Cuando se postuló a la presidencia hace ocho años, Barack Obama argumentaba que Estados Unidos debía acabar con sus dos guerras costosas iniciadas por el entonces presidente George W. Bush, una en Afganistán y otra en Irak, reorientar su política exterior más hacia los países emergentes de Asia y enfocarse en robustecer la economía doméstica. Al ser electo por una ciudadanía que se había cansado de las guerras interminables en Medio Oriente y preocupado por el declive económico, Obama empezó un proceso gradual de retirar las tropas estadounidenses de la región, convencido de que ya no quedarían al final de su mandato.

Se equivocó. Como ha pasado antes con otros mandatarios estadounidenses que han pensado que EU debería dedicarle menos tiempo a los conflictos en esta región, no pudo cumplir con lo prometido y los eventos de 2015, primero en Irak y luego en Afganistán, acabaron con sus últimas esperanzas de lograrlo.

Al final de cuentas, como dicen con las mercancías, si lo rompes, es tuyo. Así también, si invades un país e intentas gobernarlo, aunque sea decisión de una administración anterior, te toca seguir resolviendo las crisis que permanecen y emergen a raíz de esa decisión. Practicar el cambio de régimen en un país extranjero no es un acto que dura unos años, como algunos pensaban, sino un compromiso que puede durar varias generaciones.

En Irak, la aparición del autodenominado Estado Islámico en parte del territorio iraquí y sirio, incluyendo la caída de la ciudad clave de Mosul, ha forzado al gobierno de EU a repensar su decisión de salir del país por completo y lo ha metido de nuevo en ejercicios de coordinación y refuerzo del ejército iraquí.

En Afganistán, la caída (temporal) de la ciudad de Kunduz ha tenido un impacto similar y Obama ha decidido dejar a casi 10 mil soldados en el país por ahora y 5 mil durante 2017. Si bien la cifra no es similar a los más de 100 mil efectivos que EU tuvo en Afganistán peleando contra el talibán y varios grupos terroristas, es un duro revés a la decisión de Obama de sacar a todas las fuerzas militares activas de este país y un reconocimiento de que el gobierno afgano no puede solo contra el talibán.

Michael Kugelman, experto en Afganistán en el Centro Woodrow Wilson, nota que ha habido más víctimas civiles y desplazamientos de población por los conflictos de este año en el país que en cualquier otro año desde 2001 y que eso ha llevado también a una crisis creciente de refugiados que se dirigen a Paquistán, Irán y, cada vez más, a Europa.

Después de unos años en que Afganistán parecía estar en el camino de componerse bajo el régimen actual, la fragilidad del nuevo orden empieza a ser evidente de nuevo.

EU está aprendiendo la lección que otros países —ingleses, rusos e iraníes— han tenido que aprender en otras décadas y siglos de la historia: no es posible conquistar y dominar un país tan complejo como Afganistán con tantos grupos orgullosos de su autonomía.

Cuando Bush tomó la decisión en 2001 de invadir Afganistán y derrocar al gobierno del talibán, lo hizo con un propósito sencillo y claro, el de quitarle apoyo y espacio de maniobra al grupo terrorista Al-Qaeda que había derrumbado a las Torres Gemelas y atacado al Pentágono y que gozaba de bases en ese país con la anuencia del gobierno talibán. Catorce años después, Obama y los estadounidenses están dándose cuenta finalmente de que no hay salida fácil de Afganistán, aun si quisieran dedicarle mayor energía y atención a otras regiones del mundo.

Una vez que se invade un país —y sobre todo un país tan complejo y resistente a los invasores extranjeros como Afganistán— no hay retorno ni salida fácil, y la responsabilidad que se asume puede durar muchas décadas.

Vicepresidente ejecutivo del Centro Woodrow Wilson

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