A la hora de los atentados múltiples y cuando el yihadismo da un salto simbólico al degollar un sacerdote católico que celebraba misa, hay que distinguir entre Islam e Islamismo para no caer en la provocación, el odio y la venganza. Marion Le Pen, sobrina del fundador del Frente Nacional francés y figura importante en dicho partido, declaró después del asesinato del P. Hamel, que “el Islam no debería tener (en Francia) el mismo espacio público que el catolicismo. Tenemos tradiciones e influencias culturales que son cristianas. Francia no es un país islámico”. Al periódico inglés Telegraph, precisó que “el Islam radical es el enemigo implacable del modo de vida francés ligado a la laicidad. Nuestra herencia es lo contrario de la fe islámica radical que busca imponerse más y más en la vida pública”. Concluyó que “o matamos al islamismo, o él nos matará”.

Pero el degüello del anciano sacerdote hizo que musulmanes y católicos rezaran unidos en los días posteriores al crimen, en el templo del lugar, en la catedral de París y en Europa. El Consejo Francés del Culto Musulmán había llamado a sus fieles a asistir a las misas como muestra de solidaridad. Fue escuchado, ¡qué bueno! Cuarenta personalidades musulmanas llamaron a luchar contra el islamismo radical y en Italia pasó lo mismo. El imán Sharif Lorenzini asistió a misa en Bari y declaró que musulmanes y cristianos juntos “derrotarán al mal, al enemigo de la paz, a cualquiera que trate de dividir convenciendo al pueblo de que hay una hipotética guerra entre religiones”.

El papa Francisco no dijo otra cosa al repetir que no se trata de una guerra religiosa, que en todas las religiones existen fundamentalistas y que “el Islam no es terrorismo… A mí no me gusta hablar de violencia islámica, porque todos los días ojeo el diario y veo violencia, aquí en Italia: éste que mató a su novia, el otro que mató a la suegra. Estos son católicos bautizados, son violentos católicos”.

De acuerdo, pero el novio no mató a la novia por motivos religiosos, y conviene recordar el discurso en la Universidad de Ratisbona, tan mal entendido, tan criticado, del papa Benedicto (12 de septiembre de 2006). ¿Qué dijo en el fondo? Algo que no se escuchó, que el divorcio entre la fe y la razón nos entrega hoy a las “patologías de la religión y de la razón que nos amenazan, y que deben estallar de manera necesaria cuando la razón es tan reducida que las cuestiones de la religión y de la moral ya no le importan”.

¿Patología de la religión? El ejemplo más actual lo ofrece el yihadismo, este islamismo radical que predica la fe por la espada y se justifica en las acciones de Mahoma. La biografía canónica de Ibn Ishaq, redactada en el siglo VIII, nos ofrece una crónica de las acciones del profeta, cuya historia, a partir de su instalación en Medina, es la de sus campañas militares. La obligación de la lucha en la senda de Alá y la división de la humanidad entre los que practican la religión de Dios y los que niegan a Dios, fijan el sentido de la historia de manera dualista, buenos contra malos, fieles contra infieles, los cuales son perversos, enemigos de Alá, condenados a ser destruidos por los creyentes, en cumplimiento de la voluntad de Alá. Esa acción es yihad. Tal es el programa del Califato, mal llamado ISIS.

Benedicto XVI, al citar al sabio emperador bizantino Manuel II (“Mahoma prescribió propagar por la espada la fe que predicaba”) recuerda que se trata de un diálogo entre un cristiano y un musulmán y que el diálogo firme y respetuoso es necesidad absoluta: “Dios no encuentra placer en la sangre y no actuar según la razón es contrario a la naturaleza de Dios. La fe es fruto del alma, no del cuerpo. Quien quiere llevar a alguien hacia la fe debe ser capaz de hablar y pensar de manera justa y no recurrir a la violencia y a la amenaza… Para convencer un alma dotada de razón, uno no necesita ni el brazo, ni objetos para golpear, ni cualquier otro medio que amenace a alguien de muerte”.

Investigador del CIDE.
jean.meyer@ cide.edu

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