Espejos populistas. El caos interno en el no equipo de la Casa Blanca, la incapacidad de su titular para construir una coalición eficaz con el Capitolio —que le ha impedido articular algo que pudiera aproximarse a un programa de gobierno—; la deriva de la oscura y accidentada relación Trump-Putin, y el todavía incierto desenlace del drama venezolano, aparecen esta semana en los medios internacionales como juegos de espejos de una crisis de institucionalidad a escala global. Pero también se pueden ver como llamados de alerta frente a las propuestas antisistema en boga en otros países, incluido el nuestro. Y por ello mismo parece inevitable su inserción en el inminente proceso electoral mexicano.

En efecto, abundan en los medios locales los destellos de aquellos juegos de espejos globales. Por ejemplo, con los triunfos en 2016 del nacional populismo del Brexit en el Reino Unido y, especialmente, de Trump en Estados Unidos, no faltaron los espacios mediáticos mexicanos que se apresuraron a decretar como inevitable un triunfo aquí de López Obrador. Y éste, a su vez, alimentó esa expectativa con su afirmación inicial de que no había que temer a la llegada del nuevo presidente estadounidense.

No se ha vuelto a hablar de esa supuesta funcionalidad del tres veces candidato presidencial mexicano con el momento populista mundial. Un momento, no un movimiento, como hemos insistido aquí con base en propuestas de la academia internacional. Y un momento, por cierto, que el año pasado alcanzó su apogeo, pero que este año pareció declinar en las elecciones de Francia y Holanda y ahora aparece en proceso acelerado de agotamiento. Ello, ante el balance de un Brexit que día a día encoge más las perspectivas del ex imperio británico, y de un Trump dando tumbos en su propia casa y enfrentado incluso al partido que usó para escalar a la presidencia.

Entre un mentiroso y un tramposo. Y lo que faltaba: un Trump atado por un Congreso que le impuso sanciones a la Rusia de Putin, con la que el magnate pretendía construir una ‘nueva’ relación, aparentemente no ajena a los negocios rusos de sus familiares y socios ni al cargo de injerencia del Kremlin en la campaña electoral estadounidense de 2016, reforzado por una bizarra confesión del hijo mayor del presidente.

Tras el prolongado y opaco encuentro de Trump y Putin durante la reciente reunión del G20 de Hamburgo, el analista Charles Blow del NY Times describió esa relación como la de un mentiroso y un tramposo. No podía terminar bien. Y un par de semanas después, las sanciones del Congreso estadounidense a Rusia son seguidas por el amago de expulsión de Rusia de centenares de diplomáticos de Estados Unidos. O sea que aquella ‘nueva’ relación se torna en días en lo más parecido a los viejos estilos de los momentos de mayor tensión de la Guerra Fría entre Washington y Moscú.

Venezuela en México (2006-2018). Atrapados en sus trampas y mentiras, Trump y Putin insisten en los viejos trucos de la cortina de humo y la huida hacia delante: con la profundización del desgarriate de su gabinete disfrazado de radicalismo antisistema, el campeón de una “America first” fincado en la erosión de las instituciones republicanas y en la ruptura de los compromisos comerciales y de seguridad de su país. Y con una provocadora movilización de tropas hacia las fronteras de los países de la alicaída OTAN, el gran ganador del vacío estadunidense propiciado por Trump en Europa y Asia.

Asimismo, el agotamiento del momento populista mundial alcanzó esta semana dimensiones trágicas en Venezuela, con un Nicolás Maduro que a cada huida hacia delante del repudio interno y externo a su régimen, multiplica esos repudios. Y en el juego de espejos de ese drama en los medios mexicanos, siguen sin respuesta los reclamos de toma de posición sobre el tema a López Obrador. Y esto tenderá a reproducir en las campañas de 2018 los llamados de alerta de 2006 sobre las reales o supuestas afinidades del proyecto de AMLO con el modelo Hugo Chávez.

Director general del Fondo de Cultura Económica

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