Termina la cuenta regresiva para materializar lo que 65.8 millones de estadounidenses, más otro tanto a lo largo y ancho del mundo, consideran el fracaso más estridente de la historia democrática contemporánea. Estoy exagerando. Nadie podría argumentar que la democracia ha desaparecido a pesar de la abolladura que causó la embestida de Donald Trump al viejo molde bipartidista de los vecinos al norte del río Bravo.

Su asunción formal a la presidencia este viernes es también el descenso de la Unión Americana a las tinieblas del provincialismo político. Para nosotros, algo similar al descenlace de una noche de copas para un par de jornaleros mexicanos en un bar de Wyoming. El nuevo presidente ha creado su propia revolución cultural para, nuevamente, poder decir las cosas como son. El correccionismo político convertido en pieza arquelógica y sustituido por la verdad salida de una serie televisiva.

No recuerdo otra elección en Estados Unidos cuyo resultado trajera tanta desazón a México. La justificación es obvia. Trump utilizó el peor estereotipo del mexicano, -canalla, siniestro, violento- como ladrillo del muro que, discursivamente, fue construyendo desde el inicio de su campaña. El muro que más divide es el que no se ve, aquel que está hecho de símbolos e ideas y atribuciones intangibles que se instalan en la cabeza.

Sin embargo, la peor versión de Trump no es más que un brutal espejo en donde, desde México, podemos apreciar nuestras demacradas facciones democráticas. El rostro de una sociedad que ha naturalizado la corrupción de sus actos y también la de sus palabras. Un espejo que proyecta la imagen desfigurada de una democracia sin justicia.

La gran lección de Trump es que se puede ganar en democracia dinamitando selectivamente los valores sobre los cuales ésta se sostiene. Para México, la tibieza con la que partidos, legisladores y gobierno han respondido al discurso trumpista, se esconde detrás del chovinismo más ramplón de la mexicanidad. Una clase política incapaz de reconocer que el problema no es Trump sino el lamentable estado de salud de nuestras instituciones. Que la amenaza de su administración no es nada comparada con la impunidad circular y la inoperancia del estado de derecho.

Frente a la demagogia anti-mexicana de 140 caracteres de @realDonaldTrump (yes, he-is-real!) nuestra respuesta se instaló en la hamaca del agravio nacionalista. Viva Hillary, vivan las compañías de autos que quieren invertir en México. Nos empeñamos en honrar el dibujo caricaturizado de un país gobernado por el desorden incapaz de articular una respuesta articulada desde el congreso, la presidencia o los partidos políticos.

Hay escenarios predecibles. Donald Trump se inaugura como presidente y comienza a descubrir que muchas de sus bravatas de campaña no se pueden lograr frente a los contrapesos institucionales de la Unión Americana. A pesar de ello empujará los temas que le permitieron llegar a la presidencia y para ello está obligado a mantener viva la narrativa de preservar los intereses de Estados Unidos a costa de los demás, particularmente de los mexicanos. El progreso condicionado por la sumisión del otro. La rendición como el punto de partida de la negociación binacional. Qué haremos en México es la verdadera incógnita.

Investigador del CEIICH-UNAM

@juliojuarezg

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