El emperador Akihito de Japón anunció en un inusual discurso por televisión —el segundo pronunciado a la población japonesa después del mensaje de condolencias por el terremoto, tsunami y tragedia nuclear de Fukushima en 2011— que es cada vez más difícil para él cumplir con su función de monarca. Aduciendo la paulatina fragilidad de su salud (en 2003 fue sometido a una operación de cáncer de páncreas, en 2011 sufrió de una grave neumonía y en 2012 lo sometieron a un examen del corazón), el monarca con 23 años en el trono expresó su preocupación ante la población japonesa de que su salud pueda tener un impacto en el país. Estas declaraciones dejan entrever su intención por abdicar, aunque tuvo especial ciudado en no mencionarlo, porque no existe en la Ley de la Casa Imperial estipulación al respecto.

En una acción sin precedentes en un país donde el emperador rara vez aparece o pronuncia su voz en público (y que es venerado por algunos como deidad), el discurso es inaudito y revierte varios significados. Primero, abrirá el camino para una reforma a la Ley de la Casa Imperial, documento que regula desde 1947 la sucesión. De 2001 a 2006 estas reglas fueron objeto de cierto debate en ese país luego de que, en la línea sucesora directa, la esposa del príncipe heredero Naruhito dio a luz a la princesa Aiko —impedida para ocupar el trono—, saliendo así a flote las grandes resistencias por cambiar la ley. Con el nacimiento, en 2006, del príncipe Hisahito —sobrino de Naruhito— el debate fue relegado. Sin embargo, esta ley ahora podría ser sujeta a debate y eventual modificación en la Dieta, con la anuencia del emperador. Segundo, para el monarca nipón mantener un vibrante símbolo del Estado y de la unidad, paz y felicidad del pueblo japonés es una tarea que debe recaer en alguien con excelente salud y, adelantándose varios años, quiere evitar complicadas exequias que, incluso, pueden durar años y paralizar a la clase política y a la sociedad. Akihito dejó entrever que podría instituirse, de ser necesaria, la regencia, figura contemplada en esta ley para asumir funciones reales.

Sacudiéndose la sombra de un Japón militarista de la preguerra y sin la polémica (un verdadero tabú) que su padre Hirohito causó fuera del país sobre su posible responsabilidad en la guerra, el emperador Akihito rompió moldes de tradición y ha sido protagonista del Japón moderno: se casó con quien no era de la familia imperial en 1959, es ávido tenista, profundo conocedor de la biología marina y comprometido con su papel simbólico, alejado de la política. Su discurso fue cuidadosamente elaborado como una opinión personal en espera de la comprensión del pueblo, evitando violentar el sistema imperial y la política del país.

Este puede ser un primer paso hacia la reforma del sistema de la Casa Imperial, que ha demostrado ser reacia en cuestiones de género, pero que podría avanzar si se genera desde el Consejo de la Casa Imperial, poderoso órgano de 10 miembros de los tres poderes a cuyo frente está el primer ministro Shinzo Abe. Se sabe que hay voces en contra de la reforma por sectores ultraconservadores que prefieren ver la figura del emperador hasta su último día de vida, pero también hay liberales que seguramente recibirán las líneas de Akihito como señal de un Japón que necesita responder a los cambios de una nueva era de forma rápida y eficaz. Sean ligeros y sostenidos, o bien abruptas ráfagas, vientos de cambio se sienten en el país del sol naciente.

Coordinador del Programa de Estudios Asia Pacífico del ITAM

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