Los últimos años no fueron nada buenos para el Comité Olímpico Internacional; antes y después de los Juegos Olímpicos de Río en 2016 el máximo organismo del olimpismo vivió momentos de mucha tensión económica generados por esta última sede olímpica.

Río de Janeiro no resultó lo que se esperaba, y no hablo del ámbito deportivo; a casi un año de la ceremonia de inauguración el comité organizador local aún arrastra una deuda de entre 35 y 40 millones de dólares; las instalaciones olímpicas son actualmente un auténtico pueblo fantasma, las sedes están en completo abandono, no hay que hacer mucha memoria para recordar todo lo que sucedió: bajo número de espectadores, escándalos de corrupción, recesión nacional y el histórico gasto que se realizó de 1530 millones para dichos Juegos Olímpicos.

Al COI le urgía dejar esto atrás, sacudirse lo más rápido posible el fracaso económico, concentrarse en el futuro inmediato, replantear y reestructurar las formas con las que el organismo había estado operando previo a los eventos olímpicos, las mismas formas que por años no generaron ingresos suficientes para poder tener la posibilidad de respaldar los presupuestos tan amplios que se requieren para respaldar y organizar unos Juegos Olímpicos.

Económicamente hablando, los números del último año del Comité Olímpico Internacional son muy buenos, en 2016 sus utilidades ascendieron a 688 millones de dólares, nada que ver con los números rojos obtenidos durante 2015.

Ante esta fuerte posición financiera que sostiene actualmente en la que su balance es envidiable ya que, en tesorería, cash y valores, traen 1,800 millones de dólares, su pasivo al momento podría ser pagado sin problema quedándoles “para los chicles”, el COI se ha convertido en un organismo más fuerte de lo que Thomas Bach pensó.

Estos históricos ingresos se distribuirán entre la familia olímpica, es decir, entre los Comités Olímpicos Nacionales, Federaciones Internacionales y sobre todo con los comités organizadores de los siguientes Juegos Olímpicos, en este caso Tokio, ahora también para las nuevas aun no oficiales sedes: París y Los Ángeles.

Si, 2024 y 2028 ya tienen sede, no hubo necesidad de esperar a la Asamblea en Lima en septiembre de este año para decidir cuáles serían las ciudades que actuarían como anfitrión, como bien dijo Bach lo que se buscaba era estabilidad; parece ser que ante la desbancada de ciudades para poder organizar una justa olímpica por miedo al alto precio a pagar por ser candidato, los posibles movimientos sociales antes la inestabilidad política de algunos interesados obligaron a Boston, Hamburgo, Budapest y Roma a bajarse del barco, dejando sólo a dos ansiosos interesados.

Todo ha salido a la perfección en este pequeño y macabro plan de Bach, la sesión extraordinaria en Lausana le ha quitado a Lima ese momento cumbre, el momento en el que se cuentan las papeletas y todos los asambleístas con derecho a voto esperan con nervio y emoción conocer el resultado de la votación.

El COI se ha liberado, ha matado a dos pájaros de un tiro, Thomas Bach puede descansar por un momento, uno muy breve, “son ciudades fantásticas, provenientes de países con una gran historia olímpica”, dijo el dirigente buscando excusar la premura de la elección, ganando tiempo para que así el organismo pueda resurgir de sus propias cenizas.

deportes@eluniversal.com.mx

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