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Texto: Mauricio Mejía Castillo
La noche del 17 de octubre de 1940, mientras actuaba en una obra de teatro, Sara García se enteró de que su hija Fernanda acababa de morir. El tifo, la misma enfermedad que había matado a su madre, dejaba a Sara García en una soledad que el cine mitigó.
Sara García Hidalgo nació en Orizaba, Veracruz, el 8 de septiembre de 1895, hija de los españoles Isidoro García Ruiz y Felipa Hidalgo Rodríguez, quienes ya habían perdido a 11 hijos. Don Isidoro era arquitecto y venía con su esposa a México con la encomienda de restaurar la catedral de Monterrey. En la capital regia Sara García pasó sus primeros años de vida.
Su padre le heredó en ese tiempo una gran afición por el teatro. La familia asistía con regularidad a las presentaciones de las compañías que llegaban a Monterrey. En 1900 la tragedia apareció en la vida de los García Hidalgo. Una tormenta hizo que el río Santa Catarina (que separaba la casa de la familia del colegio de la niña) se desbordara y tumbara el puente que lo cruzaba.
Hasta la noche los niños de la escuela pudieron regresar del otro lado del río. La angustia de don Isidoro por creer que perdería a su única hija hizo que sufriera un derrame cerebral días más tarde. Doña Felipa decidió viajar a la Ciudad de México para internar a su marido, pero éste murió poco tiempo después de llegar.
En la capital, Sara fue inscrita en el colegio de las Vizcaínas. En 1905 doña Felipa murió y su hija quedó a cargo de la directora de la institución, Cecilia Mallet. Adolescente, la alumna se convirtió en maestra. Durante sus clases solía hacer que sus alumnas representaran obras de teatro. En 1917 el cine la arrancó de esta profesión. Era costumbre suya espiar las filmaciones de la Azteca Films, productora fundada por otra ex alumna de las Vizcaínas, Mimí Derva.
Un día, el director Joaquín Coss la sorprendió y la invitó a que participara en una película, sin paga. Ésta, su primera incursión en los sets, fue “En defensa propia”. La década de 1920 se caracterizó por ser el esplendor del teatro de revista mexicano, el cine apenas iniciaba. Sara García llegó a las tablas gracias a Eduardo Arozamena, quien la vio en su primera película y la invitó a la compañía fundada por él. Para ello, tuvo que pedir licencia en el colegio —que no renunciar— para que, en caso de que fracasara como actriz, pudiera regresar a dar clases. Pero nunca fue necesario. Durante los siguientes 60 años Sara pudo vivir de su capacidad histriónica y mantener con ella a su única hija, Fernanda Amada Mercedes, fruto de su matrimonio con Fernando Ibáñez, de quien se separó, por una infidelidad, poco después de nacida la niña.
La joven actriz inició en el cine sonoro con la película El pulpo humano, de 1933. En 1940 hizo su primer papel de abuela en Allá en el trópico. Durante este tiempo era común que interpretara ante las cámaras los éxitos teatrales que ella misma representaba. Alternaba su tiempo entre el cine y el teatro. Uno de los recintos en que se hizo famosa fue el Ideal, ubicado en las calles de Dolores.
En 1934, cuando tenía 39 años, un acontecimiento marcó su vida como actriz. Para conseguir el papel principal en la obra Mi abuelita la pobre, la actriz no vaciló en sacarse 14 dientes. En la biografía que hizo de la actriz, Fernando Muñoz cuenta: “Por entonces, Sara vivía detrás del mercado de San Juan. Para probar su personaje, decidió salir vestida de viejita para ir al teatro Ideal, resultando tan buena su caracterización que, según la leyenda, hasta le ayudaron a cruzar la calle y subir a las aceras”. Desde entonces el papel de anciana no la abandonaría nunca.
