Las fronteras del mundo árabe son artificiales. Las trazaron desde Occidente después del desfondamiento del Imperio Otomano. Francia e Inglaterra, principalmente, definieron naciones donde antes no las había.

El autonombrado califa sirio Abu Bakr al-Baghdadi quiere regresar a una época donde el Islam era el único vínculo relevante dentro del mundo árabe. Se trata de un sujeto que heredó la rabia y el financiamiento de Al Qaeda y al mismo tiempo el muy antiguo interés político para refundar un gran Estado alrededor de una misma religión.

No lo quieren los líderes de Oriente Medio porque Abu Bakr al-Baghdadi pretende sustituirlos. En la tradición musulmana sólo puede haber un califa y al autoproclamarse con ese título Abu Bakr desconoció al resto de los líderes de la región.

A pesar del repudio que despierta entre las élites de Siria, Arabia Saudita, Yemen, Túnez o Egipto, ha logrado construirse una base de legitimidad entre las conciencias radicales de la región.

Más importante que nada, obtuvo financiamiento que presumiblemente viene de familias millonarias del Golfo Pérsico. Abu Bakr supo apelar a la culpa de algunos clanes muy poderosos para comprar armas y costear milicias bien organizadas.

El Estado Islámico es una fabricación que encontró legitimidad y dinero, de otra manera no habría pasado de ser una mala broma.

El presidente sirio, Bashar al-Asad, fue la coartada perfecta para erigir esta organización que en estricto sentido no es un Estado y que, por su talante violento, muchos musulmanes no podrían reconocer tampoco como islámico.

El presidente Bashar al-Asad es el heredero de una política implacable y violenta. Fue él quien lanzó tanques y metralla sobre quienes protestaron contra su régimen, a principios de la década, durante la Primavera Árabe.

Bombardeó zonas residenciales y también roció con gas, de manera indiscriminada, a niños, jóvenes y ancianos.

Luego se cruzó en el camino de esa represión un clivaje étnico entre suníes y alauíes.

Mientras los primeros son una mayoría numerosa y con arraigo en Siria, los segundos son la minoría privilegiada a la que pertenece la familia Asad.

Una división que antes no era relevante inflamó el odio en la contienda. Los agredidos suníes resintieron el ataque de Bashar y convocaron, liderados por Abu Bakr al-Baghdadi, a la creación de un gran movimiento político religioso panárabe —cohesionado en contra de los alauíes— y cuya principal misión es retirar del poder a todos los líderes políticos que, como el presidente de Siria, gobiernan gracias al apoyo que reciben de las potencias occidentales.

Así nació una guerra civil que sólo los ingenuos asumieron como asunto limitado a las fronteras geográficas de Oriente Medio. En muy pocos meses diez millones de personas tuvieron que abandonar su hogar y se habla de una mortandad que ha tocado con su garra la vida de entre 200 mil y 300 mil personas.

Todo hace suponer que Abu Bakr al-Baghdadi y su Estado Islámico precisaban un enemigo más grande que el presidente Bashar al-Asad para continuar en su marcha hacia la reunificación árabe. Y fue entonces cuando eligieron París.

Las víctimas del viernes pasado fueron seleccionadas injusta y arbitrariamente. Nada es racional con respecto a lo ocurrido y esa era precisamente la intención: provocar la ira del mundo occidental para que el Estado Islámico tenga un interlocutor a la altura de su furia ciega.

Se trata del choque de civilizaciones al que Samuel Huntington se refirió alguna vez y sin embargo no hay nada de civilizado en él.

ZOOM: el Consejo de Seguridad de la ONU tendrá que actuar implacable contra este atentado en París y sin embargo no sería deseable que respondiera a partir de la irracionalidad del animal herido, sino con la inteligencia política que tanto ha fallado en esa región del planeta, origen primero de la tragedia.

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@ricardomraphael

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