Provincianismo. Con el cambio de siglo, pasamos en México del protagonismo de la figura presidencial en las ‘cabezas’ principales de las publicaciones impresas y en los avances de los noticiarios de radio y tele, a su frecuente desplazamiento por personajes en competencia por definir la agenda de la conversación pública en condiciones de pluralidad. Pasamos también de incluir cotidianamente en esa conversación los acontecimientos internacionales —en parte por los límites impuestos y auto impuestos al tratamiento de los temas domésticos en los medios— a minimizar o ignorar el entorno global, su incidencia en lo local e incluso la incidencia de nuestros país en la globalidad. Y, paradójicamente, pasamos de vivir una esfera pública más cosmopolita y abierta al mundo en los tiempos del control de la agenda mediática por el sistema político, a una esfera más provinciana en el entorno actual de mayores libertades informativas y de opinión.

Es cierto que en la época del ultra presidencialismo se llegó a extremos grotescos. Por ejemplo, hubo titulares de periódicos sobre la muerte de Churchill en 1965, o la de De Gaulle en 1970, en que se pusieron por delante las condolencias, respectivamente, de los presidentes Díaz Ordaz y Echeverría, con los ditirambos de éstos sobre el legado de aquellos líderes que todavía no se llamaban globales aunque lo fueran. Y si bien es cierto, en el segundo aspecto, que la visibilidad que se otorgaba en nuestros medios a los asuntos internacionales servía para eludir temas nacionales espinosos para el sistema, también era frecuente que el lector o la audiencia descifraran la información internacional como mensajes críticos contra los poderes locales, al exaltar, por ejemplo, las grandes protestas e insurgencias antiestablishment del mundo a partir de la segunda mitad del siglo pasado.

A diferencia de hoy, los medios y la gente le asignaban valor a la participación de México en el exterior. Hubo excesos. Por ejemplo, la narrativa épica de las giras internacionales de los presidentes casi como si se tratara de las hazañas de Gengis Kan atravesando el Desierto de Gobi. Pero se apreciaban, al mismo tiempo, las posturas del gobierno frente a la beligerancia de Estados Unidos contra Cuba o respecto del desembargo de marines en Domincana o de las maniobras estadounidenses tras el golpe contra Allende en Chile. En estos casos, no sólo surgía el previsible tratamiento informativo privilegiado, sino que se registraban también movilizaciones de opinión favorables por voces críticas e independientes.


Merkel, Peña, Trump. La ‘despresidencialización’ de las primeras planas y los primeros planos de los medios se convirtió en los últimos lustros en certificado de independencia de las empresas informativas y de sus operadores. Y lo mismo ocurrió con el tránsito de una idea de la corrección política del comentarista basada en la devoción presidencial, a otra basada en la competencia por la denostación más violenta del gobernante. Esto tuvo sentido en la transición de un sistema de virtual monopolio del poder político ejercido a través, entre otros recursos, del monopolio de la definición de la agenda de las conversaciones públicas en los medios, a otro de competencia por el poder y por la definición de esa agenda en el campo de batalla de los propios medios.

Pero la permanencia en esa postura pierde sentido si, con excepciones como la de EL UNIVERSAL, se despojan, por ejemplo, de valor (noticioso y político) actitudes y mensajes como los que compartieron aquí el fin de semana el presidente Peña y la canciller alemana Ángela Merkel en su explícito desacuerdo común con Trump en los temas ingentes (y urgentes) de los derechos humanos de los migrantes, el compromiso contra el calentamiento global y el libre comercio. Con otra paradoja: la tendencia global de los medios a asignarle mayor valor de mercado informativo al más agresivo tuit de Trump, incluso contra los propios medios, que a los mensajes de la resistencia.

Director general del Fondo de Cultura Económica

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