expensas de lo que hagan nuestras generaciones y tenemos que propiciar mejoras en la educación, que ellos avancen y que no se resguarden en la violencia, que a veces es el camino fácil para algunos, pero no va por ahí.

¿Ve desesperanza en ellos?

—No necesariamente. Puede ser que algunos estén desamparados, pero también tienen una gran necesidad de ser escuchados.

Una de las cosas que están pasando ahora es que los jóvenes desposeídos comienzan a ser escuchados. Hay una cierta desesperanza, pero está empezando a cambiar.

El cambio no es rápido, va a tardar varios años, pero va a tener efecto. Tenemos muchos años de una serie de gobiernos que han protegido, ocultado y encubierto, que han propiciado avances en la inseguridad y violencia. Estamos en el momento de empezar a revertirlo.

¿A las universidades les hace falta realizar un mayor esfuerzo para atender a los estudiantes sobre salud emocional?

—Hay muchos factores implicados: la educación que reciben en casa, la cultura, los amigos... Pero creo que las universidades deben estar pendientes de su situación emocional. En la UAM tenemos una línea telefónica de apoyo sicológico y programas preventivos para involucrar a los jóvenes en actividades que los mantengan alejados de las drogas.

Por ejemplo, tenemos sicólogos en las unidades atendiendo estos problemas. Las universidades tenemos que abanderar.

¿Ha faltado más preocupación en este aspecto?

—Es una de las cosas que tenemos que hacer, no es lo más importante, pero sí debemos tener instancias en las universidades que hagan este trabajo de apoyo y soporte emocional. Así como brindamos ayuda para la alimentación, tenemos que brindarles también esa orientación.

No es nuestra obligación, pero tenemos que ser sensibles ante una condición que prevalece de manera muy importante.

Como universidad, tendríamos que ir hacia allá.

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