Acapulco.— Para este 2019, la nueva atracción turística de Acapulco fue la construcción del Paseo del Pescador, un corredor peatonal pegado al mar. La remodelación contempló la apertura de la playa Manzanillo, que en los dos últimos periodos vacacionales fue reportada —por la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios (Cofepris)— como no apta para el uso humano, por superar los límites de heces fecales.

Sin embargo, en la reapertura de la playa Manzanillo no consideraron dos cosas: una desembocadura del drenaje y que la remodelación traería el fin del taller de astilleros.

Los hombres de mar, dedicados a la construcción y reparación de embarcaciones, se quedaron sin trabajo y ahora como alternativa les permiten rentar mesas y sillas a los turistas que llegan a la playa.

La alerta

Pero no es tan sencillo para los astilleros. El 19 de diciembre pasado la Cofepris declaró como no aptas para el uso humano tres playas de Acapulco: la Suave, Icacos I y Manzanillo.

Ese mismo día, personal de la Cofepris llegó a Manzanillo a colocar una lona advirtiendo a los visitantes que la playa no era apta para uso recreativo; los astilleros y restauranteros lo impidieron. Era como “cancelar nuestra única posibilidad de ganar un poco de dinero”, explica uno de los afectados.

“Ahorita están llegando turistas, creemos que son los que no están muy atentos a las redes, porque esa noticia corrió por donde fuera”, dice Maximiliano, de 80 años, quien desde los 12 trabajó como astillero.

En los talleres laboraban más de 100 personas, entre pintores, lijadores, carpinteros y vidrieros.

Alberto Nava, presidente de la Asociación de Trabajadores de la Transformación Náutica Astilleros de Acapulco, recuerda que desde los años 40 la playa Manzanillo funcionó como taller de astilleros, nunca tuvo una vocación turística.

En este taller, asegura, han construido todas las lanchas con fondo de cristal, que son uno de los atractivos en Acapulco, pero también muchas de las que navegan en Los Cabos, Cancún y Mazatlán. Sobre todo, se reparaban las lanchas de los pescadores y prestadores de servicios.

Hace 15 años se terminó la concesión que tenían con Secretaría de Comunicaciones y Transportes (SCT), pero siguieron reparando las lanchas en la playa Manzanillo. En 2014, el entonces gobernador, Ángel Aguirre Rivero intervino para que SCT no renovara la concesión y habló con los astilleros. Les dijo que playa Manzanillo la quería recuperar para los turistas y a ellos les compraría un terreno cercano para que ahí instalaran el taller. Luego vino la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, y Aguirre Rivero se fue intempestivamente.

El proyecto lo retomó la actual administración, pero algo pasó. El 25 de enero llegaron a la playa Manzanillo unos 500 marinos y los desalojaron, sacaron casi todas las lanchas, sus herramientas y dejaron limpia la playa. Todos los astilleros recuerdan bien ese día: desde entonces se quedaron sin trabajo.

La contaminación

Nava de los Santos explica que después del desalojo la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa) los demandó por más de un millón por la contaminación de la playa.

“Reconocemos que sí tenían desorden, que permitimos que los dueños de las lanchas las dejaran por mucho tiempo, pero la contaminación es por el drenaje”, dice.

A una orilla de la playa hay una desembocadura de unos tres metros donde de vez en cuando la Comisión de Agua Potable y Alcantarillado del municipio de Acapulco (Capama) descarga el drenaje. Nava de los Santos dice que recuerda esa descarga desde que era niño.

“Lo hemos reportado desde hace mucho, Capama nos dice que es una descarga de aguas tratadas pero que de forma clandestina hoteles, restaurantes y casas han conectado su drenaje, pero no la reparan”, explica. Ahora los astilleros están en proceso jurídico con la Profepa.

El cierre del taller no sólo afecta directamente a los astilleros, sino a pescadores y prestadores de servicio, como los que jalan las bananas.

Las embarcaciones pequeñas sólo podían repararlas en ese astillero. Hacerlo en los sitios que quedan, como el Club de Yate, es casi imposible: sólo por tenerlas en los talleres les cobran 2 mil pesos por día, a eso hay que agregar la reparación.

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