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Texto: Carlos Villasana y Ruth Gómez.
Fotografía actual: Berenice Fregoso
Diseño web:
Miguel Ángel Garnica
A finales de los años 40 e inicios de los 50 del siglo pasado, la Ciudad de México ya contaba con las primeras unidades habitacionales, elaboradas en su mayoría por reconocidos arquitectos que solían invitar a otras personalidades para que dieran identidad a los espacios, tanto del uso público (patios, andadores, jardines o área de juegos) como del interior de cada uno de los departamentos, tal fue el caso de Mario Pani y Clara Porset con el Centro Urbano Presidente Miguel Alemán (CUPMA), el primer complejo multifamiliar de América Latina.
Dicho proyecto, además de demostrar que diversos campos artísticos —arquitectura, diseño industrial, pintura y escultura— podían trabajar en conjunto y dar resultados benéficos en cuanto al ambiente para los futuros habitantes del CUPMA, señaló que la industria mueblera mexicana estaba “estancada”: a pesar de que se había adquirido un presupuesto para que Porset diseñara los muebles más recomendables para el tamaño y espacio de los departamentos, la gente se negaba a comprarlos.
El meollo de esa negativa no era tanto la calidad del mueble, sino que la sociedad tenía un arraigo muy particular hacia cómo debía de ser o estar el mobiliario de sus hogares y adquirir piezas con un diseño moderno resultaba casi impensable.
Esta situación puso a los creativos nacionales e internacionales —extranjeros que habían huido de Europa a consecuencia de la Segunda Guerra Mundial y que residieron en México por toda su vida— de ese entonces a idear estrategias para que el consumidor nacional pudiera conocer nuevas tendencias y, con ello, generar compras en lo “hecho en México”.
Pero fue hasta la llegada de los años 70 que esta meta se hizo realidad, ya que la inyección de capital que tuvo el país para la realización de la justa olímpica marcaron un parteaguas para la industria nacional: se tenía que construir toda la infraestructura que requerían las olimpiadas; desde estadios, mobiliario, señalética y ornamentación de espacios públicos.
Aunado a esto, la incipiente clase media empezaba a hacer eco de sus necesidades en cuanto a bienes o servicios en sus hogares y, como era de esperarse, tanto los gobiernos como los sectores industriales se vieron en la oportunidad de proveérselos.
Fue así como dio inicio, bajo la tutela del alemán Michael Van Beuren, la producción de muebles a escala industrial ya que a pesar de que existían decenas de talleres donde se elaboraban muebles tradicionales, ninguna era como la pequeña fábrica del germano (que llevaba el nombre de “Domus Muebles”) que contaba con toda la maquinaria necesaria para hacer piezas de precios accesibles y de buen diseño.
“Ejemplo de la elasticidad que puede lograrse en el arreglo interior de cualquiera de estos departamentos, son estos bastidores de madera con cremalleras, que permiten una libre movilidad de muebles al gusto del inquilino”, así se publicitaban los departamentos muestra en Tlatelolco, amueblados con muebles Van Beuren en 1964. Colección Villasana-Torres.
Encontrar un estilo de mueble “mexicano” fue toda una odisea, ya que a diferencia de Europa o Estados Unidos donde la carrera de diseño industrial ya tenía tiempo de existencia, en México era prácticamente inexistente y el país no contaba con la infraestructura para hacer muebles distintos a los tradicionales.
Esto llevó a que los primeros esfuerzos por encontrar una estética mueblera nacional fueran realizados por arquitectos dentro de grandes proyectos gubernamentales —como unidades habitacionales o distribución/ornamentación de parques o plazas públicas — o de capital privado, principalmente en la creación de hoteles u oficinas.
Poco a poco fueron abriendo empresas mexicanas dedicadas a la industria mueblera y que buscaban su sello en la reformulación de diseños preexistentes. Aldo Solano Rojas, historiador de arte, cuenta para EL UNIVERSAL que este proceso consistía en que se tomaba un diseño de mueble que ya existía en otra parte del mundo y se adecuaba a la realidad mexicana, es decir, se reconstruía a partir de las posibilidades de producción (maquinaria) y de materiales.
En el sentido de aprovechar los recursos que había en México y aquellos que no: si en Europa era más fácil tener máquinas que doblaran metal y aquí las capaces de moldear la madera de pino, el mueble se construía con pino y otros materiales que eran baratos y de excelente calidad aquí.
La dupla permitía que la creación se adecuara al mercado y que se pudieran sumar elementos vernáculos, como la artesanía. Si bien un mueble estaba inspirado por la corriente europea o estadounidense en la que había nacido, también se le añadían elementos del gusto nacional —texturas, colores o molduras —: la artesanía tradicional empezó a ser parte del diseño moderno.
Los años 60 marcaron la inmersión de México a la modernidad
“Las flores michoacanas, de suave color y delicado trazo, resaltan sobre el fondo blanco de los muebles. Esta decoración estuvo de moda en Sevilla, en el siglo XVI”, así describía en la década de los setenta, Guadalupe Hernández al mueble tradicional mexicano, famoso “desde hace siglos”. Colección Villasana-Torres.
