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¿A estas alturas qué queda por decir del cine basado en cómics, sobresaturado y excesivo? No mucho. Porque el estilo Marvel y DC de tan codificado se ha petrificado. Su predominio ya ejerce nociva influencia en churros impresentables como la rusa Guardianes (2017, Sarik Andreasyan), que reniega de su tradicional ciencia ficción filosófica para volverse caricatura subdesarrollada, muy apenitas, colonizada y con clichés que avergonzarían a cualquier productor infrahollywoodense.

El dominio del cómic hace sentir su peso en sus reiterativos productos, promotores de nuevos lugares comunes. Los irregulares resultados confirman al menos una fatiga intermitente en este tipo de popular cine.

Thor (2011, Kenneth Branagh) fue hasta cierto punto una bocanada de aire fresco para un género que tuvo en esta cinta una suerte de Shakespeare para carpa o cantina. Luego, Thor: un mundo oscuro (2013, Alan Taylor), confirmó que la saga no daba para mucho ante la sombría y ridícula propuesta entre cursi y apocalíptica donde el dios nórdico renunciaba a actuar como tal convirtiéndose en segundón héroe de matinée incómodo sin sus cuates los Avengers. Pero Thor: Ragnarok (2017), quinto largometraje del multitalentoso neozelandés Taika Waititi con vena para la comedia, es una grata sorpresa.

En principio la ligera historia escrita por Eric Pearson, Craig Kyle & Christopher Yost poco tiene que ver con las previas. Está ubicada en Asgard, el hogar que Thor (Chris Hemsworth burlándose de sí mismo) debe preservar del Ragnarok. O sea, de una profecía que buscará cumplir Hela (Cate Blanchett, irreconociblemente sensual disfrutando cada segundo en pantalla como reina punk vestida y maquillada de fetichista negro sadomasoquista). Lo que obliga a la batalla épica de rigor donde participan Valkiria (Tessa Thompson, un agradable descubrimiento), el viejo camarada Hulk (Mark Ruffalo, también riéndose de su personaje), e inesperadamente el eterno Caín, Loki (Tom Hiddleston, perfeccionando la ambigüedad de ser el malo-bueno de la película). Aunque, los lazos familiares son más complejos: Hela es la desconocida hermana de Thor y Loki. Decir esto no es revelar mucho de la trama, del perverso melodrama familiar que se presenta sin mucha seriedad.

Waititi hace un filme lleno de manierismos actorales y morcillas, acordes al canon del teatro de revista improvisado, que sumados conforman un entretenido fresco donde los personajes y las situaciones (como ese homenaje al Espartaco de Kubrick), importan más que los efectos especiales (incluyendo deliberados trucos baratos y medio de baja calidad) que no funcionarían de no ser por el cuidado y vibrante estilo fotográfico, ultra colorido, inédito en este tipo de cintas, del notable veterano de un centenar de películas, el español Javier Aguirresarobe.

La fotografía, brillantísima, se inspira en la pintura de Eugène Delacroix (1798-1863) con la óptica del coautor del cómic, el siempre olvidado dibujante Jack Kirby.

Waititi le da movimiento a los trazos a veces inverosímiles y a los dinámicos puntos de fuga característicos de Kirby (¡esos seres alados inspirados en el Mefistófeles de Delacroix!).

Y para un género que abusa de un oscuro monocromatismo, recurrir a una paleta de colores idéntica a los primarios del cómic es un acierto.

Inteligentemente Waititi hace una cinta con la que se divierte —y divierte al espectador— presentándola como parodia, ágil e infestada de acción, lo que la vuelve fuera de serie dentro del canon del cómic fílmico.

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