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Juchitán.— La madrugada de este Domingo de Ramos, el último temblor despertó a la señora Victoria Castillejos. La sacudida, de 4 grados, la mantuvo angustiada hasta que el reloj marcó las cinco de la mañana, tomó varias cubetas llenas de flores y veladoras y se dirigió a la sepultura de su hijo Rolando en el panteón local.

No era la única a esas horas en el Yoo Ba’/Casa de los muertos (panteón), como los zapotecas del Istmo de Tehuantepec le llaman. Muchas mujeres ya arreglaban las tumbas de sus familiares, el día lo ameritaba. Según las costumbres, es día de fiesta, de visitar a los que ya se fueron, es la convivencia entre vivos y muertos.

Así, los zapotecas arrancaron con la Semana Mayor, y son el único grupo indígena del país que visita a sus muertos en Semana Santa, otros grupos lo hacen en las fiestas de Todos los Santos, mientras que en esas fechas, los zapotecas de la región esperan a sus muertos en sus casas.

Para algunos investigadores, esta tradición está relacionada con el Año Nuevo zapoteca, que inició el 12 de marzo según el antiguo calendario solar que utilizaban los binnizá, fecha que coincidió con los días de Cuaresma de la religión católica.

En el calendario, que utilizaban para medir el tiempo y las cosechas, el año estaba conformado por 365 días; 18 meses, cada mes tenía 20 días y en marzo, del 7 al 11, había cinco días que se consideraban funestos.

“Para los zapotecos era un mes errático y variable, un mes sin cuenta, de sobra y desconcertado; durante este periodo quedaban en suspenso, no hacían nada, pensaban que el mundo se terminaría. Los que nacían en el transcurso de estos cinco días eran desdichados. Y la vida comenzaba nuevamente el 12 de marzo, en este primer día visitaban a sus parientes muertos”, explicó Víctor Cata.

Los zapotecas borraron de la memoria este inicio de año y los cinco días funestos, aunque conservan la visita a los muertos en Semana Santa. Ellos, sin saberlo, celebran el año nuevo del antiguo calendario solar y contrario a la solemnidad de aquellos días, ahora las visitas a los panteones son muy alegres y de convivencia.

Las sepulturas se llenan de risa y de música, casi nadie llora, algunos rezan, otros hasta cuelgan hamacas, hacen de las tumbas la casa por un día. También consideran la visita a los panteones como una forma de agradecerle a los muertos sus visitas en Todo Santos, es una especie de devolverles el acompañamiento.

A pesar de que Juchitán y otros pueblos zapotecas están en plena reconstrucción, el ritual no se suspendió, como sucedió con las tradicionales velas de mayo pasado. De hecho, pese a que las visitas a los cementerios es propio de los zapotecas, los huaves de San Francisco del Mar imitan esta celebración el Jueves Santo.

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