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La contaminación en la Laguna de Salazar no sólo provocó la muerte de los patos y una inusual convivencia de esta fauna con la basura, sino una baja en el turismo que llega a esta parte del Ejido de San Jerónimo Acazulco, en los límites con Lerma, donde se ubica la laguna que se supone debería ser un atractivo para quienes atraviesan por la ruta que conecta la Ciudad de México con Toluca, pero que se convirtió en un muladar.

La nata espesa de aceite y mugre, combinada con pet, bolsas de aluminio y envases de refrescos que arrojan los visitantes es lo primero que observan los visitantes, que responden a los letreros ofertando viajes en lancha en este cuerpo de agua.

Los 2 mil ejidatarios que laboran en la renta de caballos, cabañas, restaurantes y la zona ecológica se encargan de la limpieza del lugar y de la seguridad; forman brigadas que patrullan las 350 hectáreas que componen la zona de La Marquesa, el sitio turístico aledaño a la carretera México-Toluca, de donde subsisten cientos de familias de esta región.

Heces de caballos, pasto seco por las heladas y una fuente que enmarca la escultura de Las Alas, del artista Jorge Marín, y que fue inaugurada apenas en 2016 como una atracción para los paseantes, ese es el paisaje en este tramo donde las familias se supone que pueden pasar el día en atracciones como los Go Karts o Gotcha.

Algunos de los ejidatarios indican que es su responsabilidad limpiar la laguna, pero se justifican porque no cuentan con la maquinaria correspondiente para dragar y liberar el lugar de basura; aunado a ello, dicen que los turistas son los responsables de arrojar basura al agua y en las zonas de asadores, que tarde o temprano llegará al cuerpo de agua.

“No es suficiente lo que hacemos, hay cuatro lanchas que ponemos en renta y con ellas paleamos lo que alcanzamos a pescar para limpiar el agua, pero la verdad no es mucho lo que podemos hacer; por ejemplo, necesitamos apoyo de maquinaria que hace 10 años prestó el ayuntamiento, a la que no hemos tenido acceso nuevamente”, platicó Felipe Juárez Ramírez, ejidatario.

Durante la última temporada de lluvias, dijo, se multiplicó de forma importante la cantidad de lirio, lo que impidió retirar aún más la suciedad del lugar; además, en diciembre los muchos visitantes abonaron a ensuciar.

“Son generadores de este escenario, es muy común que tratamos de recoger todo, les decimos que depositen en las bolsas o botes los desperdicios, pero no nos damos a basto, somos 350 los propietarios del ejido, más los avecindados que vienen de la comunidad de San Jerónimo, pero no nos hacen caso ni autoridades y mucho menos visitantes”, lamentó.

Es perjudicial porque la gente cuestiona por qué los involucrados en este espacio turístico no hacen nada para limpiar o mantener en buen estado el lugar, pero “es difícil de contestar, la verdad apenas logramos sacar algo de hierba, nada más”.

La escultura de Las Alas, que mide 10 metros de altura y pesa una tonelada, está ubicada en una pequeña explanada que conecta con el paisaje a donde acuden familias, sobre todo con niños pequeños para hacer recorridos en caballo, que son dirigidos por ejidatarios muy jóvenes, además de los atractivos que son atendidos en su mayoría por mujeres, quienes echan tortillas a mano.

Las lanchas que hacen el recorrido por la laguna son de motor, pero los ejidatarios desconocen si se trata de un elemento contaminante para el lugar, aunque se dicen dispuestos a cambiarlas en el momento en que sea necesario o que les indiquen cómo dañan al agua.

En sí, lo que más gente atrae son las esculturas, porque en el restaurante apenas algunos de los propios ejidatarios consumen alimentos y la laguna no está completamente vacía, sólo algunos patos subsisten y conviven con la espesa nata de grasa, mugre, además de plástico que flota por todo el perímetro.

En 2017 fue menor la visita de familias esta zona, pues a partir del sismo en septiembre hubo varios meses en que no llegaron turistas, pues al parecer la baja económica impactó en la mayoría de quienes consideran este lugar como una opción para pasar el fin de semana o un día de campo.

“La inseguridad ya no es tan grave porque nos hemos dividido en diversas brigadas que desplegamos la vigilancia en el lugar; hay por ejemplo carteristas o rateros, pero los hemos logrado contener o detener a tiempo, porque en sí el municipio no nos envía vigilancia o patrullaje porque nos asigna una sola patrulla para todo el lugar, que supera las 300 hectáreas, es mucho bosque”, precisó.

Este cuerpo de agua ubicado en el kilómetro 36.5 de la carretera México-Toluca, también es escenario para quienes practican bicicleta de montaña, en las inmediaciones del bosque hay una cascada y todas las actividades que se desempeñan en medio de la mugre.

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