A partir de los años 60, la industria mueblera nacional tomó fuerza y empresas como Hermanos Vázquez, Viana, K2, PM Steele, DM Nacional, Muebles Dico, JM Romo, Mabe —antes mueblería, ahora dedicada a los electrodomésticos—, Muebles Briones, Famsa o Muebles Troncoso empezaron a abrir sucursales por toda la ciudad y, algunas de ellas, al interior de la República.
Las desaparecidas mueblerías mexicanas
La década de los 70 y los 80 les permitió dicha expansión ya que los gobiernos en turno todavía procuraban y cuidaban el mercado nacional, invitando a los mexicanos a “consumir local”. El éxito de muchas de estos negocios consistía en su creatividad para anunciar sus productos en los medios masivos de comunicación, que en esa época eran la radio y la televisión.
En sus comerciales se podían ver las ventajas que ofrecían al consumidor, como dos precios al pago de contado o a crédito y los artículos eran explicados por personalidades del “medio del espectáculo”, como lo podemos ver en el siguiente video de la tienda “K2”.
Mientras tanto, otros se posicionaron como los favoritos de los empresarios y del sector público que no tenían nada que ver con el ramo, pero que los contrataban para que amueblaran sus empresas y las mantuvieran “al último grito de la moda”, como PM Steele y DM Nacional. Ambas empresas seguían la premisa de tomar un diseño funcional y exitoso de otra parte del mundo y reformularlo en México.
Anuncios publicitarios de las marcas PM Steele y DM Nacional, principales decoradores de interiores y proveedores de muebles para oficinas en los años sesenta y setenta. Cortesía Aldo Solano.
La entrada del neoliberalismo tuvo un gran impacto en la industria mueblera, ya que muchas de estas empresas no pudieron con las crisis económicas que se fueron presentando y terminaron por quebrar, algunas desaparecieron y otras persistieron hasta nuestros días, como Muebles Dico, Muebles Briones, Famsa, Muebles Troncoso o JM Romo, que va despegando.
El paso del tiempo trajo un panorama muy turbio para la industria, ya que si bien algunas de estas empresas persistieron, poco a poco se dejó de escuchar de ellas. Así como las empresas de muebles nacieron a partir de la década de los 60, otras empresas quizás con mayor antigüedad dedicadas a vender otro tipo de productos se fueron expandiendo y terminaron por comprar a las muebleras, tal es el caso de Viana, fundada en 1953 y adquirida por Coppel en 2015.
Uno de los casos más “extraños” es el de Hermanos Vázquez, que entre los años de 2013 y 2014 cesó las operaciones de sus sucursales. A inicios de este siglo, nuestra compañera Adriana Ojeda narraba la historia de esta empresa, cuya cuna fue el oficio de Venancio Vázquez —padre de seis hijos— en la colonia Guerrero, dedicado a la venta de muebles en abonos.
Debido a diversas circunstancias familiares, los hijos de Venancio tuvieron que tomar las riendas del pequeño negocio, quienes lo hicieron crecer hasta convertirlo en una “parte” de una decena de empresas de las que son propietarios o inversionistas. Cambiaron el giro del negocio y decidieron que no podrían seguir vendiendo en abonos, sino al contado.
Esa decisión los benefició y les permitió abrir una tienda en la colonia Nueva Santa María, “que a los seis meses traspasaron”. Los hermanos se anunciaban en programas radiofónicos con el lema: “No vendemos en abonos, pero vendemos a precio especial”, que les permitió estabilizarse económicamente. Pero fue hasta 1956 que pudieron adquirir y construir su propia tienda; sin embargo, fue hasta 1964 que abrieron la primera sucursal bajo el nombre de Hermanos Vázquez en Buenavista, con una extensión de 12 mil metros cuadrados.
“Nosotros, los cuatro hermanos, éramos más fuertes que una roca, trabajamos muy duro, muy fuerte hasta 1962, cuando nos empezamos a casar. Tuvimos una especie de contrato entre los cuatro hermanos, ninguno podía entrar a otro negocio si no era propuesto para y entre los cuatro”, comentó Olegario Vázquez Raña a Adriana Ojeda.
La “tonadita” que sonorizaba los comerciales de la ahora desaparecida mueblería era famosa aunado a los slogans “más estilo, menos precio” y “agosto al costo”.
Y vino el éxito, para los años 80 y 90 la empresa mueblera ya era reconocida en las ciudades más importantes del país. En la capital llegó a tener más de diez sucursales y la melodía con la que acompañaba a sus comerciales de televisión, protagonizados por personalidades de la misma, era bastante reconocible. Hoy esta mueblería ya no existe.
Almacén de la tienda Hermanos Vázquez en Cuemanco con más de 75 mil metros cuadrados, fue el más grande que tuvieron dentro de la ciudad. Colección Villasana-Torres.
Nos acercamos a Verónica García, una extrabajadora de las tiendas Hermanos Vázquez, que se desempeñó como asistente de la gerencia de mercadotecnia del corporativo de Hermanos Vázquez de 2010 a 2011. A pesar de que desconoce los motivos por los cuales la compañía decidió cerrar sus puertas, nos contó que tuvo la oportunidad de participar en uno de los “últimos empujones” que la tienda dio para seguir en el gusto del público.
