El 1 de mayo se conmemora el Día del Trabajo, recordando a los Mártires de Chicago que fueron ejecutados en 1886 por manifestarse en favor de sus derechos, principalmente por una jornada laboral de ocho horas. Este fue el origen de un movimiento muy importante que inspiró a miles de trabajadores en el mundo.

Las mujeres trabajadoras se enfrentan con diversas formas de discriminación: desigualdad salarial, poca participación en puestos directivos, barreras culturales para ingresar a ciertas áreas profesionales, entre otros obstáculos. Sin embargo, yo quisiera aprovechar el Día del Trabajo para reflexionar acerca de las jornadas laborales de las mujeres, que muchas veces son invisibles, pero implican una doble carga. El problema es que además de trabajar por un ingreso, las mujeres tienen más responsabilidades en el ámbito doméstico. En América Latina, dedican entre dos y cinco horas más que los hombres al trabajo no remunerado.

En general, el trabajo que realizan las mujeres en casa no es valorado en términos económicos o sociales. Esto es difícil de entender considerando que la construcción y mantenimiento de la infraestructura doméstica es muy importante para la economía, el desarrollo de las comunidades y la cohesión social. El hecho de que no involucre un pago inmediato para las personas que lo realizan, no significa que carezca de valor económico. De acuerdo con el Inegi, en México el trabajo no remunerado representa aproximadamente 24.2% del PIB; 18% fue aportado por las mujeres y sólo 6.1% por los hombres.

Hay una línea muy delgada entre la realización de trabajo doméstico y de cuidado en el ámbito familiar y una especie de esclavitud moderna producto de un sistema patriarcal que ha estado vigente durante cientos de años. En la estructura actual en la que vivimos, muchas mujeres se ven forzadas a trabajar jornadas extenuantes, sin días de descanso y sin recibir un pago. Esto es un atentado en contra de sus derechos humanos.

Al reconocer la dificultad de retribuir económicamente el trabajo que realizan las mujeres en el hogar, yo levanto la voz por un reparto más equitativo de las responsabilidades, una valoración de las actividades domésticas y de cuidado, así como por una participación activa y comprometida de los hombres. El recurso no monetario al que debemos poner atención es al tiempo porque es lo único que no podemos recuperar. La injusta repartición de estas tareas implica un alto costo de oportunidad para las mujeres, ya que le dedican menos tiempo a su desarrollo personal y a la larga esto puede contribuir en el fomento de otras disparidades de género.

Las jornadas laborales de 14 horas o más para las mujeres que realizan trabajo remunerado y no remunerado son desgastantes, fomentan otro tipo de desigualdades y, peor aún, no son valoradas en ningún sentido. Las responsabilidades domésticas y de cuidado, tanto de niños como de enfermos y ancianos, no debe solamente recaer en las mujeres.

Es necesario salir del molde en el que los roles de género tradicionales dirigen nuestro comportamiento: las mujeres también son proveedoras y los hombres cuidadores. No podemos permitir que el género nos defina. El balance es fundamental para una convivencia sana y para avanzar hacia una sociedad más justa. Sin la cooperación entre hombres y mujeres la equidad de género seguirá siendo una meta distante y difícil de alcanzar. Es momento de comprometernos con la igualdad en todos los aspectos de nuestra vida.

Fundadora de la Fundación Angélica Fuentes

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses