Juchitán.— Aislada por más de 10 años por un conflicto limítrofe, a Santa María del Mar, comunidad ikoots que se ubicada en el litoral del golfo de Tehuantepec y es cercada por el océano Pacífico y una laguna inferior, las vacunas contra el Covid-19 llegaron tras volar en helicóptero y recorrer un desierto que por momentos es arena y por momentos mar.

Para llegar se tiene que salir desde Álvaro Obregón, tomar un camino de terracería y llegar a la barra Santa Teresa, una porción de tierra que divide la masa de agua de ambos mares.

Pero en esta época del año el calor ha evaporado parte del agua de la laguna y la tierra le gana espacio al mar, así que la Brigada Correcaminos tiene que cruzar un desierto de arena que a lo lejos parece tierra firme, pero que está sembrada de zonas muy húmedas que podrían atascar a cualquier vehículo.

O de lo contrario, de zonas tan secas que son imposibles de recorrer. Todo mientras el viento sopla con toda su fuerza.

Tras este recorrido llega el momento crítico: hay que cruzar el mar muerto, esa pequeña brecha de agua salada de la laguna inferior. No hay guías, sólo instinto.

Es una distancia de kilómetro y medio dentro del agua, con una profundidad que hace factible el paso de vehículos.

Por fin la brigada llega a la otra orilla y el camino continúa así por cinco kilómetros más hasta la agencia municipal de Santa María del Mar, a donde llega la camioneta de la Sedena. De su interior bajan seis soldados con una hielera azul con 80 dosis.

Llenos de dudas

Son las siete de la mañana en esta comunidad que ha rechazado el horario de verano. Santa María del Mar es un pueblo pequeño, con una iglesia soportada por vigas que aún reflejan los estragos del terremoto de 2017.

A un costado se encuentra un domo para realizar asambleas comunitarias y es bajo su sombra que se instala el módulo de vacunación. En pocos minutos todo está listo, personal de Bienestar y de Salud, junto con militares están preparados para comenzar, pero no hay personas que quieran ser vacunadas.

Aquí prevalece el miedo. Muchos habitantes han recibido información falsa de la dosis y piensan que si se la ponen, morirán.

Hermenegilda Mateo Cruz tiene 76 años y es la primera en llegar. No tiene miedo y está convencida que la vacuna le ayudará. Su esposo no quiso vacunarse.

Son las 8:30 de la mañana. Hermenegilda es la única dispuesta a vacunarse y lleva una hora y media en espera. La brigada no puede arrancar porque cada frasco contiene 10 dosis, así que deben esperar al menos que se junte una decena de personas para abrir un frasco.

A las nueve de la mañana ya hay cuatro personas, pero aún faltan seis, mientras en los altavoces del pueblo se vocea la invitación, primero en ombeayiüts, su lengua, y luego en español.

Germán Castillo no tiene intención de vacunarse. Tiene 62 años, es policía municipal y se encuentra desde primera hora en el lugar. Ya faltan muy pocos para juntar a los primeros 10, así que entre todos los policías lo convencieron de tomar la vacuna.

Son las 9:25 horas. Los curiosos cada vez son más, el personal aprovecha para dar una breve plática sobre la vacuna a las personas que esperan y logran convencer a algunos.

La explicación termina y las preguntas comienzan. Raúl González, de 78 años, es el primero en levantar la mano. “¿Después de la vacuna, puedo irme a trabajar al campo?”, cuestiona.

El médico militar responde que sí, pero le recomienda tomarse el día, descansar en casa y no asolearse. Muchos alzan la mano, la mayoría de las preguntas se enfocan en los rumores, así que el personal médico los desmiente y vuelve a explicar los riesgos.

Finalmente, se destapa el primer frasco de la vacuna a las 9:40 de la mañana. Al finalizar el día se logra inmunizar a 36 personas. La brigada recoge todo y emprenden el camino de vuelta.

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