El asesinato del influencer Charlie Kirk marca el inicio de una nueva etapa, más oscura, de la violencia política en Estados Unidos. A la tragedia se suma la preocupación por la forma como están atizando el fuego el propio presidente Donald Trump, los medios y las redes sociales.

Sin que haya una motivación establecida para el asesinato, Trump lo está utilizando en su propio beneficio, acusando a la “izquierda radical” de la violencia política que azota al país. Acusa a la izquierda —en la cual agrupa básicamente a todos los que no están con él, sin matices— de ser “agitadores”, de “quemar banderas” de Estados Unidos, de ser los autores intelectuales del crimen de uno de sus fieles altavoces. Según él, esa “izquierda” es intolerante y no acepta voces distintas a la de ellos.

Este tipo de discurso, lejos de calmar las aguas en un país donde la grieta política y social no ha hecho sino ensancharse al menos desde 2016, las coloca al nivel de un tsunami.

Las redes sociales se llenaron de dos tipos de discurso tras el asesinato de Kirk: por un lado, quienes afirmaban que, de alguna manera, Kirk “se lo buscó”, por su discurso controvertido, anti-LGBT, antiizquierda, antiaborto, antiinmigrante, por su apoyo a teorías de la conspiración sin sustento sobre un supuesto fraude en las elecciones 2020 y sobre las vacunas del Covid, entre otras muchas cosas.

Por el otro, se manifestaron aquellos que, lastimados por el crimen, sólo pensaron en un escenario: venganza. Llamaron a ir contra “la izquierda radical”. Aseguraron, sin pruebas y cuando aún no se sabía siquiera quién era el autor del crimen, que debía tratarse de un trans, que había una especie de “complot” de parte de esta comunidad contra los simpatizantes de Trump, contra quienes piensan como el mandatario de Estados Unidos, y que era hora de una “respuesta”. “Esto es una guerra”, declaró el influencer Alex Jones.

En este escenario de blancos y negros, las voces de quienes abogaban por el fin de la violencia, insistiendo en que Estados Unidos “no es eso”, quedaron opacadas entre los tambores de guerra.

Los medios no se salvaron de la radicalización. Lejos están los tiempos donde los periodistas defendían el rol de la prensa como herramienta necesaria para mostrar los hechos, investigarlos, desmenuzarlos, cuestionar versiones, pero no para imponer realidades, tomar bandos, amenazar enemigos.

Si en MSNBC un analista sugería que el asesinato de Kirk pudo estar motivado por su discurso polarizante, en Fox News otro analista advertía que “vamos a vengar la muerte de Charlie” y que “estamos vigilando a los políticos, a los medios de comunicación y a todas esas ratas que hay por ahí”.

Estados Unidos nunca había estado más lejos de la unidad y tan cerca de una guerra civil, donde cada bando sólo es capaz de ver “su” verdad, donde el vecino se convierte en el peor enemigo por no pensar como el otro.

La violencia política está debilitando a Estados Unidos hasta la raíz, carcomiéndolo como un cáncer en momentos además de profunda inestabilidad a nivel global. El Estados Unidos defensor de la democracia, de la libertad de expresión, del respeto a lo diferente, no existe más.

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