El pasado miércoles se llevó a cabo una movilización en varios países de América Latina y de Europa en contra de la violencia de género. La protesta fue convocada por Argentina con motivo del atroz asesinato de Lucía Pérez, después de ser agredida sexualmente. Miles de mujeres se vistieron de negro y expresaron su indignación en las calles de la Ciudad de México.

Esta vez fue Lucía, pero la injusticia también ha llevado el nombre de Karen, Mariana, Araceli, Marina, Maria José, Edith, Martha, Karina y muchas otras que ni siquiera sabemos cómo se llaman. Mujeres que fueron maltratadas, asesinadas y su cuerpo fue abandonado dentro de una bolsa negra en cualquier sórdido lugar. Muchas otras cuyos restos ni siquiera han sido encontrados y están “desaparecidas”. Todos sabemos qué ha sucedido con ellas. Es alarmante que, en la mayoría de los casos, sus agresores hayan sido sus parejas sentimentales.

Me pregunto por qué. ¿Qué les da el poder para sentirse con el derecho de torturar, violar, matar? Aunque no tengo la respuesta que todos queremos escuchar para resolver el problema de una vez por todas, sí me atrevo a afirmar que en la sociedad latinoamericana impera una lógica machista que todavía denigra, desvaloriza, maltrata y juzga injustamente a las mujeres. Yo no trabajo por las mujeres por el simple hecho de ser mujer, sino porque durante cientos de años hemos estado rezagadas y es necesario llegar a un justo medio con el hombre para alcanzar una sociedad equitativa por el bien de todos. Definitivamente, el desarrollo sostenible no puede ser concebido sin la equidad de género y las mujeres no pueden llevar una vida plena en un ambiente de discriminación.

No hay que ponerse la camiseta de feminista o activista social para darse cuenta que algo está muy mal y empezar en nuestro propio entorno a promover un cambio. Basta conectarse con el ser humano y poner en alto los valores de respeto y tolerancia. Enseñar a nuestros hijos e hijas la importancia de la empatía y a no ser indiferentes ante las injusticias y los principales problemas de la sociedad. Actuemos con base en una perspectiva de derechos humanos en la cual entendamos que absolutamente todos merecemos una vida digna y libre de violencia, sin importar el género o la condición social.

Hoy no voy a dar una sarta de estadísticas e insistir en el problema de la violencia de género como un tema prioritario en la agenda pública. Hoy sólo espero que los familiares y amigos de todas las víctimas encuentren consuelo.

Tomemos consciencia de la importancia de un cambio de paradigma hacia una cultura en donde las mujeres sean respetadas sin importar su estilo de vida o las decisiones que hayan tomado; valoradas por el simple hecho de existir. Quiero que todas podamos salir a la calle con seguridad y tener plena libertad para llevar la vida que se nos antoje. Quiero que nuestras hijas crezcan sin miedo.

Hoy me siento profundamente indignada, enojada y también visto mi alma de negro. Ni una más, ni una menos.

Fundadora de la Fundación Angélica Fuentes

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