En vilo. El auge populista es un rasgo sobresaliente de la vida política contemporánea y mantiene en vilo la estabilidad global. Sus exponentes pueden ser “rotundamente peligrosos”, dice el editorial del NY Times de ayer. Al llegar a sus primeros 100 días, la Casa Blanca de Trump se parece a la ‘casa del jabonero’ del refrán. Cada vez que se encamina a cumplir algunos de sus anuncios más temerarios, parece caer del favor de la mayoría parlamentaria de su propio partido, así como de los actores de su país involucrados con México. Esto último, por las embestidas contra el TLC y la ofensiva antimigratoria. Pero en la medida que no puede cumplir los propósitos abanderados en campaña, resbala en la desaprobación, la decepción y la pérdida de los votantes que lo llevaron a la Presidencia.

Es el karma populista, de derecha e izquierda. El gobierno bolivariano de Venezuela ciertamente pudo pasar de las palabras a los hechos contra el sistema de economía de mercado de su país. Pero ello agravó las condiciones de vida de todos, particularmente del pueblo al que el discurso populista decía favorecer. Y si no cae por las protestas populares y la presión internacional, probablemente se irá resbalando hacia el hoyo que sigue cavando cada vez que intenta sostenerse por la vía de suprimir a la oposición. En el Reino Unido conservadores antieuropeos y políticos electoreros se colgaron del discurso nacional populista que urgía a salir de la Unión Europea. Pero al día siguiente del triunfo del Brexit cayó la expectativa de los beneficios prometidos y todo apunta a un resbalón de la economía y el bienestar de los británicos. Y todavía falta el resultado del domingo en Francia, que definirá la suerte de la populista Le Pen y de Europa.

Los estragos. En nuestro hemisferio, sigue en el aire la materialización de las promesas emotivas de Trump, en parte vindicativas contra lo mexicano, que no sólo no mejorarían sino que podrían empeorar las condiciones de vida de su grupo de votantes damnificados del desarrollo tecnológico y de la globalización. Por tanto sigue en el aire también la correspondiente conversión de aquellas promesas (para unos) en amenazas cumplidas para (nos)otros. Pero es un hecho que mientras llega el desenlace y cae o resbala la llamada era de Trump, el amago del presidente estadounidense de cumplir sus ofertas electorales sigue prolongando la incertidumbre en la economía mexicana.

Un amable comentarista del sitio electrónico de EL UNIVERSAL me reprochó la semana pasada acudir a un politólogo holandés para analizar la agenda mexicana. Pero, con la pena, vuelvo a la exigencia de Cas Mudde de definir con claridad el concepto de populismo y de combinarlo con otros, conforme a cada situación específica. De acuerdo a este especialista el populismo no sólo alude a la propuesta de políticas irresponsables y a prometer todo a todos, ni esto es privativo de los políticos populistas, como lo muestran hoy las ofrendas al pueblo de todos los candidatos en el Estado de México.

En los trópicos. Lo que hoy caracteriza al populismo en la ciencia política, continúa Mudde, es una propuesta de división de la sociedad en dos grupos antagónicos: los ‘puros’ y la ‘élite corrupta’. O la ‘mafia del poder’, para tropicalizar la descripción. El populismo es monista —monotemático— y moralista. Sus líderes se arrogan la representación de la voluntad general del pueblo y no hacen alianzas: presentan la política como una lucha de todos contra uno y de uno contra todos. Y contra ese rasgo parece resistirse ahora entre nosotros López Obrador, a partir de su atracción a empresarios y políticos priístas. Pero igual Hugo Chávez llegó al poder aliado del dueño de la mayor televisora privada de Venezuela. Y es que tampoco hay populismos puros, concluye el también colaborador de The Guardian y El País. Se combinan con otros rasgos ideológicos, a izquierda y derecha, y con golpes de pragmatismo sin escrúpulos que fundan asociaciones tan inexplicables como efímeras.

Director general del Fondo de Cultura Económica

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