Mientras AMLO protestaba como presidente de la república y emitía su discurso inicial—un discurso en el que efectuaba importantes compromisos de gobierno—en otras partes del mundo había una gran cantidad de variables en movimiento.

La cumbre del G-20 en Buenos Aires, además de hospedar conversaciones sobre comercio, economía y otros temas, era la sede de acontecimientos de enorme relevancia.

El príncipe heredero de Arabia Saudita Mohammed Bin Salman, hoy en la mira global por ser acusado de enviar a asesinar a un periodista saudí en el consulado de Riad en Estambul, era enfrentado directamente por Macron, pero apapachado por otros líderes.

Trump cancelaba su cumbre con Putin dejando para otro momento asuntos de enorme trascendencia para la estabilidad global. Paralelamente, China y EU acordaban una tregua en su guerra comercial, una buena noticia, salvo que poco después Trump anunciaba la salida de EU del TLCAN para presionar al Congreso a fin de que apruebe la nueva versión, el T-MEC.

Un día después, Qatar anunciaba su salida de la OPEP para poder incrementar su producción petrolera. La cuestión es que cada una de esas noticias—y ninguna depende directamente de nuestras acciones internas—podría tener efectos positivos o negativos, pequeños, medianos o enormes en varios de los compromisos que AMLO efectuó el fin de semana. ¿Cómo dimensionar ese tipo de impactos? Y en todo caso, ¿cómo debe jugar la política exterior mexicana en cuanto a esos temas? ¿Tenemos esos factores en nuestro mapa?


Política exterior


Pensar sistémicamente supone entender que México no es una isla. Nuestro país forma parte de un complejo sistema global compuesto de partes e interacciones que van desde lo económico y lo político hasta otros temas como lo social o la seguridad.

Por lo tanto, lo mucho que tenemos que hacer al interior de nuestro país no es suficiente para atender problemas entretejidos que interconectan a los factores internos con los factores externos. La política exterior representa el vínculo entre esas esferas, y cuando se diseña de manera adecuada, consigue fortalecer los intereses de cierto estado a partir de estrategias de acción que se implementan o proyectan hacia afuera del mismo.

Pero para entender que actuar adentro no basta, lo primero es comprender cómo se conforma ese sistema de interacciones complejas a nivel global, efectuar un diagnóstico de cómo estamos en relación con ese sistema global y luego entonces, plantear acciones concretas para incidir favorablemente en ese sistema en beneficio de nuestro país.

Este diagnóstico y planteamiento, por supuesto, incluye, pero no se limita a las relaciones México-EU o nuestras ideas acerca de Trump, incluye, pero no se limita a nuestra región inmediata, incluye, pero no se limita al comercio y la migración.

La gran pregunta es si preferimos permanecer como espectadores pasivos ante esos temas que luego acaban por afectar al sistema (y por tanto a nosotros), o si tenemos la capacidad y determinación de incidir en cómo es que ese sistema se comporta. Veamos algunos ejemplos (hay muchos más):


Relación bilateral México-EU y política interna en Estados Unidos


Al respecto, recomiendo este texto de Carlos Heredia en este mismo diario el día de ayer (“Con EU, ¿una nueva diplomacia?”). Me parece que en estos momentos lo esencial entender que muchas de las decisiones y acciones de un presidente como Trump están determinadas o son influenciadas por factores que van más allá de lo que nosotros hagamos internamente—bien o mal—en nuestro país.

Combatir la migración (aunque esto sea solo simbólicamente), por ejemplo, no solo tiene que ver con una promesa de campaña fundamental de Trump en 2016, sino que es, para el electorado republicano, el tema más relevante de todos, incluso por encima de su economía.

De manera tal que no es de extrañarse por qué precisamente ese asunto es explotado frecuentemente por el presidente en EU. Pero si esta explotación no se limita al discurso, sino que vemos acciones como un cierre de cruces, aunque sea temporal, que paralice la economía fronteriza, entonces los efectos comienzan a crecer.

Lo que nos tenemos que preguntar es en qué medida, en la cuestión migratoria y en muchas otras que nos afectan, tenemos la necesidad y la capacidad de incidir desde nuestro lugar, en qué medida es posible encontrar aliados, cabildear y hacer política para intentar favorecer nuestros intereses. Heredia hace un número de recomendaciones al respecto (https://bit.ly/2SteGaE). La propuesta de este blog es mirar incluso más allá de nuestras relaciones con EU.


Nacionalismos, xenofobia, “yo-primero-ismos”, guerras comerciales


Esta serie de fenómenos se están apreciando en una gran cantidad de países en el globo y tienen causas muy profundas cuyo origen y potenciales soluciones no pueden circunscribirse a un solo sitio. El error es pensar que Trump es el problema, cuando ese personaje es solo una manifestación más de una fenomenología global. ¿Qué hay detrás de esta serie de manifestaciones y en qué medida nuestro país puede aliarse con otros estados o instituciones para tratar de reducir el impacto global de temas como los nacionalismos o la xenofobia?

Es decir, si las guerras comerciales, por ejemplo, se vuelven la norma, no hay forma de que nuestro país no resulte golpeado (con T-MEC o sin T-MEC), empezando por los efectos financieros en los mercados internacionales, y terminando por la vulnerabilidad que se puede generar en las cadenas internacionales de abasto de las que nuestro país forma parte. La decisión que necesitamos tomar es si conviene solo enfocarnos en atender las muchas olas que nos llegan o hasta qué punto tenemos que implicarnos más en diseñar respuestas multilaterales y colaborativas para atender las causas de este tipo de fenómenos globales.


