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Monterrey.— Así como las películas de terror atraen multitudes a las salas de cine, numerosas personas —incluyendo familias con menores— buscaron el pasado fin de semana conocer las entrañas del penal de Topo Chico, pero se quedaron con las ganas, pues lo encontraron cerrado.

Días antes de que cerrara para siempre este reclusorio, el gobernador Jaime Rodríguez había anunciado que se abrirían las instalaciones unos días, con el fin de que la gente —sobre todo los jóvenes— hicieran conciencia de las implicaciones de “tomar el mal camino”.

Tras la ceremonia de clausura, las autoridades informaron que se realizaría una labor de búsqueda de restos humanos, ante la posibilidad de que el centro penitenciario haya sido utilizado también como cementerio clandestino, por lo que se suspendían las visitas al público en general.

Sin embargo, muchas personas no supieron de la cancelación de las visitas y llegaron para conocer las instalaciones del penal de 76 años de historia negra, en la que se vivieron algunos de los episodios más sangrientos del estado.

Hasta el lugar arribaron personas de Saltillo, Coahuila, a preguntar sobre las visitas para conocer la prisión que el 10 de febrero de 2016 impuso el récord nacional de reos asesinados (49) en una disputa por el control de las extorsiones, venta de drogas y privilegios.

“A mí me invitaron, porque yo nunca he entrado al penal, pues vamos, le dije a mi nuera”, comentó la señora Lourdes, quien radica en la colonia San Bernabé, de Saltillo, y acudió a ver si podía entrar.

La mujer se mostró decepcionada porque se frustró su viaje: “Dicen que está cerrado hasta nuevo aviso, porque hay mucho tiradero y no nos dejaron entrar”.

Pese a no poder accesar, doña Lourdes consideró buena idea que se haga un parque en el terreno de 10 hectáreas que ocupó el penal, sobre todo para las familias que vivían alrededor. “Muchos habían querido vender sin éxito, ahora sus propiedades aumentarán de valor”, estimó la mujer.

También al lugar llegaron cuatro empleadas y un trabajador de la Financiera Came, desde el oriente de Ciudad Guadalupe, pero se retiraron casi de inmediato cuando el guardia de Fuerza Civil les avisó que se cancelaron las entradas.

Otra persona que vio frustrado su propósito fue una vecina de la colonia Talleres, quien acudió con una hermana y un sobrino de unos 11 años, a quien llevó, según explicó, “para que conozca cómo vivían los presos y que nunca caiga en un penal”.

También estuvieron dos adultos mayores de la colonia Bellavista, en el norte del primer cuadro de Monterrey; así como Juan Carlos, un estudiante de Criminología, que fue preparado con una cámara para realizar un documental.

Desde el pasado jueves, expertos de varias instituciones oficiales realizan la búsqueda de restos humanos, con el apoyo de equipo tecnológico avanzado y binomios caninos.

Hasta el momento, no se ha informado sobre algún hallazgo relacionado con el tema, mientras defensores de los derechos humanos demandan transparencia a las autoridades, para que informen toda la verdad sobre el trabajo de rastreo y los avances.

Además de la violencia, el penal de Topo Chico presentaba graves problemas de insalubridad y hacinamiento. Un hombre, quien pidió anonimato y estuvo varios años preso en esas instalaciones, aseguró que lo primero que padecían los recién llegados, casi como si estuviera firmado, era un cuadro de conjuntivitis por las malas condiciones de salubridad, así como problemas intestinales debido al mal estado de los alimentos o la falta de higiene con la que eran preparados.

El 30 de septiembre, cuando el gobernador Jaime Rodríguez encabezó la ceremonia oficial de clausura ante cientos de invitados especiales, fue visible la molestia de los alumnos de preparatorias militarizadas y escuelas técnicas del Conalep debido a los olores nauseabundos del lugar.

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