El martes de la semana pasada, apenas obtuvieron los delegados requeridos para la nominación, “los Clinton” (que ahora como nunca van en pareja) le arrebataron al Partido Demócrata la nominación oficial. (En México diríamos que dieron un madruguete). El insistente senador Sanders continuaba pisándole los talones a Hillary, y amenazaba con llevarla ante el pleno de la convención por violaciones a los estatutos.

Los Clinton tenían todo preparado, así que ejecutaron su madruguete con maestría digna de políticos mexicanos. Lo hicieron, como marcan los cánones, en un acto de masas, en el que Hillary fue aclamada por miles de acarreados, que la vitoreaban como si acabara de ganar la Presidencia. Y ella les siguió el juego…

Hillary subió al templete con un elegante traje blanco, y con los brazos abiertos (como el Cristo de Corcovado), se paseó por el templete saludando y repitiendo una y otra vez con genuino rostro de sorpresa “oh, my God” (oh Dios mío).

El acto, que resultó espectacular, tuvo el doble propósito de enfrentarse al senador Sanders con un hecho consumado, y al mismo tiempo montar un “ensayo” de lo que sería la histórica noche de noviembre próximo, en la que Hillary espera convertirse en la primera mujer que gane la Presidencia de Estados Unidos. A partir de ese momento, una Hillary eufórica no ha dejado de sonreír.

En un brillante discurso de “aceptación”, que seguramente guardaba y ensayaba para la gran noche de noviembre, Hillary se puso nostálgica y recordó a su madre, una feminista que fue su inspiración, y que hubiera dado todo por ver a la “pequeña Hillary” con un pie en la Casa Blanca.

Desde que se casó con Bill, Hillary ha jugado el papel de kingmaker (creadora de reyes). Pero salvo la Secretaría de Estado con Obama, no ha tenido un puesto ejecutivo enteramente suyo (aunque en la presidencia de Bill haya tenido mando, oficinas y staff en la Casa Blanca).

Ella le organizó a Bill dos exitosas campañas como gobernador de Arkansas, y dos elecciones presidenciales que lo llevaron a la Casa Blanca. Por eso el carismático pero incorregible Bill, hoy tan mansito, está consciente que le pagó mal. La engañó 15 años frente a la sociedad de Arkansas con la cantante Gennifer Flowers, y con otras amantes ocasionales. Y luego la involucró en el vergonzoso affair de Mónica Lewinsky, en el que Bill evitó la confirmación del desafuero por parte del Senado, gracias a la asesoría legal de Hillary.

A pesar de Mónica Lewinsky, Hillary decidió continuar al lado de Bill, pero de igual a igual. Compartirían el amor de su única hija y ganarían (cada quien por su lado) millones de dólares haciendo negocios, publicando best sellers e impartiendo conferencias magistrales; viajarían por el mundo en aviones privados, asesorando bancos y empresas multinacionales.

Para Hillary, continuar al lado de Bill no era una vida despreciable: representaba el camino más seguro para llegar a la Casa Blanca. Su Casa Blanca…

Analista político

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