Como es sabido, Andrés Manuel López Obrador hizo pública la semana pasada su declaración 3de3. De acuerdo con ella, el perenne candidato a la Presidencia reitera su pertenencia decidida a la “digna medianía”, esa frase de Benito Juárez más o menos adaptada del igual desdén a los ricos y a los pobres que Aristóteles explicó en su Política.

AMLO declaró vivir de un salario de 50 mil pesos mensuales que le entrega su partido MoReNa a cambio de una actividad política de tal forma demandante que le impidió entregar a tiempo la declaración: “He estado atareado y no había podido hacerlo”, explicó, y agregó que no declaró lo que gana por dictar conferencias ni por regalías porque se limitó al año 2015.

La cosa es que AMLO dejó claro que no tiene bienes de ninguna clase, muebles ni inmuebles ni lleva una chequera ni tiene tarjeta de crédito, aunque sí una cuenta bancaria con menos de 100 mil pesos. (Al parecer sí poseyó alguna vez varios inmuebles, pero anunció que se los regaló a sus hijos. Su esposa posee cinco bienes inmuebles y un auto 2016, cuyos valores no se anotaron.)

Bueno, ante esta declaración hay dos reacciones predecibles: la de sus seguidores, ufanos de la modestia con que vive su líder y en la que leen un certificado intachable de honestidad, una que confían habrá de trasladar a la patria entera y a sus habitantes apenas se alce con la Presidencia y emita el edicto que haga obligatoria la integridad moral.

Y está la reacción de sus detractores, a quienes les parece una declaración inverosímil o parcial pero que, en todo caso, comprueba que escasea en AMLO la sana ambición que mueve a la economía y al mercado; o bien, que sufre una impericia administrativa impropia en quien aspira a manejar las finanzas públicas. ¿Cómo puede ser —dicen— que un compatriota en quien la patria invirtió tanto para conservarlo sano y educarlo hasta el título universitario no sea capaz, pasados sus años más productivos, de retribuirle riqueza para financiarle la misma oportunidad a un compatriota siquiera?

Desde luego se diría que esa ineptitud económica (virtuosa para los unos, defectuosa para los otros) es preferible a la pericia para corromper y corromperse que practican los ricachones en todos los órdenes de la realidad nacional; que es preferible un político que ostenta su medianía al infeliz corrupto Creso que ostenta una riqueza puerca. Pues sí. Aunque más allá de lo meramente contable, intriga el obsesivo deleite con que AMLO presume como virtud su carecer de bienes sin reparar en que el halago en boca propia es, si no un vituperio contra su modestia, sí una exhibición invertida de su vanidad.

En la imaginación de Marcel Schwob, un junior tebano de tiempos de Alejandro llamado Crates acudió a ver una tragedia de Eurípides. Figuraba en ella un rey derrotado que mendigaba en harapos. Tanto se conmovió Crates que, al terminar la función, anunció que se desharía de sus bienes. La gente se amontonó frente a su casa y Crates arrojó por la ventana su gran fortuna. A partir de ese día juntaba comida en los basureros en una alforja a la que llamaba su “patria”, presumía vivir de ella y predicaba su ejemplo. Era tan pobre que hasta el barril en que vivía Diógenes le pareció un dispendio.

Dudo que AMLO conozca ese relato. Quizás sí el de san Francisco, otro que se deshizo de su herencia. Más allá de si Crates y el de Asís halagaban así la vanidad de su modestia, la seducción que esos actos le producen a un asceta puede ser tan encomiable como deplorable en el caso de un político. AMLO suele citar al conde Tolstoi (quien también calculó deshacerse de sus bienes), pero no su idea en el sentido de que “mientras más se le regala a la gente, menos la gente trabaja; y mientras menos trabaja más aumenta la pobreza”. Algo que no entendieron Crates o san Francisco: su amor a su humildad arrasó con su responsabilidad. En vez de regalar sus bienes a unos nuevos ricos, deberían haber creado trabajo para muchos.

En las cosas de la política es tan irrelevante ser millonario en modestia como insoportable serlo con billetes malhabidos. La virtud de un político radica más en propiciar la riqueza para todos que en presumir que no la tiene él: no se trata de medirse contra los ricachones corruptos sino de propiciar condiciones para una clase media y medianamente digna.

Ni Crates ni Creso: Aristóteles.

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses