Un político norteño experimentado en broncas y broncos describe a un exitoso candidato al gobierno nuevoleonés —que ahora va en calidad de independiente— como una combinación del ex mandatario Vicente Fox, y el otra vez aspirante presidencial, López Obrador. Una especie de híbrido surgido de estos dos reales o supuestos extremos, ligados por los desarreglos de nuestra incipiente democracia, eso sería Jaime Rodríguez Calderón, el ya célebre portador del alias de Bronco, como nombre de guerra.

Los políticos que van por la descalificación de la política y los políticos han interesado, claro, a la ciencia política. Ésta ha tratado de encuadrar sus perfiles en tres conceptos, por demás elusivos, y con frecuencia utilizados de manera intercambiable o confundidos entre sí: el político populista, el anti-establishment o antisistema y el outsider. Así los encuadra Robert Barr, de la University of Mary Washington, especialista en política latinoamericana, autor de El legado de Fujimori (The Legacy of Fujimori) y coautor de un manual de indicadores para medir democracia y gobernabilidad.

En el plano populista, estos políticos suelen llegar a simbolizar el descontento público: por el monopolio de un partido, en el caso de Fox, o por la concentración de riqueza y poder de ‘los de arriba’, como lo expresa López Obrador. Y no faltan politólogos metidos también a explorar la naturaleza del atractivo de este tipo de liderazgo, que asocian a atributos personales de arrojo, valor o temeridad como los que luce la biografía del Bronco en defensa de su familia.

¿Antisistema? Pero también se ha estudiado la posición de estos actores frente al sistema político. Uno, adoptando temporalmente un partido, el PAN, en el caso de Fox; o usando y desechando partido tras partido, como AMLO con el PRI, el PRD, el PT y otros. O aprovechando la apertura del sistema político a candidaturas independientes. Ésta es la historia del Bronco, una vez que su partido, el PRI, lo relegó de la candidatura.

Con esta explícita inserción de estos personajes en los mecanismos del sistema, difícilmente podrían encajar en la tipología del político antisistema. De más utilidad podría ser aquí el análisis de los vínculos de los ciudadanos con los gobiernos, para explicar los auges de ayer y hoy de estos caudillismos. Porque es en la debilidad institucional de los Estados y en la fragilidad de los vínculos de los ciudadanos con gobiernos y partidos donde otros autores encuentran la explicación de estos liderazgos en América Latina.

Outsiders. Este otro término —para tratar fenómenos comparables— alude a la construcción de la fantasía de quienes se proponen como contrarios a la política y vienen de fuera a limpiar la casa. Suelen conectar con símbolos religiosos: un Mesías que expulsa a los mercaderes del templo (de la política). Y también con algunos mitos de la cultura popular: el cine y las historietas mitificaron al forastero desconocido que llega al pueblo del viejo oeste norteamericano a poner orden y a acabar con los depredadores.

Pero quizás el outsider más estudiado de la literatura política latinoamericana es Fujimori, que en los años 90 del siglo pasado llegó a la presidencia del Perú sin partido y sin Congreso, acabó con la vida partidista y parlamentaria y se apertrechó en un Estado criminal, más corrupto que el que decía combatir. En otro supuesto, el outsider que aquí llegara a cualquier gobierno, sin partido y sin Congreso, difícilmente podría borrarlos del mapa. No tendría más alternativa que volverse (otra vez) insider, para gobernar, o caer en la ingobernabilidad, dos vías de violación de expectativas de sus fans.

En política, la improvisación del outsider suele ser desastrosa. Pero la improvisación de algunos analistas políticos de los medios, otra forma de outsiders definiendo la agenda pública, parece confundir la sintomatología de su ídolo de moda, el Bronco, con el remedio a nuestras miserias partidistas y debilidades institucionales.

Director general del Fondo de Cultura Económica

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