Época de campañas electorales. Los cambios de gobiernos y en los legislativos están a la vista y como un subproducto aparecen y se reproducen especulaciones sobre el futuro inmediato. Esas conjeturas suelen ser combinaciones de deseos ni siquiera disimulados, intereses más o menos visibles, ponderación de declaraciones de los contendientes, exaltación de algún episodio que ilumina la “auténtica” esencia de los candidatos, y nunca faltan quienes vislumbran signos ocultos que solo los más avezados pueden descifrar o que dicen contar con información privilegiada. Nada nuevo. La especulación es una noble y añeja tradición. Es la sombra inescapable que acompaña la vida en común.

Es además derivación de unas campañas ruidosas, coloridas, simplificadoras y cargadas de sobre ofertas, destinadas a ganar la voluntad de los más, pero que difícilmente dejan ver, en serio, lo que harían los candidatos una vez victoriosos. Incertidumbre es otra de las estelas naturales. Entraré a esa masiva, imparable y democrática práctica para plantear preocupaciones, tratando de no arribar a los extremos más delirantes del juego especulativo.

Supongamos que la ganadora de la elección presidencial es la candidata de la coalición oficial (ya empezamos con los supuestos). Hay una serie de zonas en las que si no se es ciego y cruel un viraje se cae de maduro. Las catástrofes en salud, educación y seguridad claman por una rectificación profunda, y no es un eco solo de la “oposición”. En ciencia, tecnología y cultura, por ejemplo, los dislates han sido tantos y tan profundos, que es posible, habla el especulador, que algún cambio se produzca.

Donde no encuentro modificación alguna, así sea minúscula o retórica, es en dos áreas que acabarán de modelar nuestra vida en común: a) el lenguaje y b) el edificio republicano.

El presidente impuso una retórica incapaz de asumir y vivir con el pluralismo de nuestro país. Se presenta como la voz de un pueblo unificado y sin fisuras, de tal suerte que quien no comparte sus juicios, propuestas y gracejadas, cae en el hórrido costal del anti pueblo. ¿Se dará una modificación significativa en el lenguaje que nos permita vivir en y con la diversidad que modela al país? ¿Podremos dejar atrás el clima asfixiante del monólogo soberbio y autocomplaciente para abrirle paso a la polifonía de voces que existen en el país?

La otra gran incógnita, donde se juega el futuro, es si la germinal democracia que se logró construir va a ser valorada y reforzada o, como lo sugieren las iniciativas de reforma constitucional que envió el presidente al Congreso, se seguirá insistiendo en edificar un entramado estatal autoritario. Y no es alarmismo. Es simple lectura de las propuestas de las cuales no se ha separado ni un ápice la candidata del oficialismo. ¿Seguirá insistiendo en sobrerrepresentar a la mayoría en el Congreso y subrrepresentar a las minorías?, ¿en acabar con los órganos autónomos del Estado para que sea el Ejecutivo quien concentre sus facultades?, ¿continuará intentando mermar la autonomía de la Corte o del INE?, ¿en adscribir a la Guardia Nacional a la Secretaría de la Defensa?

En esos asuntos fundamentales no sólo no hemos escuchado siquiera un indicio de diferenciación de la candidata con el presidente, sino que, por el contrario, ha insistido en hacer suyas esos intentos de contra reforma. No son asuntos cualesquiera, sino estratégicos, que acabarán modelando nuestro futuro. ¿Viviremos en democracia o en un régimen autoritario?

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