El documental Tierra de Cárteles, nominado al Oscar como Mejor Documental por la Academia de Hollywood, no sólo es una grave y dura denuncia sobre la violencia criminal y social que han vivido Michoacán y México en los últimos 15 años, producto de la expansión del narcotráfico y la ausencia de Estado en regiones el país, sino que también pone en evidencia que, a pesar de los operativos federales de 2015 en ese estado, el gobierno del presidente Enrique Peña Nieto tan sólo logró “cambiar de manos” el negocio millonario de las metanfetaminas, que continúa, y si acaso una paz frágil que, además de las fuerzas federales, se debe a la actuación extralegal de los Grupos de Autodefensa y a su persecución armada contra Los Caballeros Templarios.

Porque esa es la revelación más grave del impecable trabajo del cineasta estadunidense Matthew Heineman que desde hace semanas puede verse en los sistemas de TV por internet en México, y que más allá de tener como protagonista principal al fundador y líder de las autodefensas, doctor José Manuel Mireles, actualmente preso en una cárcel de Sonora, lo que hace es confirmar no sólo que esos grupos fueron armados e infiltrados por los mismos narcotraficantes, sino que al final, cuando el gobierno federal y su comisionado Alfredo Castillo los legalizaron y uniformaron como “Policía Estatal Rural”, lo único que hicieron fue darles uniformes, placas y armamento legal a los mismos narcos que hoy siguen cocinando las drogas químicas y exportándolas a Estados Unidos.

Esa es la imagen final del documental que registra con valiente realismo la forma en que las autodefensas fueron creciendo, ganando territorios y cazando a operadores, sicarios y jefes de Plaza de los Templarios a los que luego entregaban a autoridades en clara colaboración y tolerancia gubernamental. En un paraje serrano de Michoacán, en la oscuridad de la noche, vestidos con los uniformes de la Policía Estatal Rural que les dio Castillo —en un acto oficial donde les dijo “Ahora el Estado son ustedes”—, aparecen a cuadro un grupo de narcotraficantes encapuchados cocinando “cristal” y uno de ellos dice con completo cinismo a la cámara: “Esta guerra está para proteger los intereses económicos de otras personas. Los cárteles, la mafia, como quieres llamarle, están metidos en esto… Los autodefensas y la gente que cocina metanfetaminas somos básicamente el mismo equipo, realmente nosotros le proveemos fondos a las autodefensas de cualquier modo que podemos, hasta con drogas para vender y conseguir armas… Como cocineros debemos mantener un perfil bajo, en especial porque somos ahora parte del gobierno”, dice el sujeto con uniforme oficial. Y remata: “No puedes detener al cártel, no importa lo que hagas, Michoacán cocina droga, Sinaloa cocina, Guerrero también cocina, simplemente no va a parar, punto. Es una historia de nunca acabar. Somos los afortunados, por ahora”.

Así de claro y directo se resume en lo que terminaron los operativos federales en los que la administración Peña Nieto gastó miles de millones de pesos en la movilización de tropas a Michoacán y se ufanó de “haberle devuelto la paz” al estado. Y es cierto, tal vez los michoacanos estén hoy más tranquilos, pero la paz de la que gozan, según el documental Tierra de Cárteles, no es otra que “la paz narca”.

Por lo que se refiere a Mireles, sí aparece reflejado el liderazgo social y político que llegó a desarrollar con las autodefensas, pero también lo muestra con sus contradicciones humanas e incluso con la transformación que el médico sufrió tras el accidente aéreo que estuvo a punto de costarle la vida. El cineasta estadounidense hace un retrato del personaje que fue Mireles y de cómo fue desplazado del liderazgo y comenzó a convertirse en un problema para el gobierno cuando se rebeló al decreto que transformó las policías comunitarias en la nueva fuerza rural estatal. No es que lo dibuje como un héroe, pero sí deja claro que al final fue Mireles quien denunció la infiltración total de los grupos del narcotráfico en las autodefensas, esos a los que luego Peña Nieto y Castillo vistieron con uniforme, placa y arma oficial.

Así que el Oscar, con toda su carga publicitaria y política sin duda tendría un impacto en las demandas de liberación de Mireles para quienes lo consideran un “preso político” del gobierno peñanietista; pero lo más delicado de Tierra de Cárteles no es eso, sino la simulación que exhibe de un gobierno, un país y una sociedad que juegan con un discurso de “combate al narcotráfico” —un juego macabro que ha costado miles de vidas de mexicanos— cuando lo único que en realidad hacen es manejar y administrar un problema que, bien lo saben, no tiene final.

sgarciasoto@hotmail.com

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