Los lectores tienen razón cuando dicen que los que opinamos en estas columnas dan puras malas noticias y alimentan el pesimismo en el ambiente. Es cierto pero, por desgracia, bien lo dijo Walter Benjamín, “el Angel de la Historia ve una única catástrofe cuyo resultado constante es acumular ruinas sobre ruinas”. Por lo mismo me alegro poder darles dos buenas noticias.

La primera es que la capa de ozono empieza a recuperarse, puesto que el agujero sobre el continente antártico ha disminuido en cuatro millones de kilómetros cuadrados (más o menos dos veces la superficie de nuestro país). En el año 2000 había alcanzado los 25 millones de km2, unos quince años después de la firma del Protocolo de Montreal que ahora está empezando a dar frutos: la mayoría de los gobiernos se habían comprometido a prohibir los gases destructores del ozono atmosférico que usábamos a diario con nuestros refrigeradores, aerosoles, desodorantes etcétera. El cambio tecnológico ha tenido éxito y debería inspirarnos en la lucha por la defensa ambiental y contra el recalentamiento. La buena noticia está confirmada por el estudio publicado en Science por la geóloga Susan Solomon y sus colegas: “Ahora podemos confiar en que las cosas que realizamos pusieron al planeta en el sendero de la curación”. Excelente noticia para nuestros amigos argentinos y chilenos expuestos, por el déficit de ozono, a una brutal radiación ultravioleta, causa de cáncer de la piel y cataratas, entre otras enfermedades.

La secunda buena noticia es que nuestra amada Tierra reverdece gracias a las emisiones de dióxido de carbono producidas por nuestras actividades. ¡Vaya paradoja! El CO2 cuya presencia en la atmósfera contribuimos a disparar tiene consecuencias bien conocidas: recalentamiento del planeta, acidificación de los océanos, deshielo de los glaciares y de los polos, elevación del nivel del mar… Pero como no hay mal que por bien no venga, en este caso, en lugar de un daño colateral, tenemos un beneficio.

Nature Climate Change, del 25 de abril pasado, publicó un estudio realizado por 32 científicos de 24 centros científicos, en ocho países: la ciencia gana mucho cuando globaliza para bien, como parece que lo está haciendo al buscar una vacuna contra el temible zika, vacuna que podría servir también contra dengue y chikungunya; sería un fabuloso regalo de Navidad poder anunciar a fin de año que se logró dicha vacuna. Fin del paréntesis. El estudio se monta en el seguimiento cotidiano, de 1982 a 2009, de la relación entre radiación solar y cantidad de hojas. Demuestra un aumento considerable, de 25 a 50%, de la cantidad de hojas, y, a veces, de árboles, o sea el equivalente de un continente verde del tamaño de EU y Canadá juntos.

Debo matizar la bondad de la noticia; si bien las plantas (no los bosques) cubren hoy la tercera parte de la Tierra y el 80% de las tierras libres de hielo, la deforestación prosigue alegremente, especialmente en las zonas tropicales en las cuales el bosque tiene muchas dificultades para reconstituirse, mientras que en las zonas templadas la reforestación se consigue fácilmente. He escrito en otra ocasión que en los últimos treinta años destruyeron millones de km2 de bosques para cultivos especulativos, ganadería y agricultura de subsistencia de pobres campesinos sin tierras. Nuestro país es uno de los que no han controlado ese proceso destructivo implementado tanto por campesinos pobres, como por industriales voraces y la mafia de la madera que no duda en asesinar a los defensores del árbol. En todos los países tropicales están acabando con los bosques y la gran China tiene una gran responsabilidad en su destrucción en los países vasallos que la rodean, en Indonesia, África y América Latina. China y cada uno de los gobiernos de aquellos países pequeños y grandes. Perdón, otra vez aguafiestero.

Investigador del CIDE

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