Corría ya la mitad de agosto de 2015 cuando el presidente Peña Nieto sostuvo un discreto coloquio con José Antonio Meade, entonces canciller, para alertarlo sobre su transferencia a otra responsabilidad.

“Prepárate para la tierra”, fue la frase que le expresó, escueta, casi críptica.

Es improbable que su arribo a la Secretaría de Desarrollo Social, el 28 de ese agosto, haya sorprendido a Meade, pues el movimiento era impulsado en Los Pinos por Luis Videgaray, secretario de Hacienda, su amigo durante décadas, desde la juventud temprana en la Facultad de Derecho de la UNAM. El ajuste también llevó a Rosario Robles hacia la Sedatu, donde Jesús Murillo sufría un nuevo coletazo por Ayotzinapa y se negaba a enredarse en los negocios que había dejado ahí su antecesor, Jorge Carlos Ramírez Marín.

Menos de 400 días después, una escena similar se producía, bajo condiciones críticas. La noche del pasado 6 de septiembre, Meade fue citado en la residencia presidencial. A su arribo le fue informado que debía esperar, pues Peña Nieto sostenía un muy largo acuerdo con Videgaray Caso. Al final ingresó al salón y los tres conversaron todavía un amplio lapso.

Horas después, hecho ya el anuncio oficial, Meade y Videgaray comparecían ante la prensa en Hacienda, juntos, confirmando el relevo que regresaba al primero a la titularidad de la dependencia que ocupó el último año de la administración Calderón, y lo confirmaba como parte de la casta del sector financiero en el que empezó a laborar desde 1991, a los 22 años. Tras esa conferencia a medios, comieron en un salón privado de Hacienda y revisaron el próximo presupuesto federal, en vísperas de su entrega al Congreso. Según fuentes consultadas al respecto, Meade realizó consultas muy puntuales, que revelaban su dominio del tema.

Todo reveló una transición tersa entre ambos personajes, cuya cercanía se consolidó en las aulas del ITAM y persistió durante sus doctorados; Meade, en Yale, Videgaray, en el MIT. No en balde comparten el liderazgo de un estrecho círculo de amigos, del que es oportuno dar un pormenor.

Desde los tiempos en la UNAM vienen nombres que resuenan ahora, como Virgilio Andrade, titular de la Función Pública, y Raúl Murrieta, recién defenestrado en la SCT donde fue subsecretario de Infraestructura y es uno de los primeros damnificados por la caída de Videgaray. También estaban ahí Andrés Conesa, director general de Aeroméxico, y Gerónimo Gutiérrez, ex subsecretario en Cancillería y hoy director del Banco de Desarrollo de América del Norte.

Hijos ambos de abogados, Meade y Videgaray se sintieron compelidos a estudiar igualmente leyes. Cuando algo se atoraba en las clases, era frecuente que buscaran el consejo de doña Guadalupe Caso, madre de Videgaray, una abogada que comenzó a ejercer a los 35 años al quedar viuda cuando Luis, el mayor de sus tres hijos, contaba 11 de edad.

A ese equipo se sumarían más tarde Mikel Arriola, hoy director del IMSS, y José Antonio González Anaya, titular de Pemex y quizá el mejor amigo de Meade. En esa órbita y por la vía del Estado de México, de la mano de Videgaray, se incorporó hace más de una década Aristóteles Núñez, que dejó el SAT por lealtad a su jefe y cuyo origen es más modesto. Formado en el Politécnico, sin estudios de posgrado en el extranjero, gusta de recordar que de niño jugaba descalzo a la pelota y que sus amigos le regalaron una corbata para acudir presentable a su primer empleo.

A partir del pasado 7 de septiembre, sin embargo, Meade encara el dilema de tomar distancia o no de Luis Videgaray, cuya gestión se caracterizó por un crecimiento sin precedente de la deuda pública, devaluación de 50% del peso frente al dólar, aumento incesante del gasto burocrático, estancamiento del empleo y el PIB, más un atorón en la inversión en infraestructura pese a la creciente recaudación fiscal. Por si hiciera falta, el estilo Videgaray se complementó con un estilo arrogante en su trato con empresarios, gobernadores y el Congreso, así como opacidad en su patrimonio personal.

El asunto no es menor en un bloque clave de la clase política mexicana. De las decisiones de Meade dependerá el peso de la nomenclatura financiera en la sucesión presidencial de 2018. Del nuevo secretario de Hacienda se espera que rescate la confianza interna y externa en la política financiera del gobierno Peña Nieto, mejore el desempeño de la economía, reconstruya el diálogo con los sectores y otorgue por esa vía al PRI mayores probabilidades para conservar la Presidencia. Resultados de esta envergadura pueden dotar a Meade mismo de viabilidad para una candidatura, que por ahora luce remota.

Lector voraz, de mente aguda, negociador, descrito por líderes empresariales, de partido y legisladores como un hombre que honra su palabra, Meade ingresa al cuarto de máquinas de la administración Peña Nieto cuando las vías lucen agrietadas y el convoy da tumbos que amenazan con descarrilamiento. Pronto se verá si protagoniza un cambio de rumbo; si al contrario, es marginado por los rudos en la próxima estación. O si todos juntos acaban en el voladero. Y el país completo con ellos.

rockroberto@gmail.com

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