La primera película de Sara García se filmó en 1917; la última, Sexo vs. Sexo, en 1980. Estas fechas van más allá del dato biográfico. Ningún otro artista conectó a la época muda del cine nacional con la etapa de las ficheras. México y su cinematografía eran otros completamente. Pero la actriz siempre estuvo ahí. Sólo ella vivió en carne propia el nacimiento, ascenso, esplendor y decadencia de la época de oro. De Emilio Tuero a Vicente Fernández, casi todos los actores de la cinematografía mexicana fueron sus hijos, nietos, yernos, esposos, ahijados, hermanos.
Cuando México sufrió la caída en el cine, de la que no se recuperó ni con la ayuda que pretendía dar el gobierno en los años 70, el nombre de Sara García seguía atrayendo al público a las salas. Y es que los personajes que interpretó en cada cinta le dieron una imagen tan sólida que aún hoy, más de 30 años después de su muerte, sigue presente en el imaginario popular como la imagen ideal de la madre y la abuelita mexicanas. Una mujer que había perdido a su madre a los 10 años y que había perdido a su única hija.
La familia —o por lo menos la idea que de ésta tenía— fue acaso la institución que más defendió el cine mexicano. Sara García se encargó de interpretar a la que se pretendía la base de este núcleo: la madre. Ella dio distintos ángulos a este papel para que cada vez más mujeres pudieran identificarse con ellos. Su versatilidad fue la constante de su carrera.
Fernando Soler, Joaquín Pardavé y Pedro Infante fungieron como las contrapartes masculinas ideales para llevar esto a acabo. Con cada uno de ellos estelarizó películas que se grabaron muy bien en la memoria del público. El binomio que formó con el primero llamó la atención de Carlos Monsiváis, quien en su libro Rostros del cine mexicano dice: “Cada uno por separado [Fernando] Soler y [Sara] García son profundamente emblemáticos. Pero la combinación es una apoteosis de los símbolos inescapables”. Y es que fue con Soler con quien conformó el prototipo de los padres mexicanos de la pos revolución. A la severidad de él se antepone la sumisión de ella. Así se ve en dos cintas emblemáticas: Cuando los hijos se van (1941) y Azahares para tu boda (1950).
En ambas sufre por su papel de intercesora de los hijos ante el padre, que no hace caso del llanto de su mujer para disminuir su rigidez, pero siempre termina reconociendo que exageró en ella. Con Pardavé fue otro el discurso. La imagen que, en su calidad de director, le dibujó fue el de la esposa de inmigrante. Esto en las películas El baisano Jalil (1942) y El barchante Neguib (1946). Éstas formaban parte de una campaña que Pardavé protagonizó con el afán de disminuir la discriminación de la que muchas veces eran víctimas los migrantes libaneses. Para dar lustre a sus personajes, Sara García recorrió La Lagunilla, barrio donde se habían asentado los libaneses al llegar a la Ciudad de México.
Con Pedro Infante encarnó una mancuerna que el público sigue disfrutando en las películas. Desde Los tres García, hasta El inocente, pasando por Vuelven los García y Dicen que soy mujeriego, los dos lograron calar en el cariño popular como el gran nieto de la gran abuela. Los tres García, además, significó la oportunidad para la actriz de regresar a su género favorito: la comedia. Así lo muestra una entrevista hecha en 1947. “Los productores la hicieron traicionar al género cómico para transformarla en la obligada ´abuelita´ del cine nacional. ´Siempre he sido actriz de comedia y mis mejores triunfos los conseguí en papelitos ligeros con su toque sentimental. Pero ¡qué le íbamos a hacer! A los productores les dio por hacerme llorar y sufrir ¡y esas fueron lágrimas!´”.
En el libro, Las películas de Sara García, el escritor Emilio García Riera hace un recuento de todos los directores con los que trabajó la intérprete. Gilberto Martínez Solares fue el que más convivió con ella, en ocho ocasiones; le sigue Julián Soler con seis; René Cardona y Juan Bustillo Oro con cinco cada uno; Raphael J. Sevilla, Miguel Zacarías, Joaquín Pardavé y Luis Spota con cuatro.