La vapuleada gobernanza global


Este tema ya no solo se limita al comercio. Acá hay que incluir la serie de normas e instituciones que la comunidad internacional ha ido edificando a lo largo de décadas, normas e instituciones que siguen en construcción, adaptación y mejora permanente, a fin de intentar, en la medida de lo posible, regular la conducta de los estados en un entorno que tiende a ser anárquico.

Pensemos en los gravísimos retos sobre clima y medio ambiente que enfrenta el planeta, o la creciente guerra cibernética y los efectos que la falta de colaboración internacional para normar ese tipo de situaciones puede tener en el corto, mediano y largo plazo para nuestro propio país.

México fue durante décadas uno de los países que más contribuyeron al fortalecimiento de instituciones y normas para procurar regular la conducta de los estados. ¿Sería factible o viable retomar al menos en parte un rol similar?


Estabilidad global y carrera armamentista


Algo similar sucede con al menos otros dos rubros que me vienen a la mente:

 (a) Estamos siendo testigos de cómo en estos tiempos, las grandes potencias dejan de lado sus acuerdos de desarme, y comienzan la reactivación de una carrera nuclear. Esto provoca inestabilidad, incertidumbre, y afecta no solo esa sino otras esferas;

 (b) Vivimos tiempos de alta convulsión en diversas zonas del globo, desde África a Medio Oriente, desde América Latina hasta Asia Central o Asia Pacífico.
En el pasado México se ha mostrado como un actor que no solo mira pasivamente cómo se generan crisis o cómo las potencias se arman hasta los dientes, sino que activamente influye en esfuerzos multilaterales para contener esos conflictos o regular al armamentismo global.

Hoy, hay que considerar las muchas crisis de refugiados, la explosión de guerras que alimentan esas crisis, eventos que pueden incidir no solo en mercados y en la economía (¿cómo determinar los precios de las gasolinas o incluso asuntos como nuestro presupuesto ante una volatilidad en los mercados de petróleo o inestabilidad en mercados y tasas de interés?), sino en la misma toma de decisiones por parte de potencias como EU, decisiones que terminan impactándonos (cerrar las fronteras para evitar la entrada de “terroristas”, “refugiados” y “criminales” es solo un ejemplo de ello), o fenómenos como la cancelación de tratados internacionales de desarme y la reversión de la tendencia hacia nuevas fases de competencia nuclear.

Frente a todo ello, vale la pena cuestionarnos si no es que como una de las 15 economías más importantes del planeta y una de las potencias medias con mayor influencia, deberíamos recuperar nuestra posibilidad de incidir sobre algunos de esos temas.


Dimensión internacional del crimen organizado y corrupción


La dimensión internacional del crimen organizado pocas veces está en nuestro radar. Solo el 0.1% de las conversaciones de los cientos de personas con quienes hemos llevado a cabo entrevistas de profundidad en casi todos los estados del país, además de la capital, hablan de la parte internacional de la delincuencia organizada.

Esto, que hemos detectado como un patrón en nuestras investigaciones, tiende a replicarse, aunque en menor medida, en una parte de la cobertura mediática sobre el tema. Es decir, parece que nuestra atención se encuentra muy concentrada—lo cual se entiende—en los factores internos que mueven al crimen organizado, desde la debilidad de nuestras instituciones, la impunidad o la corrupción, hasta otros temas como la desigualdad o la falta de acceso a oportunidades.

Todos esos factores y muchos más, pueden ayudar a entender una parte fundamental del problema, pero no su totalidad, y, por lo tanto, pensar en resolverlo exclusivamente a partir de lo interno sin incorporar la dimensión internacional—lo que incluye, pero no se limita a la demanda de drogas—será siempre insuficiente.

Entiendo que el panorama no es simple, pero evadirlo tampoco ayuda. Por ejemplo, un centro de pensamiento de Europa Central llamado GLOBSEC, se encuentra desarrollando varias líneas de investigación acerca de la colaboración entre grupos terroristas y organizaciones del crimen organizado.

El reporte sobre crimen organizado publicado por la Unión Europea (UE) en 2017 es altamente revelador. La información indica que, a pesar de la fortaleza institucional y estructural de la mayor parte de los países miembros, en la UE existen más de 5,000 grupos de crimen organizado con operaciones internacionales, las cuales tienen lugar en 180 naciones del globo (países entre los que, sobra decir, México está incluido).

El reporte explica que la gran mayoría de esas organizaciones criminales tienen actividades en al menos tres países diferentes y que casi la mitad de ellas se encuentra involucrada en más de una empresa criminal, no solo el tráfico de drogas.

Por lo tanto, hablar del impacto de la corrupción no solo a nivel interno, sino a nivel internacional y sus repercusiones en temas de seguridad, los esquemas globales de lavado de dinero, de tráfico de armas y personas (más allá de EU, porque las operaciones criminales de cárteles mexicanos no se limitan a EU), supone efectuar diagnósticos y adoptar políticas para atender esos diagnósticos de manera internacional y colaborativa.

En este punto valdría la pena cuestionarnos: ¿Qué propuestas concretas de colaboración multilateral estaría dispuesto el nuevo gobierno a favorecer para mitigar los impactos de estos temas? ¿Estaría dispuesto a participar en alguna iniciativa regional, continental o global para golpear a la corrupción internacional o las redes de lavado de dinero transnacionales? ¿Cómo se está entendiendo este panorama?

En resumen, pensar en cómo cada uno de los temas globales que menciono y otros muchos que no menciono, pueden impactar sobre lo que vaya a hacer el nuevo gobierno, debería ser un primer paso para decidir el balance entre qué tan pasivos o activos debemos mostrarnos ante esas cuestiones. Lo que hoy resulta imposible, es asumir que lo externo no cuenta y que únicamente lo que hagamos internamente o bilateralmente, basta para producir los resultados prometidos.


Twitter: @maurimm

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