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Cada año la Academia hollywoodense comete una o varias injusticias en su selección de películas a premiar. Este año la víctima fue Proyecto Florida (2017), sexto largometraje del cineasta independiente Sean Baker, que filma lo mismo con 3 mil dólares o 100 mil —y un celular—, que con 2 millones, cantidad irrisoria para una industria como la estadounidense afecta al dispendio.

Baker merecía más que la nominación al actor Willem Defoe; está entre los directores más interesantes por su sensibilidad para abordar personajes marginales, como los de ese notable mundo transexual de Tangerine: chicas fabulosas (2015).

En Proyecto Florida hace la estampa conmovedora de seres disfuncionales al borde de la indigencia, viviendo literalmente en las faldas del castillo más estadounidense que se pueda imaginar: Walt Disney World, donde la precoz y medio procaz pequeñina Moonee (Brooklynn Prince, en plan Meryl Streep carismática de seis años), su madre apenas postadolescente Halley (la debutante Bria Vinaite) y el encargado del barato motel Bobby (Dafoe, sensacional), representan el lado que nadie quiere ver del sueño americano.

La cinta posee sobrada eficacia, con Moonee a la deriva junto a sus amiguitos en eterno safari, coleccionando aventuras que serían intrascendentes de no ser por cómo ella las ve. Este filme, entre los más originales de 2017, la Academia no lo comprendió; sus apuntes sociales y emocionales rara vez se ven en cintas hollywoodenses.

Baker hace una ágil narración con punto de vista infantil: la foto del mexicano Alexis Zabé, digna de un Oscar, está al nivel de la mirada de Moonee. El inspirado estilo sin pretensiones capta entrañablemente a los personajes; logra que el pálpito de la vida y de la infancia se perciban con inocencia y dolor.

Debido a la reivindicación como “apóstol de los apóstoles” hecha por el papa Francisco, la vida de María Magdalena (2018), segundo largometraje de Garth Davis, es vista como la de un testigo activo y omnipresente en la vida de Jesús (Joaquín Phoenix, sin dar el ancho en el papel). Ahora considerada única persona en el séquito de Jesús presente tanto en la crucifixión como en la resurrección, el enfoque sobre la Magdalena de las guionistas Helen Edmundson y Philippa Goslett, aparentemente basándose en un evangelio no canónico del siglo II, es un intento por reescribir la historia de Jesús desde el punto de vista de ella (con la intensa mirada de Rooney Mara).

Garth respeta el canon religioso. Sólo que hace un ejercicio de estilo sobre tema demasiadas veces visto que fracasa en:

1) Representar a Jesús y sus discípulos quitando hechos dramática y religiosamente importantes.

2) La novedosa visión de María Magdalena, eterna víctima de misoginia al ser malinterpretado su papel, quiere ser demasiado correcta, tanto que resulta fría y poco conmovedora.

Davis hace un desdramatizado y distante filme contemplativo —bellamente ilustrado por su fotógrafo Greig Fraser—, de un realismo tal vez lento, poco introspectivo, y sin al menos la audacia de intentar hacer una lectura marxista como la de El evangelio según San Mateo (1964, Pier Paolo Pasolini).

El proyecto no fracasa del todo, aunque es tibio al reivindicar a la Magdalena como pionera feminista en mundo donde se rebela ante los convencionalismos para seguir a Jesús sin importarle el qué dirán. La interesante idea no es llevada a buen fin. La relación entre el Maestro y la discípula, quedándose a medio camino, no es ni emocionante ni provocadora.

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