“Yo trabaja para la dirección de mercadotecnia y me encargaba de la vinculación de la empresa con el talento que salía en los comerciales, que para ese entonces ya eran Eduardo Videgaray y José Ramón San Cristóbal “El Estaca”. Me correspondía alistar el set dentro de la sucursal de Universidad y también de ponerme de acuerdo con ‘En familia con Chabelo’ para saber qué muebles íbamos a mandar para el programa”, explica Verónica.
De acuerdo con Verónica, la entrada de la mueblería al programa aunado a las promociones mensuales que solían tener, ayudó a que las ventas volvieran a estabilizarse. Los comerciales de televisión y radio con los comediantes también fueron de importancia, teniendo en cuenta que en los inicios de este siglo los medios digitales aún no tenían la fuerza de hoy en día.
La entrevistada nos comentó que el ambiente dentro de la empresa era como el de cualquier oficina, con chequeo de entrada y salida, con todo tipo de compañeros. Recuerda que de vez en cuando los hermanos Vázquez Raña bajaban de sus oficinas a revisar el aspecto de la tienda (Universidad) y que se sentía que todos lo respetaban o admiraban mucho. Dijo que poco tiempo después de haber dejado la mueblería, se enteró del cierre de la dirección de mercadotecnia y, posteriormente, de la desaparición de las tiendas.
Para conocer más la situación de la industria mueblera local, visitamos el Mercado de la Lagunilla. Y un fletero que lleva 30 años de su vida dedicándose a este oficio, nos dijo que es innegable que la situación económica del país no les afecte: “A penas y alcanza, pero lo bueno es que sí llegamos a tener trabajo. Últimamente nos visitan muchos jóvenes como para re-amueblar o a penas comprar los muebles para su casa, algunos se van por lo tradicional mexicano (a base de pino y barniz) y otros tantos por los muebles más modernos (los que combinan madera y otros materiales como metales y vidrio)”.
Los muebles de la lagunilla
Explica que algunos de los 300 locatarios dentro del mercado tienen algún productor mientras que otros siguen con sus talleres, donde siguen creando muebles tanto de muy buena calidad como lo contrario. A su forma de ver: la calidad y el lujo son distintos.
“La verdad es que la diferencia más importante entre las tiendas departamentales y nosotros es el lujo; allá podrías encontrar diferentes tipos de maderas y acabados, aquí lo que tenemos es esencialmente pino. Cuando la gente viene aquí, sí se fija en un diseño bonito y bien logrado, pero más en cuánto ‘dure’: más va a echarse a perder uno, que el mueble”, finalizó.
En enero de 2005, Fernando Pedrero reportaba para EL UNIVERSAL que desde el comienzo del siglo XXI, las exportaciones mexicanas de muebles habían decaído en un 80% debido a la competencia china.
El futuro de la industria
Los muebles provenientes de Asia eran idénticos a los muebles tradicionales mexicanos y su precio solía ser mucho menor, motivo por el cual muchas de las empresas estadounidenses que los adquirían decidían comprar a los proveedores chinos.
Aldo Solano explica que el panorama de la industria no se ve diferente en un futuro próximo. La influencia de modas y tendencias internacionales obliga a que los diseñadores industriales mexicanos produzcan piezas originales y de calidad de manera artesanal, lo que dispara el precio y por ende, el consumidor prefiere ir a cualquier gran almacén y comprar muebles que dan la misma sensación, o al menos una muy parecida, a mejor precio.
El historiador del arte, cuya línea de investigación se centra en el diseño industrial nacional, comenta que el país sigue sin tener la infraestructura necesaria para crear mobiliario diferente y que aquellas empresas que lo tienen seguirán produciendo los bienes que le sean redituables; siendo muy pocas las que se “animan” a tomar el riesgo que la innovación requiere.
Sin duda, el diseño del mobiliario que decidimos tener en casa son en parte objetos que llevan en sí la identidad del país que habitamos pero sobre todo, hablan de nuestra personalidad; para muestra la Revista Diseño de los años 60, que se encargaba de visitar la casa de personalidades y los retrataba en los sitios donde estuvieran “más tiempo” y compartir con los lectores los recovecos de su casa.
Páginas de la Revista Diseño de 1968, donde retrataron al cronista Salvador Novo en la intimidad de su estudio y la casa de la actriz del momento, Julissa.
Y así pasa con cada uno de nosotros, si nos permitimos imaginar nuestras salas o dormitorios, el orden y la forma que tienen los muebles es porque nos transmite cierta comodidad y porque, a través de ellos, vamos generando nuestro propio sentido y significado de la palabra “hogar”.
Fotografía antigua:
Colección Villasana - Torres y Aldo Solano Rojas.
Fuentes:
Aldo Solano Rojas, historiador del arte. Artículos “Un empresario con ángel” de Adriana Ojeda y “Sufren muebleros competencia china” de Fernando Pedrero, EL UNIVERSAL.