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Todas las crónicas que se han publicado desde el reciente fallecimiento de don Fernando Solana dan cuenta de un político excepcional, moderado, discreto. En este espacio queremos recordar su paso por la Secretaría de Relaciones Exteriores. No la tuvo fácil como canciller porque le tocó un momento de profundos cambios donde la política exterior de México tenía dos rumbos y dos cabezas: el que se delineaba en la SRE y el que se perfilaba desde la entonces Secofi.
Carlos Puig escribió en la revista Proceso, en octubre de 1991, un artículo que denominó Un Canciller sin funciones, con el subtítulo: A Fernando Solana lo sustituyen en Washington Córdoba y Serra Puche.
Tal vez a ese momento se refirió la canciller Claudia Ruiz Massieu cuando en la reciente ceremonia luctuosa señaló: “Uno de los rasgos más notables de Fernando Solana, del que mucho podemos aprender, fue su capacidad para conciliar tensiones aparentes. En una era de cambios acelerados en México y el mundo, no se dejó atrapar ni por idealismos ordinarios que paralizaran su acción ni por pragmatismos a ultranza que descartaran los principios”.
La canciller también recordó que “el mundo que existía cuando Solana tomó las riendas de la diplomacia mexicana y el mundo que había cuando dejó este cargo en 1993, eran dos mundos completamente distintos.” Ruiz Massieu hizo el recuento: la reconfiguración del sistema internacional con la caída del muro de Berlín y el consecuente desmembramiento de la Unión Soviética; el nacimiento de la Unión Europea; el ascenso de China e India a los primeros planos de la escena global y regional y el fin de las dictaduras sudamericanas.
El senador Gil Zuarth por su parte, describió al ex canciller en su mensaje como el “universitario universal que no se adhiere al dogma, ni a la consigna, cuestiona, critica, debate consigo mismo y con los demás. Solana tenía ideas firmes pero no posiciones inflexibles.”
Debe haber sido difícil para don Fernando ser la cabeza de la diplomacia mexicana cuando se pusieron los ojos hacia al norte y se dejó de ver al sur. Sobre todo, porque la mayoría de los jóvenes diplomáticos de aquella época habían sido formados con el sentimiento latinoamericano en la sangre y en la voz. Con las venas abiertas de Galeano y las canciones de Violeta Parra, Mercedes Sosa o Inti Illimani.
Como integrante de la Cámara Alta en los años subsecuentes, Solana tuvo claro, a decir de Gil Zuarth, que “el rol del Senado no se limitaba a estampar un sello, su función es concurrir con el Ejecutivo para ensanchar los horizontes de la presencia mexicana en el mundo, servir de palanca para impulsar la influencia de México en las coyunturas regionales.”
A pesar de su prudencia, Solana fue crítico de la situación económica actual de México. En el INAP, (agosto 2011), calificó de desastrosa la situación por la que atraviesa el país y recalcó el nulo crecimiento de nuestra economía.
En el Instituto Matías Romero (enero 2015) insistió en ello y dijo: “Nos ha hecho falta la energía, la capacidad y el impulso político, el impulso gubernamental. Reconocer sus errores y rezagos para asumir la globalización y los cambios mundiales. Y de forma radical y urgente hacer respetar el Estado de Derecho. Fortalecer el combate a la corrupción; modernizar a la administración pública, mejorar la calidad de la educación, invertir en infraestructura, fortalecer la paz y seguridad públicas e impulsar la posición internacional de México. ¿Y cómo lo vamos a hacer?: con crecimiento económico.
Si crecemos económicamente tendremos el país que ambicionamos, el país que merecemos, el país que sí podemos ser”.
Esas fueron las palabras que buscan eco de un mexicano de altura al que, desde ahora, comenzamos a extrañar.
Directora de Derechos Humanos de la SCJN
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