Otros como Fernando Soler, Ismael Rodríguez y Alberto Gout con tres o menos películas. Llama la atención que nombres como Luis Buñuel, Roberto Gavaldón y Emilio Fernández; aunque con este último compartió créditos en las cintas Marihuana y Las mujeres mandan. En total, Sara García participó en 156 películas.
A partir de la década de los 50, Sara García incursionó en la radio y la televisión. Teatro Palmolive al aire y El dolor de ser madre, fueron algunos de los programas radiofónicos en los que participó. En la pantalla chica apareció por primera vez en Media hora con la abuelita, de 1951. El éxito de las telenovelas -—aparecida la primera en 1958— tampoco le fue ajeno. Un rostro en el pasado fue su primera actuación en este género. Fue durante el rodaje de esta producción en que fue notorio el carácter duro que la caracterizaba. Muñoz recuerda una anécdota. “(…) irrumpió una vez en el set para acercarse a la cabina y preguntar en voz muy alta: ´Oye, Labra, ¿cómo se apellida este pendejo? Los técnicos estaban paralizados de oír hablar así a la abuelita del cine nacional, pero ella insistió: ‘¿Cómo se llama esta telenovela?´ Un rostro en el pasado, fue la respuesta. “Será el rostro de [Eduardo Fajardo], ya que es el único pendejo que se ve en pantalla (...)´. Acto seguido invitó a todos los actores a desayunar a un restaurante muy caro”.
Uno de los personajes más recordados fue aquel que hizo en 1974 como Nana Tomasina de la niña Graciela Mauri en la telenovela infantil Mundo de juguete. Esta serie producida por Valentin Pimstein y dirigida por Rafael Banquells con guión de Abel Santa Cruz, es un referente cuando las nuevas generaciones oyen hablar de Sara García.
El carácter de doña Sara siempre fue comentado. Disciplinada hasta el extremo en su trabajo, era poco tolerante con las cosas que no parecían, como se nota en la anécdota anterior. Esto contrastaba muchas veces con sus personajes. Pero en otras, como en Los tres García, Doña Clarines o La familia Pérez, su caracterización va más acorde con la vida real.
Otro contraste significativo fue su vida familiar. Sara García se divorció por el adulterio de Fernando Ibáñez, con la primera actriz y empresaria Elvira Morla, quien le debía dinero a la primera. Al enterarse de la infidelidad de su marido, García le dijo a su rival: “¡Mire usted, yo le permito que me robe a mi marido, pero mi sueldo y el trabajo no me lo roba! Usted me paga ahora mismo lo que me debe o salgo a ese balcón y empiezo a gritar que usted es una ‘cuatro letras’”. Lejos estaba en ese momento de su vida la mujer compasiva y sumisa. Nunca se volvió a casar. El hecho de que la gran madre del cine haya perdido a su única hija no deja de ser otro choque entre ficción y realidad. La soledad en que vivió fue relajada después de la muerte de Fernanda por Rosario González, su gran amiga, a quien Amparo Rivelles le dio el mote de “la mártir”, por aguantar sin protesta el temperamento de la actriz.
La fábrica de chocolates La Azteca supo aprovechar la popularidad de la abuelita de México y en 1973 estableció su rostro como la imagen de un famoso chocolate de mesa, imagen que perdura hasta la actualidad, 44 años después.
El 21 de noviembre de 1980 México perdió a su abuelita ideal. A su funeral en el teatro Jorge Negrete, asistieron miles de personas. Fue enterrada en el panteón Jardín mientras Lucha Villa interpretaba “Mi cariñito”. La misma canción había sido cantada por Pedro Infante en la escena de su muerte 34 años antes en Vuelven los García.
Diseño web: Miguel Ángel Garnica.
Fotos antiguas: Archivo EL UNIVERSAL.
Fuentes: Sara García, de Fernando Muñoz; Las películas de Sara García, Emilio García Riera; Acervo hemerográfico y fotográfico de EL UNIVERSAL.