Cannes.— No todos los días el mundo puede escuchar a un ícono reflexionar sobre sus durante una hora y media.

Como era lógico, George Lucas tenía a un público ávido de escucharlo, algo que quedó claro desde que, al entrar a la Sala Debussy en Cannes, lo recibió una calurosa e inesperada ovación.

Él lo dijo: “He vuelto a Cannes muchas veces, con Indiana Jones o, pero me gustan los reconocimientos: no hago el tipo de películas que ganan premios”.

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No le hace falta. El director es creador de las sagas más importantes del mundo, considerado por la revista Forbes como el famoso más adinerado, con unos 5 mil 500 millones de dólares. Pero, sobre todo, es un soñador con mente de niño prodigio que cambió al mundo desde sus comienzos.

A punto de recibir la Palma de Oro de Honor, que otorga el festival por su arte y la marca que dejó en la industria, Lucas hizo un repaso por su trayectoria, misma que, remarcó con cierta ironía, dio inicio accidentalmente.

“Mi primer pensamiento fue, ‘quiero ser eso’ (piloto de carreras). Pero un accidente muy grave que tuve antes de graduarme de la escuela me hizo ver que para dedicarte a esto tienes que ser muy bueno, o si no, dejarlo ir porque es muy peligroso”, explicó sin ocultar el tono nostálgico.

Según compartió en varias ocasiones, el Hollywood que él recuerda no es el de hoy: “Antes los cineastas hacíamos películas por pasión. Nos daba igual si haríamos beneficios o no con ello, pero ahora todo es acerca del dinero”.

Sin embargo, como él ha dicho en varias ocasiones, hacer cine “es un acto de perseverancia”. Y esta fue la fórmula que, remarcó, le ayudó en sus proyectos, desde su ópera prima, THX-1138, que fue presentada en Cannes en 1971, cuando aún era un desconocido.

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En esa época, George Lucas estaba en el proceso de transformar la infancia de la humanidad junto a otros jóvenes cineasta de California, en especial uno de apellido Coppola, quien, recordó, le había pedido no rendirse.

“Me dijo: ‘¡Espera! Quédate conmigo y te prometo que te pondré a hacer algo que no sea aburrido”, recordó George, quien trabajó como asistente de Francis Ford Coppola varios años.

“Yo lo que quería, como Francis, era contar historias que tuvieran emoción. Antes no estábamos interesados en hacer dinero, sino en hacer películas”, reitera, “y lo cierto es que era muy difícil entrar en Hollywood si no conocías a alguien. Tenías que tener contactos”, contó.

Francis y George llegaron en un momento generacional mágico en Hollywood, ahondó el director, cuando los grandes ejecutivos y directores, que tenían ya entre 60 y 70 años, se estaban retirando, y los estudios empezaron a ser adquiridos por grandes corporaciones como Coca-Cola.

“Lo cierto es que no sabían cómo hacer películas, así que ahí fue cuando pensaron en los jóvenes que estábamos saliendo de las escuelas de cine”, apuntó el creador, cuya labor con el director de El padrino consideró vital.

Mancuerna histórica

El realizador recordó lo complicado que fue rodar con poco presupuesto para Coppola, con la promesa de un futuro mejor. Fue así que se mudaron a San Francisco y crearon su propia compañía, American Zoetrope.

Algo divertido, contó que lo que le recomendaron para fondear la compañía fue “que me pusiera a hacer comedias románticas y dejara la idea de la ciencia ficción. Pero yo pensé, ‘tengo 25 años y es ahora cuando puedo’”.

Entonces llegó el título que le cambió la vida, American graffiti (1973), un filme que fue odiado por los ejecutivos, que lo consideraban más para televisión, pero el director se empeñó en estrenarla en un teatro con público en donde todos los jóvenes se volvieron locos y al que invitó a los ejecutivos que, aun así, insistieron en no estrenarla.

Sin rendirse, Lucas volvió a organizar otra proyección en la que ocurrió el mismo fenómeno. Al final, logró que la película se estrenara en la peor época del año, agosto, según aclaró, y aun así logró récords de taquilla.

Ahí fue cuando ocurrió la magia: Alan Ladd, productor de FOX en ese entonces, se acercó a Lucas y le dijo que él quería hacer su próxima película, “la que sea, porque quiero que trabajes conmigo”: esa fue Star wars.

Los ejecutivos también la odiaron. “Les pareció súper aburrida y me dijeron que no iba a funcionar nunca”, remarcó.

Gary Kurtz, su productor, logró que se estrenara en 32 cines y que el fenómeno estallara. Esa poca fe de los ejecutivos en su saga fue la que le permitió mantener los derechos de sus filmes.

Al final, dijo, esos filmes hechos para niños rodeados dentro del entorno de la guerra de Vietnam marcaron muchas más infancias.

Hoy, remarca esos tiempos con su respectivo toque de ironía. “Con la ayuda de la tecnología he querido volver a mis películas y arreglar las cosas que no me gustaban o para las que no había recursos. Los cineastas debemos poder hacer las películas como las soñamos”, finalizó entre aplausos.

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